Me toca: ‘Del Toro quiere hacer La mujer y el monstruo’ por Carlos Infante

No comparto la fascinación que ha producido la nueva película del director mexicano, que si bien es cierto contiene una indudable interés, no está exenta de demasiados ‘deja vu’s’ empezando por la historia del título de este artículo, La mujer y el monstruo, hasta un sinfín de películas y ambientes del cine de los años 50 y 60 donde el enemigo era el ‘terror rojo’, para terminar con un desenlace, que sin desvelar nada, ya habíamos visto en otra película de principios de los 80. Demasiada inspiración ajena para alguien que nos presenta una Obra Maestra.

¿Dónde está el acierto de la película? En la puesta en escena de la historia, nada original como ya he dicho (La bella y bestia sería otro referente), en la narrativa, en la plasticidad, el concepto visual, el uso del color como un componente más de la historia y la banda sonora que también se incrusta en la historia como si de otro elemento narrativo más se tratase. Me gustan las interpretaciones de Sally Hawkins como la muda con existencia vacía que encuentra el amor, la realización y la compresión e un ser extraterrestre; Richard Jenkins, su vecino vecino gay inaceptado hasta por el mismo; Octavia Spencer, en una composición tan notable como innecesaria y Michael Shannon, la encarnación del mal, el hombre del sistema, que ‘siempre cumple.

Me agrada la cinefilia de Del Toro que no sólo se muestra en el cine, casi siempre vacío pero que sigue proyectando películas como La historia de Ruth, que se encuentra debajo de la casa de nuestra protagonista. No es casual la inclusión de secuencias de musicales Fox protagonizados por Shirley Temple, Alice Faye y, sobre todo, el colorido y la espectacularidad Chica Chica Boom Chic interpretado por Carmen Miranda, visto en una minúscula pantalla de televisión en blanco y negro, siempre encendida en la casa del vecino de nuestra protagonista.

Hay momentos bellos en La forma del agua, agradables a la vista, pero no se puede hablar de originalidad, de algo nuevo, de un discurso personal. Es lo de siempre con una envoltura de lujo que puede funcionar como un imán para un sector del público. Tal vez ahí radique la razón por las cual sólo cosecha el premio a Mejor Director en todas las competiciones del momento. No empatizo con los protagonistas, no me conmueve la historia de amor, no siento miedo por el ‘mal’ que supuestamente nos rodea y amenaza. Simplemente contemplo unas imágenes bellas, bien trazadas, perfectamente filmadas y muy bien hilvanadas, pero donde no hay nada más.

Termino: en estos tiempos que corren se agradece ver una propuesta personal, que entre en universo e imaginario del autor, sin importarle otros factores (especulativos, económicos, etc…) ajenos a ‘su mundo’, una propuesta cuyo resultado final resulta agradable al espectador, técnicamente perfecta, pero que lamentablemente se queda en eso, en la técnica. No trasciende en el mensaje y no me sirve lo de canto a la diversidad y todos esos aledaños, y espacios comunes, que ya hemos visto mil veces. La forma del agua no está mal pero debió estar mucho mejor.

Carlos Infante