La actriz, de 59 años, se dio a conocer como la manipuladora prostituta de ‘Risky Business’
Astrid Meseguer – LA VANGUARDIA (10 de septiembre de 2018)
Barcelona – Hablar de Rebecca De Mornay es hablar de unas de las actrices más sensuales de mediados de los ochenta y principios de los 90. Nacida el 29 de agosto de 1959 en Santa Rosa (California), su abuela paterna era la actriz infantil Eugenia Clinchard y su padre un conocido comentarista de radio y televisión. Sus progenitores se divorciaron cuando era pequeña y ella se fue a vivir con su madre y el nuevo marido de esta a Europa.
Se crio en Inglaterra y Austria, donde aprendió a hablar perfectamente alemán. Excelente estudiante, decidió emprender una carrera como intérprete y se mudó a Los Ángeles. Francis Ford Coppola le brindó su primer papel a los 23 años en el musical Corazonada (1982) y después dio el salto definitivo en la comedia juvenil Risky Business, en la que encarnaba a una manipuladora prostituta que acaba montando un burdel en casa de un joven Tom Cruise.
Junto a la futura estrella de cine mantuvo un romance tanto dentro como fuera de la pantalla. Especialmente recordada es la tórrida escena en la que hacen el amor en un metro sin pasajeros con la que la crítica, además de alabar su trabajo, la catalogó como nuevo símbolo sexual. Tras el éxito de la cinta dirigida por Paul Brickman se puso a las órdenes de Andrei Konchalovsky en el aclamado thriller El tren del infierno, con Jon Voight y Eric Roberts y el drama Regreso a Bountiful, al lado de Geraldine Page.
De Mornay no supo escoger muy bien sus siguientes proyectos, desaprovechando su talento en títulos mediocres como Mujeres del FBI o una versión del clásico La bella y la bestia con John Savage de coprotagonista. Por esa época participó también en el videoclip Sara, de la banda estadounidense Starship.
El veterano cineasta francés Roger Vadim la fichó para el remake de su famosa película Y Dios creó a la mujer asumiendo el papel de mujer desinhibida que inmortalizó Brigitte Bardot tres décadas atrás. En Y la creó para el escándalo era una tentadora y sexy joven aspirante a estrella de rock que seducía a un joven carpintero para escapar de una cárcel de Nuevo México. Rebecca no tuvo reparos en protagonizar fuertes escenas sexuales que ni sedujeron al público ni a la crítica. De hecho, fue nominada a la peor actriz en los Razzie.
La actriz pasó a desarrollar parte de su actividad profesional en mediocres telefilmes hasta que le llegó el guión de Llamaradas, de Ron Howard, con un reparto estelar encabezado por Robert De Niro, Kurt Russell y Donald Sutherland. Pero el papel que le devolvería a la gloria (efímera) sería el de Peyton Flanders, la niñera psicópata de La mano que mece la cuna (1992), una mujer que quería vengarse con todas sus fuerzas del personaje de Annabella Sciorra por el suicidio de su marido y el fallecimiento de su bebé.
Este thriller psicológico de Curtis Hanson la encasilló luego en personajes de mala atractiva como la Milady de Winter de Los tres mosqueteros o de profesional seducida por hombres peligrosos como su psicóloga Sarah Taylor en el thriller erótico Nunca hables con extraños, con Antonio Banderas de compañero de sábanas, o la abogada que defiende a un playboy acusado de matar a su mujer y que tenía el rostro de Don Johnson en El abogado del diablo, uno de los peores filmes de Sidney Lumet.
Desde entonces, su nombre pasó a ser sinónimo de veneno para la taquilla y su carrera cinematográfica comenzó una debacle que la llevó directamente a dedicarse a actuar en miniseries y telefilmes como la versión televisiva de El resplandor, La timadora o Las brujas de Salem.
En 2010 la pudimos ver en plena forma en la truculenta historia de terror Mother’s day dando vida a una madre capaz de todo para defender a su descendencia. La actriz presentó su película en Sitges y de paso fue galardonada con el premio Máquina del Tiempo por su contribución al cine fantástico y de terror. Durante su paso por el prestigioso certamen se despachó a gusto sobre los implacables métodos de la meca del cine: “Es muy difícil para cualquiera sobrevivir en Hollywood después de los treinta”. Luego se reservó una breve aparición en American Pie: El reencuentro y desde entonces en los últimos años ha aparecido de forma episódica en las series Jessica Jones y Lucifer.
Respecto a su vida amorosa, De Mornay se casó en 1986 con el novelista Bruce Wagner y se divorciaron en 1990. Después mantuvo una relación romántica con el malogrado poeta y cantautor canadiense Leonard Cohen, una de las personas más importantes de su vida, según ha comentado en varias ocasiones. De 1995 a 2002 estuvo unida sentimentalmente con Patrick O’Neal, una relación que dio como fruto dos hijas: Sophia y Veronica.
A sus 59 años aún se mantiene activa, pero sigue trabajando en producciones poco memorables. También ha ejercido de productora, se ha puesto detrás de la cámara en un capítulo de la serie Más allá del límite (1995) y ha probado suerte sobre las tablas en la piel de Billie Dawn en Nacida ayer y Anna en Closer.
Actualmente tiene pendiente de estreno el drama Periphery y la película indie sobre unas jugadoras de baloncesto She ball, en la que también participa Chris Brown.