Centenario: William Holden, el galán de Hollywood con la muerte más «salvaje»

Tal día como hoy hace un siglo nacía el actor de «El crepúsculo de los dioses», cuyo final certificó un tropiezo con una alfombra en su casa, que terminó con su vida a los 63 años

Lucía M. Cabanelas – ABC (17 de abril de 2018)

Cuando la Guerra Civil en España tocaba a su fin, a William Holden, de cuyo nacimiento se cumple hoy un siglo, le sonó la campana. Cumplió su «sueño dorado» en 1939, cuando un buscador de talentos de la Columbia le fichó como protagonista de «Golden boy», donde combatiría su propia batalla, esta vez sobre el ring y a puñetazos. La suerte de sus inicios se esfumó al final de su camino, y su último suspiro lo certificó un tropiezo con una alfombra en su casa, que terminó con su vida a los 63 años.

Incansable luchador, contra quien no pudo ni el cáncer, sirvió dos años en la US Air Force como teniente, pero no tardó en volver a la industria para pelearse con el éxito. Eso sí, primero tuvo que bajar al barro. Su primera nominación al Oscar la encontró boca abajo en una piscina. La muerte que le «encargó» Billy Wilder en «El crepúsculo de los dioses» sirvió para que los estudios intentaran sentenciar, sin éxito, al genio que, según Garci, «vapuleó como nadie el llamado sueño americano», pero también para aupar al hombre de «la sonrisa oportuna», como le describió Pedro Crespo en ABC a principios de los ochenta, que se ganó el apelativo de galán cortejando a la estrella venida a menos interpretada por Gloria Swanson en la película.

Un comienzo similar al final del actor, que sobrevivió al cáncer pero no pudo sobreponerse a un tropiezo. Así, a sus 63 años falleció «por causas naturales, pero muy poco usuales», como escribiría José María Carrascal, por entonces corresponsal de ABC en Nueva York, el 19 de noviembre de 1981: «Encontrándose solo, el artista resbaló en una pequeña alfombra sobre el piso encerado, golpeándose al caer con la cabeza contra una mesa de mármol». En esta ocasión, sin embargo, no fue ficción, ni la marchita Norma Desmond la que orquestó su desenlace, sino su propia adicción al alcohol, cuya cantidad doblaba lo permitido en California «para considerar a un individuo embriagado».

Poco más de dos décadas antes, este conquistador disfrazado de cínico en pantalla saboreó su punto álgido, de nuevo a las órdenes de Wilder, cuyo «Traidor en el infierno» le dio el único Oscar de su prolífica carrera, salpicada de unos cuantos grandes títulos pero también de mucha paja, la calidad mezclada con el impacto popular.

Un galán rodeado de divas

Era Holden de acompañar en sus cintas a las divas de la época, aprovechándose de las ínfulas de Swanson en su mansión californiana, disputándose con Humphrey Bogart a Audrey Hepburn y, paradójicamente, ayudando a Grace Kelly a cuidar de su marido alcohólico.

Entre sus muchos méritos estuvo el de liderar, hasta 1961, la popular lista de los diez hombres dorados de la industria hollywoodiense, pero también ser el actor más taquillero dos décadas antes de que Steven Spielberg inaugurase con su «Tiburón» los blokbuster.

Hasta su muerte siguió engordando su nada exigua filmografía, con más de sesenta títulos, entre los que destacan «Network», «El puente sobre el río Kwai», «Grupo salvaje» o «El coloso en llamas». Pero ni su comprometida dedicación al séptimo arte le impidió pretender, como buen galán, otros campos, y se adentró en la escritura para elevar la figura de su mejor amiga, a la que rindió homenaje en «Susan Hayward: una estrella inigualable». Como ella, William Holden también lo era.