Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: las críticas

Seguidamente pueden leer las principales críticas de la prensa española sobre la película. Las opiniones sobre este film pueden incrementarse en los próximos días.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: Los dos rostros de Gloria

La película no juega a la mitomanía necrófila, ni se muestra interesada en hurgar en las heridas de la decadencia

Jordi Costa – EL PAIS (18 de mayo de 2018)

Isaki Lacuesta abría su documental La noche que no acaba (2010) buscando una rima entre dos rostros: el de la esplendorosa Ava Gardner de Pandora y el holandés errante (1951) y el de la misma estrella en Harem (1986), con la mirada crepuscular de quien acaba de “beberse la vida”, como diría Marcos Ordóñez, autor del libro que inspiraba ese brillante trabajo. Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es, también, una película que bascula entre los dos rostros de una misma mujer, aunque, en este caso, la distancia temporal que separa a la Gloria Grahame vital y veterana que seduce (o, más bien, enamora) al joven actor británico Peter Turner y la actriz enferma que busca el calor del afecto familiar en un hogar de Liverpool es mucho más corta: apenas dos años.

Partiendo del libro de memorias de Turner, Paul McGuigan ha firmado la película más emotiva, delicada y compleja de su carrera: un trabajo que se beneficia de la propia saturación de significados que una figura como la Gloria Grahame cargaba –su temprana participación en ¡Qué bello es vivir! (1946) parecía anticipar la inquietante cercanía entre la luz y la sombra- y que tiene en una soberbia Annette Bening a una lujosa médium para canalizar tanto el fulgor como la fragilidad de la actriz.

Con sus arriesgados y elegantes saltos temporales resueltos en la propia continuidad de la escena, la película de McGuigan no juega a la mitomanía necrófila, ni se muestra interesada en hurgar en las heridas de la decadencia. Su interés primordial es descifrar una historia de amor sin pasar por alto ninguno de sus matices: que la escena de la ruptura merezca dos puntos de vista supone, así, una transparente declaración de principios en un trabajo donde el estilo sublima y no emborrona.


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: Crepúsculo de una diosa

Antonio Weinrichter – ABC (18 de mayo de 2018)

Lo primero que uno piensa al ver esta película es, ¿Dónde se había metido Annette Bening? Rondando los 60 sin aparentes estragos, con pleno dominio de sus recursos dramáticos, nos recuerda lo injusto que es Hollywood con actrices maduras tan estupendas como ella. La pena es que esa Annette en plena forma sólo florece en una soberbia escena de baile y seducción y en los demás flashbacks de una historia cuyo núcleo se desarrolla en torno al último par de años de la vida de Gloria Grahame, ya enferma y postrada.

Bening tenía al rodarla casi la misma edad que Grahame. Y Grahame tuvo en esa última etapa un amante de Liverpool mucho más joven, como Gloria Swanson en «El crepúsculo de los dioses». Pero la película, basada en las memorias que escribió dicho amante, no establece ningún juego de espejos entre Bening, Grahame y la Norma Desmond de Swanson: el cinéfilo esperará en vano guiños, apenas una breve secuencia entrevista en una sala de cine, o alusiones más allá de las que sí se hacen a Bogart, con quien rodó uno de sus mejores trabajos.

El foco se coloca sobre el chico de Liverpool y su familia que, como se nos repite demasiado, querían de verdad a la diva de Hollywood caida en desgracia en su «exilio» británico. Pero nada se nos dice de su turbulenta vida anterior. Y eso reduce el morbo, o el interés dramático, de la historia de amor con su «dulce pájaro de juventud» y, aunque fuera una diosa menor, de su crepúsculo.


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: glamour crepuscular

Alberto Bermejo – EL MUNDO (18 de mayo de 2018)

Las cenizas del Hollywood dorado flotan sobre esta entretenida propuesta que cuenta la pintoresca historia de amor entre un joven actor británico y Gloria Grahame, una rutilante estrella de los años 40 y 50 ganadora de un Oscar por Cautivos del mal. Adaptando las memorias del actor Peter Turner, el director Paul McGuigan tiñe su relato de un aliento nostálgico, entre la pulsión romántica y un desgarro moderado, articulándolo sobre una sucesión de flashbacks que convierten la memoria en algo parecido a un decorado único en el que los personajes, sobre todo el del amante joven, transitan en continuidad del recuerdo del primer encuentro a los últimos momentos de la relación, del viaje idílico de una playa del Pacífico a la generosa hospitalidad de la familia del hombre, como si cruzara el umbral de una puerta.

La película fluye con convincente encanto y se apoya en un reparto en el que brillan fugazmente Julie Walters o Vanessa Redgrave, pero especialmente en la buena química de Jamie Bell, en el papel del entregado amante, y la deslumbrante Annette Bening, mimetizada con el magnetismo ajado de aquella poderosa actriz fatal que había dejado su impronta en títulos memorables como Encrucijada de odios, Los sobornados o En un lugar solitario, recordada también por un generoso reguero de apariciones en la prensa del corazón, por una ardorosa e inestable vida sentimental que, además de a un sinfín de escarceos amorosos, la llevó a acumular cuatro matrimonios, uno de ellos con el hijo de Nicholas Ray, que había sido su marido con anterioridad.


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: Junto a la mujer madura

Sergi Sánchez – LA RAZON (18 de mayo de 2018)

Uno de los gestos más bellos de la historia del cine clásico es la ocultación de parte del rostro (quemado por café hirviendo) de Gloria Grahame en «Los sobornados». Al final de la obra maestra de Fritz Lang, Glenn Ford se ocupa de que, una vez muerta, solo el lado bueno de Gloria sea visible para el espectador. Ese homenaje a la fotogenia como sublimación de la pureza se traslada, distorsionada, a «Las estrellas de cine no mueren en Liverpool», en la que asistimos al «affaire» que la actriz, ya en declive, tuvo con el actor en ciernes Peter Turner (Jamie Bell), tres décadas más joven que ella. Aunque esa historia de amor está sellada por la enfermedad y la muerte, Paul McGuigan se obstina en mostrar su perfil más favorecedor. La fatalidad terminará separando a los amantes, pero, mientras tanto, no hay obstáculo que se les resista: el sexo no tiene edad, el pasado de «femme fatale» de Grahame parece un rumor infundado, la familia de Turner se ha caído de un guindo y la foto de su idilio, bañado en color miel, podría ilustrar la postal de Navidad de los almacenes Harrods. La inexistente química entre Bening –tal vez demasiado Blanche Dubois en su timbre atiplado, en sus trasnochadas estrategias de seducción– y Bell –que parece haberse escapado del rodaje de «Tintin»– contribuyen a que este presuntamente apasionado «amour fou» entre la estrella y su joven admirador tenga el aspecto de una relación asépticamente incestuosa.


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: Claroscuros de Hollywood

Lluís Bonet Mojica – LA VANGUARDIA (18 de mayo de 2018)

Ganadora en 1953 de un Oscar por Cautivos del mal, Gloria Grahame (1923-1981) coleccionó amantes y maridos. Estuvo casada y tuvo hijos con Anthony Ray y su hermano Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa. Atraída por hombres más jóvenes, uno de sus últimos amantes fue Peter Turner, actor británico que publicó un libro sobre su relación con la estrella. Secundada por Jamie Bell, Annette Bening depara una portentosa interpretación.


Las estrellas de cine no mueren en Liverpool: Bening vs. Grahame

Quim Casas – EL PERIODICO (18 de mayo de 2018)

La fascinación que la actriz de Hollywood Gloria Grahame ejerció en el joven actor de Liverpool Peter Turner es parecida a la que experimenta el director Paul McGuigan por Annette Bening. Lo mejor del filme reside en la composición que Bening hace de una de las actrices más singulares que dio el viejo Hollywood, casada con Nicholas Ray y quemada con café hirviendo por Lee Marvin en ‘Los sobornados’. El filme que reconstruye su relación con Turner al final de su vida es melancólico, pero le falta más substancia dramática.