Me toca: “Una película que ‘nadie’ verá en los cines” por Carlos Infante

He sido muy reacio a comentar esta película, básicamente porque siempre he considerado que el cine es para ver en las salas de exhibición, con independencia de posteriores vías de explotación comercial. De este tema me ocuparé en otro artículo, pero la realidad es que la película Roma de Alfonso Cuarón ha transcendido la cuestión de Netflix y su peculiar modelo de explotación comercial y se ha convertido en un fenómeno que ocupa el panorama cinematográfico actual.

Aclarado este punto y centrándonos en la película propiamente dicha hay dos partes que abordar de forma clara y diferenciada. La primera es que estamos ante una película técnicamente perfecta, donde Cuarón demuestra su conocimiento de la técnica narrativa y del lenguaje cinematográfico. No se le puede poner, desde el punto de vista formal, ninguna pega a la cinta del mexicano que ha sabido utilizar el blanco y negro en 65 mm y el sonido Dobly 7.1 como un instrumento para construir una película de texturas, de sonidos, de emociones, de recuerdos personales. Hay mucho cine de ‘calidad’ en Roma, como la secuencia de la llegada del padre a la casa conduciendo su coche, donde vemos su lejanía, distancia, inapetencia. Pero también hay frialdad a la hora de recrear ciertos momentos. El climax de la película que podría ser la secuencia de la playa se resuelve de forma funcional, correcta formalmente (como ya he señalado) pero sin pasión, casi sin sentimiento. Lo mismo sucede con la secuencia del incendio que pasa sin pena ni gloria y tampoco aporta demasiado a la historia.

El problema de la película está en que es la historia personal de Cuarón, su infancia, su barrio, su ciudad, sus recuerdos, su ‘nana’, en definitiva su imaginario personal e intransferible plagado de referencias personales, como las canciones, las series y programas de televisión, las películas de los cines y en convulso momento que vivía México en aquellos años. Por lo que vemos, y el mismo autor ha contado y reconocido, estamos asistiendo a su vida, a su infancia… muy posiblemente Cuarón sea uno de los niños de esa familia que centra la historia de la película. Este es el problema de la película: entiendo y comprendo perfectamente las referencias que aparecen, pero no son las mías, ni las de millones de espectadores. No compartimos un mismo imaginario personal y esto nos distacia emocionalmente de lo que se nos narra. Alfonso Cuarón no ha construido una historia universal inspirada en su infancia, sus padres y vivencias como ha hecho este mismo año Pawel Pawlikowski en Cold War, o como en su día hizo Peter Bogdanovich con sus recuerdos de adolescencia en La última sesión (The Last Picture Show). Ese es el problema que tiene Roma. Es un ‘universo personal’ en lugar de un ‘universo global’ como debería haber sido. Tal vez Cuarón lo haya querido así, pero en ese caso ha hecho una película para él mismo (y quienes tengan sus mismos recuerdos y vivencias) en lugar de dirigirse a la inmensa mayoría de los espectadores potenciales.

No podría terminar esta crónica sin mencionar a dos de sus intérpretes. En primer lugar a Yalitza Aparicio, actriz ‘no profesional’ que da vida a Cleo, la ‘nana’ de la familia que cuida, sirve y vela por sus ‘patrones’ como si de su vida se tratase (claramente inspirada en la vida de la ‘nana’ del propio Cuarón) en una de las composiciones más inolvidables del año cuyo nombre, Cleo, perdurará en nuestra memoria por muchos años; y Marina de Tavira como la madre de la familia que aporta credibilidad y realismo a la historia. Roma puede ser los recuerdos vitales de infancia de Cuarón, pero también es una película de mujeres, sobre mujeres, sobre sus sentimientos, sobre el abandono, sobre el amor, sobre la abnegación y el sacrifico, sobre la renuncia y la lucha de estas mujeres fenomenalmente interpretadas por las actrices citadas.

En definitiva Roma es una película técnicamente perfecta, aunque un tanto fría en algunos momentos (a Cuarón se le fue la mano en la estética y plástica en detrimento de las emociones en ciertas secuencias). Es una película de texturas y sonidos sobre todo, sin olvidar el sentimiento y la nostalgia del tiempo perdido. Su mayor acierto es la maestría del manejo del arte de contar una historia por medio de lenguaje de la imagen, su mayor error es haberse centrado en lo personal en lugar de lo universal, una película no es un documental (novelado y dramatizado, o no) sobre la infancia de su director, es una historia con ambición universal. Roma es también el descubrimiento de una de las presencias más gratificantes del año, la joven Yalitza Aparicio. Roma en resumen es una gran película, pero no es la Obra Maestra que muchos han querido ver.

 

Carlos Infante