Dorothy Gibson, la estrella de Hollywood que sobrevivió al Titanic y a una prisión nazi

La actriz fue una de las intérpretes más importantes en los inicios del cine y tuvo una vida tan controvertida como triste fue su final

Alex Jiménez – ABC (19 de abril de 2018)

El 10 de abril de 1912, 2.224 personas podían decir que se consideraban las más afortunadas del mundo. 1339 pasajeros y 885 tripulantes iban a participar en el viaje inaugural del lujoso RMS Titanic, uno de los mejores barcos construidos hasta la fecha y que cubriría el trayecto entre Southampton, al sur de Inglaterra, y Nueva York.

Para muchos, «el buque de los sueños» era el inicio de una nueva vida, mientras que otros únicamente querían utilizar al barco para rodearse de opulencia y riqueza en su vuelta a casa tras un tiempo de asueto en Europa. Ese último era el caso de la reconocida actriz Dorothy Gibson, que a sus 22 años vivía un momento de ensueño como profesional. Tras más de cinco años triunfando como intérprete, cantante y bailarina en vodeviles, teatros y en Broadway, Gibson estaba comenzando a saborear las mieles del éxito en una industria, la de Hollywood, que entonces emergía y comenzaba a proyectarse al estrellato en que vive hoy.

Apenas hacía un año desde su debut cinematográfico, pero la actriz era ya toda una estrella del celuloide. Especialmente, desde que se había fijado en su talento el prestigioso productor Jules Brulatour, uno de los fundadores de Universal y cabeza visible de la prometedora distribuidora Éclair Studios. Antes, había sido la musa del talentoso y célebre dibujante Harrison Fisher, que llevó su imagen a pósteres, campañas publicitarias, tarjetas, ilustraciones y todo tipo de documentos a partir de 1908. De hecho, la actriz fue varias veces portada en publicaciones tan importantes como «Saturday Evening Post», «Ladies’ Home Journal» y «Cosmopolitan».

La carrera de Gibson en el cine –por entonces mudo– tenía un grandísimo futuro asegurado. Protagonista de producciones como «Good for Evil», «Hands across the sea» –la primera película de Éclair, y, cruentas casualidades del destino, también relacionada con el mar–, «Miss Masquerader» y «Love finds a way», la actriz gozaba de un caché y un reconocimiento inalcanzable para cualquier intérprete de la época. Un estatus al que no podía optar su prometido, el farmacéutico George Battier Jr., sobrepasado por el talento de la joven, que nacida en Nueva Jersey en mayo de 1889 como Dorothy Winifried Brown, tomó el apellido de su padrastro, John Leonard Gibson, para buscar su hueco en la gloria.

La intérprete, ensalzada por la crítica por su «estilo natural» y sus «habilidades cómicas» estaba fuertemente ligada a su madre, Pauline, con quien, en uno de los escasos descansos que le brindaba su agitada agenda, emigró de vacaciones a Europa el 17 de marzo de 1912. Un receso más que merecido en el que pudo disfrutar de los encantos de Italia y Francia, pero que fue más corto de lo esperado. Porque apenas dos semanas más tarde, Brulatour la requirió para rodar una nueva película para Éclair y la joven, entonces en París, tenía que volver a casa. Obligada a acortar sus vacaciones, la actriz quiso hacerlo a lo grande y compró dos pasajes de primera clase para aquel viaje inaugural del Titanic.

Puestos a romper el asueto, nada como hacerlo volviendo a casa en el mejor navío y de la mejor manera. Allí se codearía con la alta sociedad del momento, como los Condes de Rothes; el magnate Benjamin Guggenheim; los empresarios Isidor Straus y John Jacob Astor IV; el reconocido periodista William Thomas Stead (propuesto para el Nobel de la Paz en 1903); la diseñadora Lucile; la estrella del tenis Richard Norris Williams; el escritor Jacques Heath Futrelle o la aristócrata Margaret «Molly» Brown, «la insumergible».

Salvadas por su desobediencia

Aunque madre e hija no se subieron al barco en Southampton, sino que lo hicieron en su primera parada: la ciudad francesa de Cherburgo. Al día siguiente, el barco hizo su tercera y última escala: en Queenstown, Irlanda, el último lugar en que se le vio. En su quinta noche de navegación, con el Titanic surcando el Atlántico a unos 650 kilómetros al sur de Terranova y cuando ya había recorrido más de 2.500, Gibson y su madre volvían a su habitación tras una plácida noche. «Habíamos disfrutado de un domingo espléndido, jugando al ‘bridge’ –un popular juego de cartas la baraja francesa– con un grupo de banqueros de Nueva York, buenos amigos», desveló Gibson después al rotativo cultural «The New York Dramatic Mirror».

En efecto, madre e hija se lo pasaron tan bien jugando a las cartas que hicieron caso omiso a las indicaciones de los oficiales del barco, que les pidieron que dejasen de jugar cuando se acercaba la noche para permitir el descanso del resto del pasaje. No fue hasta las 23:40, aproximadamente, cuando dejaron el ‘bridge’ y volvieron a sus camarotes. Justo ese momento, la joven escuchó «un enorme y terrorífico crujido», salió al exterior del barco y descubrió «que la cubierta estaba desequilibrada». Alarmada, retornó a su habitación, recogió a su madre y volvieron a la gélida noche. Tras ver la gran mole de hielo con la que el Titanic había colisionado, Gibson se empezó a oler lo que estaba sucediendo. Fue más rápida que nadie y junto a su madre, se subió al bote número 7, el primero en lanzarse al agua. Lo hizo con solo 28 personas a bordo de las 65 que entraban. En ese momento, Gibson «no podía dejar de pensar» en la diversión y la euforia de la que había disfrutado hacía solo unos pocos minutos mientras jugaba al ‘bridge’», como declararía semanas más tarde en una entrevista.

Desde la pequeña barca, la escena que se cernía ante sus ojos fue tiñéndose de un horror cada vez mayor según transcurrían los segundos, los minutos y después las horas. «Nunca voy a olvidar los terribles llantos de la gente que se estaba ahogando en el mar y de todos los que, en ese momento, pensaban en la gente en la que amaban y no volverían a ver», confesó la actriz al periódico «The Moving Picture World». La tragedia, incluso, pudo volverse en su contra, cuando un agujero se abrió en su bote salvavidas y estuvo a punto de hundirlo. «Fue horrible, una auténtica pesadilla», recordaba Gibson, que contó que, para frenar la inmersión de su barco, taparon el boquete «con la ropa interior de las mujeres y con las chaquetas, camisetas y pantalones de los hombres» presentes en el bote.

150 minutos después de que la actriz y su madre hubieran subido al bote, el Titanic, aquel barco insumergible y en el que todo el planeta anhelaba viajar, se había hundido ya del todo en el Atlántico. En apenas unas horas, 1513 personas murieron por ahogamiento y por las temperaturas extremadamente frías, en la que fue una de las mayores tragedias marítimas en tiempos de paz del siglo XX. La mayoría de los cuerpos nunca se recuperaron.

Aunque Gibson apenas tuvo tiempo de digerir la tragedia. Rescatada por el RMS Carpathia junto a los otros 712 supervivientes, su primera toma de contacto con la realidad la tuvo solo cinco días después, al pisar tierra firme en Nueva York, cuando a Brulatour se le ocurrió una idea tan controvertida y morbosa como potencialmente exitosa, a la que había ido dando forma mientras el mundo se sobrecogía por la tragedia del transatlántico. ¿Quién mejor que una estrella de cine que hubiera sobrevivido a lo acontecido en el Titanic para protagonizar la primera película en la historia sobre la desgracia del navío?

La película que marcó su vida

En efecto, el fundador de Universal le propuso a Gibson protagonizar «Saved from the Titanic», en la que debía hacer de sí misma como superviviente de la tragedia. Una historia de ficción más real imposible, en la que la actriz se encarnaría como una joven que embarca junto a sus padres y su novio, el humilde marinero Jack (que interpretaba el reconocido John G. Adolfi, considerada una de las mayores estrellas del cine mudo y que rodó cerca de cien películas), en un viaje que les llevaría al horror. Se da la circunstancia de que el marinero de aquel título comparte nombre con el personaje al que da vida Leonardo DiCaprio en el «Titanic» de James Cameron, el filme que mitificó la tragedia. A Gibson, que hacía menos de una semana que había mirado a la muerte a la cara, le aterró la idea en un primer instante, aunque después aceptó, con la condición de poder participar en la confección del guion.

El montante económico que Éclair le soltó a la joven por su participación en el filme también ayudó. Tras protagonizar el filme, Gibson se convirtió, junto a Mary Pickford, en la actriz mejor pagada de Hollywood. Para darle un mayor realismo, incluso, la intérprete utilizó la misma ropa que llevaba en la noche del hundimiento: un vestido blanco, una chaqueta de punto y un abrigo. En el rodaje de la cinta, Éclair utilizó imágenes del RMS Olympus, el buque gemelo del Titanic, y fotogramas en los que aparecía el Capitán Edward Smith, cabeza visible del transatlántico y fallecido en la tragedia.

Un día antes de que se cumpliera un mes del hundimiento del barco, el 14 de mayo, el filme se estrenó en Estados Unidos. Tras ello, llegó a Alemania y Reino Unido, un país profundamente consternado por la tragedia (especialmente en Southampton, la ciudad de la que zarpó el transatlántico y de donde eran casi la mitad de los fallecidos). La película, una de las primeras de la historia en tener secuencias en color, fue un auténtico éxito en taquilla. También entre la crítica, que magnificó la actuación de Gibson. «Es espectacular, su mejor película». «El realismo de la protagonista es brutal». «Una actuación sorprendente y estéticamente perfecta», señalaban las reseñas, lideradas por las del «The Moving Picture World»: «Gibson se ha recuperado de la profunda desgracia y consigue impregnar la pantalla de nerviosismo y terror. Esta joven y preciosa actriz ha logrado imponerse a sus propios sentimientos para construir un resultado perfecto». Punto de vista compartido por «Motion Picture News». «Es una película maravillosa, con efectos de luz muy buenos, escenas muy realistas y reproducciones perfectas de la fatal historia del barco. Una historia muy conmovedora desde el punto de vista de una superviviente de la tragedia, que lidera un reparto espectacular».

Sin embargo, el entusiasmo despertado por un lado no fue compartido por otros sectores de la crítica y la audiencia, que consideraban el filme como muy «sensacionalista», al haberse estrenado con la tragedia «demasiado reciente». «La idea de hacer esta película sobre una desgracia en la que han muerto 1,600 personas, en un momento en el que la historia y sus horrores están tan frescos, es de lo más repulsiva», publicaba «The New York Dramatic Mirror». La película fue considerada como una de las mejores cintas del momento, en especial por la actuación de Gibson, aunque no consiguió contentar a todos. De hecho, todas las copias existentes de la cinta se perdieron en un incendio en los estudios de Éclair en 1914, en la que fue «una de las mayores catástrofes del cine» de entonces, escribió «The New York Times». Las mentes más perversas, incluso, pensaron que el fuego había sido «provocado» por personalidades cercanas a la tragedia del Titanic, que jamás aprobaron la cinta.

Su desgracia al volante y su romance con el fundador de Universal

«Saved from the Titanic» encumbró y marcó a la intérprete por partes iguales. Sobrepasada por todo lo vivido, su éxito y su desgracia, Gibson decidió retirarse en lo alto. Concluyó que aquella sería su última película, que volvería al teatro y que se dedicaría a la música. Según el prestigioso portal IMDb, la intérprete trabajó en 25 películas en los dos años que estuvo activa en la industria del Séptimo Arte, el último en 1912. Éclair y Universal trataron de disuadirla de sus intenciones, sin éxito, aunque Brulatour sí que consiguió conquistar su corazón. Ambos mantuvieron durante años una relación en secreto –cuyo inicio algunos fechan en 1911–, pero que fue descubierta de la manera más trágica en 1913, cuando, de manera accidental, Gibson atropelló y mató a un hombre mientras conducía el coche del productor, que por entonces estaba casado con Clara Isabelle, una mujer con la que había tenido a sus tres hijos. La implicación del vehículo de Brulatour en la muerte del viandante destapó su relación extramarital con Gibson, por entonces ya separada de Battier Jr. Su mujer le pidió el divorcio y, avergonzado, se casó con la actriz en 1917, pero Clara Isabelle nunca les dejó tranquilos.

Desgastados por las presiones de la prensa del corazón de la época y por la negra historia que escondía su matrimonio, la pareja apenas duró dos años. Algunos dicen que la actriz perdió el encanto y la pasión cuando dejó de ver a su amante a escondidas. En 1923, Gibson, que amasaba una buena fortuna, decidió empezar una nueva vida y emigró junto a su madre a Europa. Se mudó a París y se enamoró de Florencia, y entre ambas ciudades transitó hasta que en 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial. La invasión de Polonia a manos de Alemania sorprendió a madre e hija en la villa italiana. Quisieron volver a Nueva York, pero la única manera de hacerlo era por mar… y Gibson ya había tenido suficiente. «Me aterra la idea de volver a viajar en barco, pero tampoco quiero quedarme en Italia ahora que la guerra ha estallado», solía contar la actriz en sus círculos más íntimos.

En pleno avance de las tropas fascistas, con la Italia de Mussolini y la Alemania de Hitler a la cabeza, las autoridades propusieron a la intérprete y su madre convertirse en espías del régimen. Hechizadas por los progresos de las potencias del Eje –en especial, Pauline–, ambas aceptaron la oferta, aunque apenas unos años después Gibson se echó atrás. Fue arrestada por la Gestapo y las SS en la primavera de 1944 y enviada a la infrahumana prisión de San Vittore en Milán, «una muerte en vida». Sin embargo, para su fortuna, le cayó en gracia al agente secreto italiano Luca Osteria, conocido como el «Dottor Ugo», un antifascista infiltrado en el régimen de Mussolini. Con la ayuda del Arzobispo de Milán y del joven capellán Giovanni Barbareschi, y bajo el pretexto de que «había sido una espía del Régimen», la actriz consiguió escapar a Suiza cuando el conflicto agonizaba. Allí fue interrogada por James G. Bell, el vicecónsul de Estados Unidos, que incapaz de sacar conclusiones sobre la implicación real de Gibson como espía nazi, la dejó libre de cargos.

De vuelta en París y perseguida por los múltiples traumas que habían marcado su vida, Gibson, que había sobrevivido al Titanic, a una cárcel fascista y a la persecución de la prensa del corazón, no logró sobreponerse a los caprichos de su propio organismo. Rodeada de lujo, falleció durante la noche del 17 de febrero de 1946 mientras pernoctaba en el exclusivo Hotel Ritz de París. Solo tenía 56 años. Su muerte fue una losa difícil de llevar para su madre, Pauline, tan vinculada a ella que sufrió lo impensable durante los quince años siguientes, en los que culpó a las tropas Aliadas de la muerte de su hija. «Estados Unidos nunca la ha tratado como merecía, ni siquiera después de que consiguiese liberarse, en lo que nunca la ayudaron», solía aclamar Pauline… con un discurso cada vez más proclive a los ideales de Hitler y Mussolini.

Eso sí, Pauline heredó la mayor parte de la millonaria fortuna de su hija, que le reservó un pellizco al español Emilio Antonio Ramos, la persona con la que en sus últimos tiempos mantuvo una relación furtiva. A las órdenes de Franco, Ramos era entonces el agregado de prensa de la Embajada de España en París y presumiblemente, la persona con la que Gibson compartió su último aliento, aunque éste nunca lo confirmó. En cualquier caso, su adiós a la vida fue tan lacónico como enrevesada había sido su existencia, tanto en el ámbito personal como en Hollywood, donde siempre será recordada como una de las mejores intérpretes que tuvo en sus inicios la industria del celuloide.