Festival de cine de Cannes, día 4: Otra joya del autor de ‘Ida’

Como siempre continuamos nuestro seguimiento informativo del Festival de Cine de Cannes ofreciéndoles las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC. A estas crónicas se puede sumar otras informaciones adicionales si se considera oportuno.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Otra joya del autor de ‘Ida’

El director Pawel Pawlikowski confirma con ‘Guerra fría’ que es uno de los grandes y escasos creadores de nuestro tiempo

Carlos Boyero – EL PAIS (12 de mayo de 2018)

Cannes – Incluso en sus ediciones más fatigosas tenías la certeza de que el Festival de Cannes siempre guardaba varios ases en la manga, que no te irías de aquí sin ver algunas películas extraordinarias, de directores consagrados o de otros que se iniciaban en el cine con un talento fuera de lo común. Cannes tiene el privilegio de poder escoger lo más selecto del mercado. Esa tradición se rompió el año pasado con una programación en la que casi todo era insalvable, si aplicamos un criterio piadoso.

No sé lo que nos deparará este año, pero tengo claro que acabo de gozar con una película memorable, que cuando haya pasado mucho tiempo seguiré recordando que el primer contacto con ella fue aquí. Se titula Guerra fría y la firma el director polaco Pawel Pawlikowski. ¿Que quién es este tipo? Pues nada menos que el autor de Ida, una de las cosas más insólitas y hermosas que le han ocurrido al cine en los últimos años. En ella utilizaba una estética prodigiosa, imágenes en blanco y negro que se quedaban en la retina y narraba la historia de una novicia que sale al mundo exterior para descubrir horrores del pasado que padeció su desaparecida familia. También para tomar contacto con la realidad y decidir si prefiere lo terrenal, con los problemas que acarrea, o volver definitivamente al enclaustramiento.

Cinco años después, este director confirma con Guerra fría que es uno de los grandes y escasos creadores de nuestro tiempo. Solo necesita hora y media para contar con belleza, profundidad, sentimiento, sutileza, romanticismo y dureza el amor de una pareja imposible por decreto de las circunstancias a lo largo de una década. Transcurre en Polonia y París desde finales de los años cuarenta al estertor de los cincuenta. La protagonizan un director musical y rastreador de talentos entre la música popular y una mujer singular a la que ha descubierto. Se supone que el folclore debe de estar al servicio del pueblo, de la causa proletaria y del padre Stalin. Se impondrá el exilio a París, las separaciones y los reencuentros, el ni contigo ni sin ti, la supervivencia a alto precio emocional, la aparición de otras personas, la desesperada certidumbre de que la única solución para no separarse más solo puede ser trágica.

No se habla mucho, pero las imágenes describen infinitas y hondas sensaciones. Y esas imágenes tan bellas jamás son artificiosas, relamidas o gratuitas. Miradas, gestos y silencios están impregnados de atmósfera y autenticidad, hablan de lo que ocurre en el corazón y en la cabeza de esos personajes, también del lastre que les supone el entorno para vivir la plenitud. Y te contagia sus momentos de alegría, su miedo, su aturdimiento, su deseo, su pena, sus celos, su coraje final.

Me llegan rumores de que Pawlikowski quiere filmar la adaptación de una obra maestra del escritor Emmanuel Carrère titulada Limónov. Y me ilusiono pensando en lo que puede hacer con ese suculento material de esa novela, con ese personaje tan volcánico como fascinante.

Tras haber disfrutado tanto, me resulta cansino tener que citar la enorme vacuidad y la afectada tontería de la francesa Plaire, aimer et courir vite, de Christophe Honoré, centrada en las relaciones cruzadas de un grupo de homosexuales a principios de los años noventa, cuando el sida vivía su macabro esplendor.


El polaco Pawlikowski arrasa con la obra maestra «Cold War»

El director de «Ida» dedica a sus padres una demoledora y mágica historia de amor, música y vida

Oti Rodríguez Marchante – ABC (12 de mayo de 2018)

Se acabaron las críticas al Festival, a sus horarios, intenciones y embargos. Ha vuelto a su lugar, al de mejor certamen de cine del mundo, y allí lo ha llevado la película polaca «Cold War», de Pawel Pawlikowski, una de esas obras que te arrebata hasta la última moneda suelta del bolsillo más íntimo. Pawlikowski ganó el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa con la inolvidable «Ida», y ahora consigue «taparla» con esta otra, una historia mucho más que romántica en la Polonia de después de la guerra y en el siempre nos quedará París de las vanguardias. En un blanco y negro demoledor, cuyos momentos, imágenes, planos, se merecen la emoción de verlos más tiempo aunque fuera colgados en una pared de Museo. Y con una música que va de íntegra a integrada y que resuelve sentimientos como lo hacía aquella de Preisner en el cine de Kieslowski, con quien tiene tanto que ver en lo esencial Pawlikowski.

La historia se la dedica el director a sus padres, probablemente porque hay en ella no solo biografía propia sino también todo ese ilusorio colorido con el que cada uno, si pudiera, si tuviera ese inusual talento, honraría la suya propia. La primera mitad es un portento visual y narrativo, en el que se cuenta el encuentro entre un músico encargado de un programa de coros y músicas tradicionales y una joven cargada con una hermosa voz y una gran experiencia en tragedias sociales y familiares (qué línea de diálogo cuando él le pregunta por qué mató a su padre: «Porque me confundió con mi madre y yo tenía un cuchillo para demostrarle la diferencia»).

La pareja protagonista, Tomasz Kot y Joanna Kulig, tan llenos de halo, de imán, provocan un irremediable efecto «Casablanca» empapado de otros materiales de construcción, el cemento del muro entre dos mundos y la imposibilidad de vivir de otro modo que entre reencuentros y adioses. Con cuánta autoridad y belleza narra Pawlikowski el amor rotundo y sincopado, entre un nocturno y jazzístico París, junto a esa imposibilidad de romper los muros…, y con cuánta sensibilidad y sutileza disuelve los líquidos individuales en una solución de pareja.

La precisión del plano y del sentimiento, el magistral control de lo que quieres decir, y cómo, y dónde y por qué, la conversión en zumo cinematográfico de la voz, la música, la presencia y la química de esos personajes, de esos actores, ese final portentoso, hacen de «Cold War» una obra mayúscula, mareante, apasionante y de (o para) cualquier época y lugar. Ahora es inimaginable que exista posibilidad alguna de ver aquí nada mejor, ni más lleno, premiable o digno de admiración.

No tiene ningún sentido hablar, tras Pawlinowski, de la peliculita francesa de Christophe Honoré, «Plaire, aimer et courir vite», que también salió a competir por la Palma. No hay nada en ella que tenga el menor interés cinematográfico, y aún menos después de ver en «Cold War» todo eso que convierte al cine en un lugar del que no se sale fácilmente, ni impunemente.

Y también era el día, o la tarde, de Godard y su última aportación al séptimo arte, «Le livre d’image», pero, por no poner a una avispa muerta a los pies del vitalísimo hormiguero emocional de Pawlikowski, casi es mejor dejarlo para la próxima entrega, junto a Jia ZhangKe y su filme traducido aquí como «Les éternels».