‘Isla de perros’, la última película del director norteamericano, marca un hito en el cine de animación
EL MUNDO (12 de mayo de 2018)
Alexandre Desplat, músico, compositor de la banda sonora de Isla de perros y de otras tres películas de Wes Anderson, ha dicho: «No se parece a nada que hayas visto antes». ¿Manida frase publicitaria, no? El caso es que es verdad: Isla de perros no se parece a nada que uno haya visto antes, es un punto y aparte, una obra de arte total sólo al alcance de un genio. ¿Exagerado? No importaría. Los resultados cantan, y en España, sólo algo más de 60.000 espectadores se han decidido a ver esta obra maestra de la animación. Gravísimo error. Toda persona interesada por el arte debería ver Isla de perros. Nadie se arrepentirá.
Si la corta carrera de este cineasta guaperas, de melenita y aires de pijo ilustrado ya merecía toda la atención por su variedad y originalidad, no está al alcance de cualquiera haber filmado, todas seguidas, cuatro películas tan potentes como Fantástico Sr. Fox (2009), Moonrise kingdom (2012), El gran hotel Budapest (2014) e Isla de perros. Habiendo debutado en el largometraje en 1998 con Academia Rushmore, ese impresionante póker de títulos convierte a Wes Anderson en uno de los cineastas más relevantes del siglo XXI, pese a que títulos como Life aquatic (2004) y Viaje a Darjeeling (2007), aunque notables, no estuvieran a la altura de su descomunal talento. Sí lo estuvo Los Tenenbaums (2001), su revelación entre nosotros, un cítrico retrato familiar que confirmaba el interés constante de Anderson por las familias tocadas del ala.
¿Hay que decir ahora que los padres de Anderson se divorciaron cuando el futuro cineasta tenía ocho años? Quizá no, pero ya está dicho. Wesley Mortimer Wales Anderson nació en Houston en 1969, sin problemas, hijo de un publicista y de una arqueóloga. Tiene un hermano médico y otro hermano, Eric Chase Anderson, pintor y escritor. Con ascendencia nordeuropea, he aquí a una familia culta y liberal que nunca situaríamos en Texas, sino en Nueva York, que es donde vive Wes Anderson cuando no vive en París. Tampoco imaginamos a un texano -todo son prejuicios- estudiando Filosofía en Austin, pero eso es lo que hizo Anderson tras pasar por la exclusiva St. Johns School, cuyo ambiente inspiró su caricaturesca y gamberra Academia Rushmore.
También productor y guionista, Anderson, de gran pericia técnica y de gran ambición estética, no es solamente un cineasta formalista, pero ya ha acreditado un estilo con constantes: el uso de colores planos y fuertes, el pictoricismo del vestuario y los decorados, el empleo del gran angular, los encuadres frontales y simétricos o la cámara lenta. Anderson es rabiosamente moderno -y de humor tierno y corrosivo a la vez- desde un conocimiento profundo del cine clásico y es brutalmente cinematográfico desde su admiración por los grandes escritores: adaptó a Roald Dahl en Fantástico Sr. Fox y versionó el universo de Stefan Zweig en El gran hotel Budapest.
Música de variado registro, ruidos, silencios, grafismos, textura de palabras y voces en japonés y en inglés a cargo de reconocidos actores, maquetas, pinturas y dibujos, todo confluye en la esa obra de arte total que, como decimos, es Isla de perros, y que tiene como base la trabajosísima animación de figuras -de marionetas, si se quiere- siguiendo la técnica de stop-motion, esto es -estoy pez en el asunto-, consiguiendo la ilusión y la realidad del movimiento -¡y qué movimiento!- de dichas figuras a base de filmarlas, en su caso, a 12 fotogramas por segundo en sus decorados, con sus fondos y su iluminación como si se trataran de actores. Un lío: más de 40 sets, cerca de 20 animadores trabajando en lugares distintos a la vez, piezas hechas de acero… Fascinante. A quienes estén interesados, les recomiendo el último número de Caimán, en el que se explica la cosa al detalle y se entrevista al cineasta y a sus principales colaboradores en el guion, los primos Coppola, Roman, hijo de Francis Ford Coppola, y Jason Schwartzman, sobrino del director de El Padrino, miembros frecuentes -con Owen Wilson- de los equipos y repartos de Anderson.
Cinco perros y un niño japonés piloto son los principales protagonistas de Isla de perros, que cuenta la historia de una peste canina inducida por un alcalde dictadorzuelo para desembarazarse de los chuchos y recluirlos en un islote abandonado y lleno de basura: aventura, amor, amistad, soledad, rebeldía y hasta metáforas sociales y políticas en una comedia dramática emocionante y sugestiva como pocas.
Wes Anderson vive y tiene una hija con la excepcional ilustradora libanesa Juman Malouf, con la que colecciona arte y antigüedades. Que lo tiene todo, vaya.