Han Solo: una historia de Star Wars: La críticas

Seguidamente pueden leer las principales críticas de la prensa española sobre la película. Las opiniones sobre este film pueden incrementarse en los próximos días.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Han Solo: una historia de Star Wars: Antes de encontrar la Fuerza y el Carisma

Un Han Solo de joven, en una aventura anterior a su fama y con el carácter de génesis, y en la que falta, lógicamente, Harrison Ford

Oti Rodríguez Marchante – ABC (25 de mayo de 2018)

Al hilo de esa máxima religiosa de nuestro milenio de que todo es reciclable, ha caído en su container el personaje de Han Solo, tan supurante de melancolía para millones de personas como su foto de Primera Comunión. Un Han Solo de joven, en una aventura anterior a su fama y con el carácter de génesis, y en la que falta, lógicamente, Harrison Ford (con lo que de la foto de marinerito sólo nos queda el marco), y se le encarga lo imposible de la empresa al siempre reciclable Ron Howard, después de prescindir a medio rodaje de Phil Lord y Chris Miller, directores de «Lluvia de albóndigas» y sin duda tan joviales y gamberros como aquel Han Solo.

Para solapar a Harrison Ford, Ron Howard cuenta con Alden Ehrenreich, que encarna al chispeante personaje antes de encontrarse con los protagonistas y compañeros de la saga galáctica, pero, sobre todo, antes de encontrarse con su propia gracia y chispa, por lo que deja ver en esta película. Y su aventura tiene aroma analógico, aunque haya algunos momentos con cierto calentón de espectacularidad, como el del asalto al tren, y un ritmo a la carrera entre persecuciones, duelos y quebrantos. Aroma analógico en el sentido de que le falta luz, brillantez, contraste y profundidad, y en realidad la película funciona más como foto nostálgica —aunque solo quede el marco– de asuntos tan trascendentales como el primer encuentro entre Han Solo y Chewbacca, o la primera vez que Han Solo pilota el Halcón Milenario. Y aunque se cite como una historia de «Star Wars», lo mejor de la película es precisamente lo que no pertenece a esa historia después (o antes) vista, es decir Emilia Clarke y Woody Harrelson, y un robot llamado L3 y que apunta maneras. Pero, hay tanto material reciclable de «Star Wars», tanto «spin off», vía secundaria, secuela y precuela, por delante y por detrás, que igual este Han Solo acaba siendo un clásico.


Han Solo: una historia de Star Wars: Una oda al marrón y al gris

El director aporta su experiencia como narrador, pero despliega una puesta en escena y un montaje sin chispa ni garra

Javier Ocaña – EL PAIS (25 de mayo de 2018)

Lo fácil sería afirmar que resulta imposible que una película por la que han pasado varios directores, que se ha enfrentado a despidos y a cambios de reparto y que supuestamente ha rehecho bastante más de la mitad de lo que ya se había filmado, pueda estar cerca de la excelencia. Lo fácil sería decir que es improbable que un personaje inmortal alcance en una historia sobre su juventud la mítica de su ascendente y más cuando su intérprete es una leyenda en sí mismo. Pero solo hay que recordar lo que ocurrió en el rodaje de Lo que el viento se llevó, o lo que logró Robert De Niro con el Vito Corleone de la segunda entrega de El padrino, para confirmar que en esto del cine nadie sabe nada y que incluso de los terremotos laborales puede surgir una obra maestra. ¿Palabras mayores? Sí, por supuesto, pero la saga galáctica también forma parte de esa liga de palabras mayores, y Han Solo, como se ocupa de subrayar su subtítulo, es Una historia de Star Wars.

De modo que abordemos la película que es, y no la que hubiera podido ser, y desprendámonos de los prejuicios en torno a la aureola de un personaje fascinante, porque el trabajo de Alden Ehrenreich, sonrisa carismática, gesto burlón, heredero de Harrison Ford, quizá sea lo mejor de la función, Eso sí, de una función desteñida, en tiempos de ausencia de riesgo, y de errónea concepción artística en relación con su tono narrativo.

Al mando de un académico como Lawrence Kasdan, guionista de El imperio contraataca, el relato de Han Solo regresa a la linealidad temporal, y al clasicismo original de las aventuras espaciales que articulaban la primera trilogía de la saga. Aunque, como se ocupa de resaltar el texto del prólogo, ataviado con un espíritu de salvaje Oeste, que lo hace entroncar con el género, en cierto modo, hermano del que inspiraba la concepción original de George Lucas: el cine de samuráis.

Así, pese a algún apunte inicial de corte social, con esas secuencias de colas de refugiados que podrían servir de metáfora de la realidad contemporánea, la historia de Kasdan apela a la aventura y al western clásicos para conformar una película que, en su visualización posterior, Ron Howard y sus ayudantes artísticos se ocupan de emborronar. Porque, frente al romanticismo de la pareja de protagonistas, plena de química entre Ehrenreich y Emilia Clarke, la imagen de Han Solo está presidida por un infecto tono marrón: en los escenarios, en la escala fotográfica e incluso en el vestuario. Particularidades formales que podrían encajar en un western crepuscular, de tiempo que se agota, pero nunca en la desprejuiciada space opera que se supone que había escrito Kasdan, de época que comienza.

Mientras, Howard aporta su experiencia como narrador, pero, como nunca fue nadie en materia de cine de acción, despliega en las secuencias de lucha y combate una puesta en escena y un montaje añejos, sin chispa ni garra. Un aire frustrante del que solo se escapa en la media hora final, gracias a la ambigüedad de dos de sus personajes —uno en el sentido más macarra del término, al estilo del salvaje Oeste que debería ser toda la película; y un segundo en un sentido más trascendente—, y a un escenario que sin ser nada del otro mundo, un simple cielo azul, acaba otorgando luz a una innecesaria oda al color marrón gris.


Han Solo: el héroe sin alma

Luis Martínez – EL MUNDO (25 de mayo de 2018)

La condición del héroe es, por fuerza, contradictoria. No hay héroe consciente de serlo. En un instante de virtud, Rick Blaine (sí, el de Casablanca) renuncia a lo que más quiere y se sacrifica para, precisamente, salvar a lo que más quiere. Y salvarse él. Con Han Solo, y a un lado distancias siderales, ocurre algo parecido. Individualista, cínico, descreído, simpático y, sin embargo, fiel. Leal no sólo su gente sino a sí mismo, a su destino, que, en el fondo, es el de toda la saga de Star wars. Y el de nosotros. Por eso extraña tanto la jugada de Solo, una película que deja en manos no tanto de un actor despistado, que también, como de un guion conservador, plano y sin gracia el mayor de los tesoros para cualquier aficionado al género. O no tanto. Sólo Solo, o con Chewbacca, es la pieza que sostiene todo.

La idea es volver al origen y devolver al fan una película perfectamente ortodoxa. Lejos de los (felices) desvaríos de Rian Johnson en Los últimos Jedi, ahora se trata de recuperar algo así como las esencias y, ya puestos, evitar el escarnio en red. Miedo, llámalo pavor. Por eso quizá la sustitución atropellada de los directores necesariamente irreverentes Phil Lord y Christopher Miller, empeñados en hacer una comedia, por el siempre en su sitio Ron Howard. Pero se entiende mal que, en la salvaje política de reducción de riesgos, la cinta haya quedado reducida a una sucesión sin alma de escenas de acción muy lejanamente inspiradas por el western (gusta la escena del tren) entre una colección desangelada de espacios a media luz, cuando no simplemente mal iluminados. Y, sobre todo, resulta inexplicable el ocaso del héroe cuando debería brillar más. No es tanto contradicción como simple y triste despiste.

Con un poco de buena voluntad, la simpleza de la historia se podría leer y entender como un deseo por recuperar la fiebre de la aventura en su acepción menos cínica o, si se prefiere, menos inteligente. El problema es que el hilo conductor es la forja del héroe, del único posible. Y eso es un tema mayor que no se puede solventar con cuatro carreras. O no debería.

Si hacemos un poco de historia, gran parte de la responsabilidad del éxito inicial y unánime de ‘La guerra de las galaxias’ descansó en su capacidad para presentarse de manera perfectamente original en un lugar nuevo e ilocalizable. Todo sucede en el pasado, pero la hipertecnología vintage solo puede tener sentido en el futuro. Todo es nuevo, pero gastado y viejo. Y de la misma contradictoria manera, sus protagonistas reclaman la fuerza del individualismo como la única manera de solidaridad frente al poder uniforme y deshumanizado del imperio. Y ahí está Solo como paradigma; como referencia tanto para el liberalismo reageniano que vendría en los 80 como para los movimientos anti-establishment de antes. Y así.

En definitiva, Han Solo no sólo es el personaje que le robó la cartera y el plano a Luke Skywalker, también es el único que da sentido a todo esto. Su antirromanticismo, si se quiere, también es la marca de agua de su individualidad. Por ello, por su importancia, por su responsabilidad para sostener la mitología entera de Lucas, sorprende la corrección, la frialdad, la poca gracia de la película a él dedicada. Gracias a Alden Ehrenreich, el actor que toma el puesto de Harrison Ford, sabemos que Solo antes de héroe (o antihéroe) fue idiota. Y eso se digiere mal.

Hasta el momento, cada entrada en la colección de películas galácticas desde que JJ Abrams se hiciera cargo de todo había sido capaz de inventar algo, de aportar un enfoque o, simplemente, de sorprender. El amanecer de la fuerza era básicamente un regreso perfecto al origen, no era tanto remake como gloriosa repetición. Rogue one proponía una incursión turbia y magnética en el género bélico. Y en Los últimos Jedi, un paso más allá, Rian Johnson “traicionaba” a los fans y refundaba la saga entera colocándola en la frontera de lo nuevo, del fantástico sin más.

Ron Howard, hombre de oficio, opta por contener el gesto. En una historia lineal precipita a los personajes por un carrusel de escenas de acción tan entretenido, admitámoslo, y libérrimo como sin sustancia. Quizá simplemente caótico. Por un momento, se diría que toda la cinta es una composición de piezas que no terminan de encajar. Aquí, un guiño a Mad Max; allí, una revisión de los más clásicos asaltos al tren del dinero; acullá, el más feo monstruo jamás diseñado por un ordenador… Y al fondo, la gloriosa rebelión de los robots, pura comedia; una escena que queda aislada quizá como testigo de la película que pudo ser y no fue. Nos apostamos las manos a que esa secuencia es de Lord y Miller. Ver a L3-37 descomponerse como una figura de Lego sólo puede ser idea de los creadores de, en efecto, La Lego película.

Para cualquier aficionado a todo esto (es decir, para el mundo entero), la película ofrece algunos de esos momentos que, por qué no, cualquiera tuvo el derecho a imaginar alguna vez. La primera vez que se vieron Solo y Chewacca; el momento en el que los dos se embarcaron también por primera vez en el Halcón Milenario; la primera vez que se enamoró uno del otro y los dos por separado de quien tocara; la primera vez de la primera vez. En efecto, toda la película desde el enunciado del mismo título no es más que un ejercicio de nostalgia en diferido. O avant-la-lettre, que dicen en Francia. O debería serlo. Pues no. La única primera vez sentida como tal, es la de la primera decepción por lo que se está viendo.

Se antoja imposible salir de la sala sin preguntarse cómo habría sido esta película mucho más cerca del espíritu de su protagonista. Al fin y al cabo, Han Solo no sólo pertenece al ideario creado por Lucas sino, a su manera, al de todos nosotros. Su heroicidad tan lejos de estereotipos, tan a distancia de frases hechas, abre una brecha espacio-temporal en el género de aventuras. Su ironía, su egoísmo paradójico (cuanto más piensa en sí mismo más se impone la necesidad de sacrificarse por los demás) le colocan sencillamente en otro lado. Su congelamiento en carbonita todavía duele.

Por un momento, y sin adelantar nada, el Lando Calrissian de Donald Glover hace con Alden Ehrenreich lo mismo que Harrison Ford hiciera tiempo atrás con Mark Hamill. Pero, por encima de todo, que el personaje más carismático sea un robot que, atentos, acaba por transformarse en el alma de El Halcón Milenario, no es bueno. Es hasta malo. Malo por el lugar en el que queda todo lo demás.

Rick Blaine acabó por reconocer que su única nacionalidad era la de borracho. Los hermanos gemelos Epstein y guionistas de Casablanca convirtieron al más trágico de los personajes en el más bufón de todos ellos. Y en su irresponsable y perfecto guion, acabaron por construir la perfecta anatomía del único héroe necesario. Bogart como Ford. Blaine como Solo. Qué lástima.


Han Solo: una historia de Star Wars: Una galaxia sin estrella

Sergi Sánchez – LA RAZON (25 de mayo de 2018)

Cuando se supone que lo mejor que nos puede ofrecer este «spin off» de la saga galáctica es el improbable romance entre Lando Calrissian y un robot feminizado, el desconcierto es máximo. ¿No era Han Solo la principal atracción de esta feria? Al más carismático humano nacido de la pluma de George Lucas, que Harrison Ford interpretó con el encanto atlético, cínico pero heroico, de un joven Burt Lancaster, y al que le han salido hijos bastardos –por ejemplo, el Chris Pratt de «Guardianes de la galaxia»– hasta debajo de las piedras, le falta, precisamente, historia. Ron Howard, que tiene pinta de haberse encontrado el trabajo hecho, ha firmado una película del futuro como si solo existiera el pasado. Esto es, como si ese universo en constante expansión rizomática que es el de «Star Wars» necesitara completar su significado escribiendo unas memorias de juventud que nadie necesitaba leer. El guión de Lawrence y Jonathan Kasdan (recordemos que el primero escribió el de la imprescindible «El imperio contraataca») tiene algunas ideas ingeniosas, como la de presentar a Chewbacca como una especie de Yeti que surgió del fango dispuesto a comerse a Han Solo. Pero, en general, por muchos incidentes que la película se obstine en acumular, la trama se reduce a explicar cómo Han Solo se topa con el Halcón Milenario: hay una historia de amor imposible entre nuestro héroe y Qi’ra, que ha sido abducida como objeto de deseo por un mafioso de cara cortada, y el atribulado robo de una gran cantidad de Coaxium, codiciada fuente de energía que cotiza al alza en el mercado hipergaláctico.

La sombra del Imperio amenaza por los bordes de la trama, pero la película se limita a apuntarlos. Ron Howard aspira a reproducir la ligereza con que Lucas mezcló géneros –el de aventuras pero también el western o el cine negro– en «La guerra de las galaxias», pero la falta de creatividad que le caracteriza hace que el filme avance como un elefante en una cacharrería. Solo una escena de acción –la del tren-gusano en las montañas, tal vez herencia del paso de Phil Lord y Chris Miller en las sillas de director– es destacable. Lo más grave de «Han Solo: Una historia de Star Wars» no es ni siquiera Alden Ehrenreich, que intenta imitar la desfachatez de Ford sin vencer el fantasma del carisma de su modelo. Lo más grave es la extraña incompetencia visual del «look» de la película, sobre todo en las escenas de interiores, oscuras y monocromas como una caverna de la que quieres escapar a toda costa.


Han Solo: Una historia de Star Wars: ¡Que la fuerza nos acompañe!

Salvador Llopart – LA VANGUARDIA (25 de mayo de 2018)

Un Solo dentro de la sinfonía Star Wars con todo lo que tiene que tener. Una colección de escenas de espectaculares, empezando por la primera. Cuando conocemos a Han Solo adolescente (Alden Ehrenreich), el personaje que, en la trilogía original, interpreta Harrison Ford. Tiene humor, aunque no demasiado. Y monstruos de nombre imposible y facciones de látex. Tiene un droide nuevo, femenino y seductor, llamado L3. Además, responde a preguntas que uno quizá ni tan siquiera se había planteado. Como ¿Por qué Solo se llama Solo, eh? ¿Cuándo y cómo se conocieron él y Chewbacca? Y ¿En qué forma le birló Solo el Halcón Milenario a Lando Calrisian, su propietario original? ¿Les interesan las respuestas? Pues sepan que son cuestiones esenciales en la mitología galáctica… para quien le preocupan esas cosas.

Arranca como una historia de adolescentes de marcha. Con el joven Solo/Ehrenreich jugando al chico malo con su novia, Qi’ra, o sea, Kira, una joven que se parece a la Kalesi de Juego de Tronos, y que sí, es ella, Emilia Clarke, la verdadera. Aunque en pilluela y morena. La cosa deriva luego hacia un entramado de timos, mentiras y atracos con un innegable aire de western. Con Dryden Vos (Paul Bettamy) y su Luca Brasi particular, Tobias Beckett, un pillo redomado con las facciones enloquecidas de Woody Harrelson.

Solo, la película, tiene eso, sí, y de acción, va sobrada. Pero le falta algo importante: ese algo más que podríamos llamar magia. Howard dirige con oficio aunque sin chispa, como siguiendo una sucesión de puntos marcados de antemano que hay que ir uniendo. Al director de Apolo XIII, entre otros títulos, lo llamaron, dicen, para salvar un invento que le falta fuerza; tampoco él va sobrado de fuerza, la verdad, esa fuerza del todo esencial en Star Wars. El filme se percibe como una distorsión, un eslabón por libre, no del todo bien engarzado con la saga. Con el filme saltamos de escena espectacular en escena espectacular, hacia otras menos conseguidas. Sin sorpresa. ¿Que sabremos por qué a Chewbacca le llaman Chewie sus amigos? Ya, y eso ¿es suficiente?

¡Que la fuerza nos acompañe!


Han Solo: Una historia de Star Wars’: sin trampas, sin riesgos

¿Cómo sería ‘Han Solo: Una historia de Star Wars’ si no hubieran sido despedidos Christopher Miller y Phil Lord para ser sustituidos por Ron Howard?

Quim Casas – EL PERIODICO (25 de mayo de 2018)

¿Cómo sería Han Solo: Una historia de Star Wars, segunda entrega, tras Rogue one, de lo que Disney ha dado en llamar Star Wars Anthology, si no hubieran sido despedidos a las pocas semanas de comenzar el rodaje los dos directores inicialmente contratados, Christopher Miller y Phil Lord, para substituirlos por Ron Howard? Nunca lo sabremos, aunque quizá se han conservado cosas de ellos en el montaje final. Pero no es muy difícil imaginar que habría sido otra película bien distinta, porque los responsables de Lluvia de albóndigas y La LEGO película se parecen como un huevo a una castaña al director de Cocoon y Willow.

Quizá, en este caso, quien este al mando sea lo de menos. El concepto de esta evocación de los años de juventud de Han Solo, futuro mercenario del espacio, descreído y socarrón, parece clarísimo a tenor del resultado final, que es el que cuenta, porque no vamos a conocer otro: respetar escrupulosamente el sentido aventurero de la primera película y apelar a la congratulación de los seguidores de la serie viendo los primeros vuelos del Halcón Milenario, cómo se conocieron Chewbacca y Solo y las primeras disputas entre este y un Lando Calrissian interpretado por el multifacético Donald Glover, quien se merienda al advenedizo Alden Ehrenreich en todas las tomas y resultó la verdadera estrella del evento apareciendo hace unas semanas como presentador de Saturday Night Live.

Howard, que ha hecho filmes fantásticos bien distintos a este, caso de Un, dos, tres… splash entre los mejores, Cocoon entre los más exitosos y El Grinch entre los más marcianos, se muestra aplicado con una historia que no está escrita por George Lucas pero la podría haber firmado perfectamente el creador de la franquicia. El guión es responsabilidad, en todo caso, de Lawrence Kasdan, que está presente desde los tiempos de El imperio contraataca, y de su hijo Jonathan. Fieles, todos, al espíritu original. Sin trampas ni alteraciones. Sin riesgos.

La secuencia del asalto al tren bala es excelente: circula por un raíl estrecho en medio de un paisaje nevado y arisco, y es capaz de girar sobre sí mismo en un efecto visual precioso y trepidante. El vuelo del Halcón Milenario en medio de un maelstrom es también sugerente. Pero algunos personajes, sobre todo el aún novel y vanidoso Solo, tienen escasa empatía. Como siempre, los villanos, caso del Beckett encarnado por Woody Harrelson, o la ambivalente novia del protagonista, superviviente nata en un medio hostil y corrupto, ganan con creces al héroe.