Seguidamente pueden leer las principales críticas de la prensa española sobre la película. Las opiniones sobre este film pueden incrementarse en los próximos días.
Marta Blanco
Redacción de ESTRELLAS EN LA NOCHE
Jurassic World, El reino caído: Otra de jurásicos
Como cualquier cinéfilo sensato, me he enamorado desde que era un bebé (o antes) del cine de aventuras
Carlos Boyero – EL PAIS (8 de junio de 2018)
Es muy corta la filmografía de un director llamado J. A. Bayona, pero su crédito comercial impresiona. Hasta el punto de que el imperio Spielberg haya recurrido a él como conductor del filón dinosauril para que las arcas continúen gordas y felices. Creo que Jurassic World: el reino caído es la quinta criatura que ha parido la saga. No llevo la cuenta, mi memoria se resiste a ello en nombre de la higiene mental. Le ocurre lo mismo con las cansinas guerras galácticas (qué horror la prescindible juventud de Han Solo en medio de una fotografía oscura que agrede a la vista), los superhéroes de cartón (que el diablo se cebe con los vacuos, ruidosos e insoportables Vengadores) e incluso la estratégica inmersión del sabio Spielberg en realidades virtuales, videojuegos y otras cositas modernas y al parecer imprescindibles en la mareante Ready Player One. También constato que en la mayoría de ese cine los planos no duran más de diez segundos. Imagino que en la certeza de que los espectadores desertarían de todo lo que no sea frenético.
Y, como cualquier cinéfilo sensato, me he enamorado desde que era un bebé (o antes) del cine de aventuras. El que mi intransferible sentido del gusto considera bueno. Crecí con maravillosas películas de aventuras firmadas por gente que dominaban todos los géneros, directores como Walsh, Tourneur, Hawks, Fleischer, Lean (sí, Lean, son apasionantes las legendarias aventuras en el río Kwai, las del visionario coronel Lawrence en Arabia o las del trágico doctor Zhivago en la convulsionada Rusia) y tantos otros. Y no puede ser casual que el inmenso Sean Connery protagonice las tres inmarchitables películas de aventuras de los años setenta, o sea, El hombre que pudo reinar, El viento y el león y Robin y Marian. También la admirable Tiburón. Y a partir de ahí mi memoria se torna débil, aunque reconozca los muchos méritos de Indiana Jones y del arranque galáctico. Cuestión de gustos, repito.
Tengo la sensación de que el guion es lo que menos importa en el actual cine de aventuras. Incluyo a Jurassic World: el reino caído. Tampoco es trascendente la personalidad del director. Yo creo que las realizan una lista interminable de ejecutivos. O simplemente, los ordenadores. Y, cómo no, es fundamental el trabajo de los publicistas, merchandising y creadores de videojuegos. El resultado final no me otorga ni frío ni calor. No he seguido las últimas movidas de los lagartos prehistóricos en la isla Nublar. Ahora, como siempre, están en peligro. Debido al inmenso negocio que sus facultades pueden generar, a la voracidad y a la falta de escrúpulos morales que caracteriza al mercado. Pero la exgerente del parque temático y su antiguo novio se empeñaran en proteger su supervivencia. Todo ello acompañado de incesantes rugidos de los velocirraptores (hay dinosauritos y dinosauritas, dinosauriazos feroces y dinosauriazos templados) y de la abusiva música con la que Bayona impregna siempre sus imágenes.
Me ocurre algo lamentable con la casi totalidad de los actores y actrices jóvenes y es que no los recuerdo de una película a otra. Tampoco me sugieren nada especial. Ni percibo su presunto magnetismo. Y como tantos espectadores, siempre me ha parecido fundamental el imán y la credibilidad de los intérpretes. Solo me distraigo un poco cuando aparecen brevemente actores de toda la vida, como los siempre modélicos James Cromwell y Toby Jones. Pero el consuelo es mínimo.
Jurassic World, El reino caído: Gran bayonetazo al mundo de Spielberg
Bayona ha hecho la mejor de la serie desde que Spielberg era joven
Oti Rodríguez Marchante – ABC (8 de junio de 2018)
La segunda mejor idea spielbergiana para afrontar esta secuela de «Jurassic World» ha sido darle le dirección de los mandos a Juan Antonio Bayona, que tiene una acreditada facilidad para hacer cine imposible, además de un singular modo de bombear sentimientos al corazón del terror. Recoge el testigo del director de la primera entrega (de esta segunda serie), Colin Trevorrow, que es, también, el guionista de esta última, y le provocan a la película un volcán físico y emocional con la que es la primera y mejor idea: ¿en qué lugar de nuestra sociedad tan volcada con los derechos de los animales se colocan estas especies recicladas y manipuladas genéticamente, aun sabiendo que algunas de ellas ponen en peligro la civilización?, ¿qué es lo natural, permitir de nuevo su extinción o evitarla?… El dilema impregna por completo toda la película, y le permite a Bayona algunos de los momentos más «políticos», polémicos, manipuladores y sentimentales de toda la saga, con un dinosaurio despidiéndose de su lugar en el futuro entre el desmoronamiento de la Isla Nublar… Como en las viejas películas de Tarzán, lo civilizado no está en los comportamientos del «hombre blanco», siempre con la bala en la recámara, sino en el respeto a los «otros», la educación (Chris Pratt como maestro de velocirraptores), la convivencia siempre tan complicada y la aceptación de que todo, el mundo entero, es un parque temático.
Bayona exprime el espacio de la Isla Nublar hasta que le entrega su última gota, y tiene aún la osadía de encontrarle a sus monstruos un territorio más clásico y propio del cine de terror: una gran mansión, y es ahí donde demuestra personalidad como director y le ofrece a un descolocado espectador una magnífica ensalada de brutal tensión, espectacular incoherencia argumental, dudas existenciales y ecológicas (¿aprieto o no el botón rojo?), dientes, carreras y corazón, pero en un malicioso juego a pena cambiada: hacia quiénes y por qué se dirige la aflicción del público.
La pareja Chris Pratt y Bryce Dallas Howard funciona con la misma química y tono que en la película anterior: Pratt es el actor que mejor corre de espaldas a la cámara y Howard podría ser ministra en el Gabinete de Sánchez. La parte infantil (sin niño en peligro no hay «jurassic effect») la borda la niña Isabella Sermon. Sí, se puede decir: Bayona ha hecho la mejor de la serie desde que Spielberg era joven. Y le abre las puertas de par en par.
Jurassic World, El reino caído: una soberbia aproximación al dinosaurio que llevamos dentro
Luis Martínez – EL MUNDO (8 de junio de 2018)
Cuando los escolásticos debatían los atributos de Dios, lo más aberrante que se les ocurría era dudar de su existencia. Si todos, creyentes y descreídos, tenemos una idea clara del concepto de perfección divina, ¿cómo podemos siquiera imaginar que no exista? ¿Puede ser perfecto alguien sólo imaginado? Con los dinosaurios, y no me miren así, ocurre algo parecido. Son monstruos, sí, pero lo que les hace diferentes a todas las demás criaturas de la noche, lo que les califica como los seres más demoniacos de todos, es que pisaron los mismos caminos que ahora pisamos. A su manera, ellos fueron nosotros. Su perfección como aberración les condenó a existir. Y luego a desaparecer. Llámenlo argumento ontológico sáurico.
Hasta la fecha, la saga creada en 1993 se había centrado en este punto. La idea no era otra que otorgar al cine la gracia exacta y perfecta de la reconstrucción. Todo lo que puedas imaginar existe ya, era el mensaje que nos lanzaba Spielberg desde aquella primera película. Y de ahí su importancia si se quiere histórica. El blockbuster entraba en una nueva dimensión tan gozosa como ontológica. No hay límites.
Pues bien, lo que hace el filme de J. A. Bayona es colocarnos en el otro lado, dar un paso más hacia el mismo abismo. Ahora, en esta quinta entrega, lo que importa no es tanto la meticulosa reconstrucción del monstruo, que también, como el valor de su existencia en el sentido más íntimo. Existen sí, pero dentro de nuestras peores (o mejores, según se mire) pesadillas; existen por la sencilla razón de que ellos “somos” nosotros. Y ésta sí es la prueba irrefutable de su perfección.
Jurassic World: El reino caído “colorea” de terror gótico lo que hasta la fecha sólo había sido maravilla pintada de estruendo. Por primera vez la película sale del parque temático en el que se encontraban prisioneros los “lagartos terribles” (eso significa dinosaurio según el término creado por el paleontólogo Richard Owen); por primera vez, la manipulación genética alcanza al mismo ser humano, y, por primera vez, la suerte del monstruo es compartida por cualquiera de nosotros. El viaje que nos propone Bayona es, por así decirlo, hacia fuera, hacia el ancho mundo. Pero, y esto es lo relevante por paradójico y esencialmente brillante, hacia dentro, hacia lo más tierno de nuestros temores. Aplausos. ¿Hemos dicho ya que se trata de la mejor entrega de Jurassic Park desde 1993?
En un momento de la cinta, el más irrenunciable de todos ellos, la niña contempla su reflejo en el cristal. Y allí se ve ella transfigurada en el peor de sus temores. Es, de repente, la propia idea de representación la que se cuestiona y, apurando, la misma idea del cine la que se convoca. Es sólo un destello, pero ahí cabe un mundo, una declaración de principios. ¿Cuánto de ficción o sueño arrastra la realidad para ser comprensible? Y ahí, en la dureza y pureza de la pregunta, queda detenida toda una soberbia y hasta transcendental película.
A su manera, y por todo lo anterior, El reino caído se debate contra todas las secuelas precedentes. El principio es la isla que explota. Ya nada puede volver a ser igual. Y así, y aunque se reproduzcan matizados cada uno de los lugares comunes patentados por Spielberg y Colin Trevorrow, todo se antoja si no contrario a lo ya visto, sí diferente. A un lado el hecho de queChris Pratt y Bryce Dallas Howard vuelven a jugar a ser Cary Grant y Katharine Hepburn con simpático acierto, sin tener en cuenta esa escena de introducción cerca de lo memorable y haciendo abstracción de la insistencia “spielbergiana” por el drama familiar, queda lo demás. Y el resto es, en efecto, la demostración ontológica de que los dinosaurios no desaparecieron nunca. Ahí siguen, dentro de nosotros, perfectos en su más íntima definición. San Anselmo, di algo.
Jurassic World, El reino caído: Todo es posible, Bayona
Carmen L. Lobo – LA RAZON (8 de junio de 2018)
En lo más profundo del océano, donde comenzó la vida entre el fango. Un lugar cerca de Costa Rica, noche cerrada, llueve a cántaros, y varios hombres intentan arrancar algo del mismo fondo. De pronto, el mar tiembla y aparecen ellas, las enormes criaturas prehistóricas. Ya están aquí. Por quinta vez. En 1993, Steven Spielberg conseguía de nuevo meterse en el bolsillo al público del planeta tierra con «Parque Jurásico», o la más rentable hasta entonces resurrección cinematográfica de aquellos seres que poblaron un mundo que se congeló y acabaría por exterminarlos. Desde entonces, hubo otras entregas de la saga, pero nada consiguió siquiera igualarla, porque Spielberg es muy grande. El primer mérito de Bayona, pues: haber dirigido un filme muy decente y además respetuoso con respecto al original. Y, paradójicamente, el segundo, y entramos ya en harina: el saber combinar el cine de bichos raros con el catastrofista, dos especialidades que el conoce y controla bastante bien, aunque a veces se le digan más piropos que los que merece. De manera que he ahí una tremenda erupción volcánica que amenaza a los dinosaurios que todavía quedan vivos en la Isla Nublar, donde han campado libremente años tras la desaparición del parque temático susodicho y que ahora pueden morir todos sepultados bajo la ardiente lava.
Claire Dearing, su ex gerente, se ha convertido en una ferviente defensora de estas hermosas moles y decide salvarlas ayudada por Owen Grady, que también trabajó en aquel recinto como entrenador, y el magnate, hoy un anciano enfermizo en silla de ruedas, que dio lugar a todo tiempo ha. Añadan al grupo humano animalista un chico negro en cuyas espaldas hipotéticamente recaían los chistes de turno para desengrasar de tanto estrés, aunque maldita la gracia, una niña muy espabilada clave a lo tonto en el devenir de la historia, varias escenas de acción realmente efectivas y aparatosas, una panda de millonarios sin escrúpulos de subasta, una banda sonora que no se para ni para tomar aliento y un par de escenas con sombra dignas, eso sí, del mejor cine clásico, agiten con vigor la coctelera y obtendrán un señor taquillazo en toda regla. Bayona, eres un monstruo.
Jurassic World, El reino caído: Marca Spielberg, sello Bayona
Jordi Batlle Caminal – LA VANGUARDIA (8 de junio de 2018)
A nadie se le escapa que, al aceptar un proyecto como Jurassic world: El reino caído, J. A. Bayona asume un notorio recorte en el apartado de la creatividad personal: aquí hay unas reglas del juego preestablecidas, unos patrones narrativos, unas iconografías sagradas y escaso margen para la improvisación. En cualquier caso, este reto, para alguien como Bayona, para quien Spielberg es, como Billy Wilder para Fernando Trueba (quien, por cierto, aparece en los agradecimientos finales), Dios, no supone ningún inconveniente, al contrario: por fin, después de rendirle homenaje en espíritu y caligrafía (en Lo imposible había algo de El imperio del sol, así como una cita explícita a Encuentros en la tercera fase en Un monstruo viene a verme), Bayona juega de manera legítima en la liga de Spielberg. Y el cineasta catalán, agradecido y generoso, no sólo pone su talento, que es mucho, en el universo jurásico, sino que, muy sutilmente, se aproxima al de Indiana Jones: Chris Pratt rodeado por la lava como el valiente arqueólogo por la marabunta en la cuarta entrega de sus aventuras o irrumpiendo puños en ristre en la delirante escena de la subasta de dinosaurios.
La película de Bayona mantiene el excelente nivel alcanzado en Jurassic world por Colin Trevorrow (aquí en funciones de coguionista y productor ejecutivo) y ofrece un espectáculo brillante, efervescente, con dos partes diferenciadas. La primera hora, en la isla del filme precedente, amenazada por un volcán furioso, es genuina aventura fantástica con la magia de Julio Verne adherida a las imágenes. La segunda, que transcurre en una mansión aristocrática, es nocturna y más siniestra y entronca con el Bayona gótico. Contiene la mejor secuencia de la obra, que empieza con la bestia deslizándose desde el tejado y entrando en la habitación de la niña (un dinosaurio viene a verme) y concluye en el trepidante momento de la claraboya. Ahí la marca Spielberg y el sello Bayona armonizan a la perfección. Más sello Bayona: la presencia fiel de la venerable Geraldine Chaplin.
Jurassic World: El reino caído: la mejor desde ‘Parque Jurásico’
No estaría de más que las próximas entregas se parecieran un poco a la película de J.A. Bayona
Nando Salvà – EL PERIODICO (8 de junio de 2018)
Si la trilogía Parque Jurásico fue concebida para transcurrir –en su mayoría– en un parque temático, el destino natural de su sucesora la trilogía Jurassic World siempre fue mundo exterior. Y considerando que es precisamente en El reino caído donde tiene lugar esa transición, se suponía que la nueva película sería un mero trámite, un necesario paso intermedio hacia el apocalíptico clímax. No estaba previsto que, además, resultara ser la mejor entrega de la saga a la que pertenece desde Parque Jurásico (1993), por su capacidad para reproducir algunas de las mejores virtudes de aquella estupenda película original y a la vez evitar los peores defectos de la exageradamente lucrativa Jurassic World (2015).
De hecho, en muchos aspectos El reino caído funciona a modo de correctivo de su más inmediata predecesora. En primer lugar, porque el director J.A. Bayona devuelve el protagonismo a quienes dan a estas películas su verdadera razón de ser: aquí los dinosaurios tienen las mejores escenas, y en buena medida las usan para provocar el tipo de amenaza y de terror que los hizo famosos hace 25 años y que desde entonces se les había echado en falta. En segundo lugar, porque entiende que Más no necesariamente significa Mejor, y que acumular escenas de acción cada vez mayores carece de sentido a menos que cumpla una función dramática y no meramente estética. Bayona está menos interesado en escenificar destrucción que en generar tensión y, en ese sentido, la película en su conjunto puede verse como un catálogo variado de métodos para mantener al espectador con las uñas clavadas a la butaca.
Después de todo, el manejo de las emociones del público es algo que el barcelonés ya había demostrado dominar en su cine previo. La diferencia es que aquí, por primera vez, ha sabido atar en corto su tendencia a recurrir a la coerción para obtener nuestra empatía; lo que aquí parece querer que derramemos no son lágrimas sino gotas de sudor frío, y en lugar de aplastarnos el corazón prefiere hacer que nos lata más rápido. El cambio de actitud quizá se deba a que, por su posición en la trilogía, El reino caído está exenta de la necesidad de ofrecer grandes catarsis dramáticas; o quizá a que, simplemente, no toca. Después de todo, no lo olvidemos, es una fantasía sobre bichos prehistóricos. Aunque, eso sí, no una cualquiera. Es dudoso que el mundo necesite más películas de dinosaurios pero, dado que eso no impedirá que sigan haciéndolas, no estaría de más que las próximas se parecieran un poco a esta.