La película de Fernando León sobre la vida de Pablo Escobar parece no tomar en serio el sufrimiento que causó a la sociedad colombiana
Lula Gómez – EL PAIS (8 de marzo de 2018)
Loving Pablo, de Fernando León de Aranoa, basada en el libro del mismo nombre, de Virginia Vallejo, amante y periodista del narco, duele. Y lo hace porque cuenta el drama de la guerra del narco que vivió Colombia en un tono Disney y hasta cómico. Y sí, el director filma con la dureza que merece el narcoterrorista, pero parece reírse de los muchos de miles de colombianos que padecieron sus bombas, amenazas y miedo. También parece hacer burla a las mujeres, que aparecen todas como tontas y/o prostitutas: no hay matices.
La cinta, una gran producción, escuece y chirría –principalmente- por el personaje que interpreta Penélope Cruz, Virgina Vallejo, reportera de la época y auténtica sex symbol del país. No se entienden sus chillidos histéricos, su forma de contonearse gratuitamente por hoteles, fincas y restaurantes, los saltitos que pega cuando su novio -el hombre que llegó a controlar más del 80% de la producción mundial de coca- le mete en la maleta fajos de billetes. Ella, la mujer más deseada de su país en su momento, astuta, rica, culta, rápida y poderosa, no los necesitaba. Y sí, sin duda, le gustaba el dinero, y era ambiciosa y se acostó con quien quiso, pero siempre con cabeza. Ella fue mucho más que las piernas más bonitas de Colombia: fue la persona que encandiló a uno de los mayores asesinos de la historia reciente. Su historia es la de un duelo de titanes que no aparece en la cinta.
Fernando León se olvida de contar la complejidad de un país que enamora y mata a la vez. No hay matices en su film, y a pesar de retratar el horror de los asesinatos, extorsiones, secuestros y ríos de sangre que provocó el huracán Pablo, el director utiliza un tono de princesas de Disney difícil de creer. El realizador se pierde la exquisita ocasión que ofrece el libro de profundizar en el enamoramiento de un monstruo, por ejemplo. No está el drama de una Colombia en el que todavía en la tumba del sicario, todos los días del año, suena su música preferida durante 24 horas. “Nada hace latir más a un ego que encontrarse con otro del mismo tamaño (…) y dominarlo”, confiesa Virginia Vallejo en las páginas de su libro, en un relato en el que Escobar llega a compararla con Manuela Sáenz, la amante de Bolívar. Hasta la música confunde e imágenes duras, como cuando la protagonista se enamora del sicario, en un vertedero de basura donde él hace caridad, edulcora una historia que tuvo muy poco que ver con los cuentos de hadas.