007 ALTA TENSION: Un producto de marketing

Con un total de quince títulos en su haber, la serie James Bond se ha convertido en una de las saqas más longevas de la historia del cine. El secreto de su permanencia probablemente haya que buscarlo, con independencia de las características intrínsecas del mito, en su capacidad de aggiornamento, en la versatilidad que ha demostrado para sintonizar con el aire de los tiempos (que dirían los franceses). Evolución que ha estado estrechamente ligada al actor protagonista de cada período y que abre, con la presente entrega, un nuevo capítulo.

La figura de James Bond, cinematográficamente hablando, aparece en 1961, cuando el productor canadiense Harry Saltzman y el americano Albert R. Broccoli compran las opciones de todas las novelas escritas por lan Lancaster Fleming, un modesto escritor británico que, en 1953, había creado el personaje, al publicar Casino Royale. Con la excepción de esta misma, cuyos derechos habían sido vendidos con anterioridad, los dos hombres de negocios consiguieron hacerse con la exclusiva cinematográfica de tan peculiar agente secreto y, al año siguiente (1962), su figura aparecía por vez primera en una pantalla.

Aquella primera película fue dirigida por Terence Young, un oscuro y mediocre artesano británico, realizador de escasa imaginación y cierta torpeza narrativa. Nada de ello impidió que un planteamiento de producción adecuado convirtiera a James Bond en un personaje popular, a raíz del éxito comercial del film y de los capítulos que le siguieron.

Desde Agente 007 contra el Dr. No. hasta Panorama para matar (1985), han transcurrido 23 años, catorce películas, tres protagonistas distintos (Sean Connery, George Lazenby y Roger Moore), cinco directores (Young, Guy Hamilton, Lewis Gilbert, Peter Hunt y John Glen) y catorce chicas Bond, convertidas en estrellas (muchas de ellas efímeras) por el solo hecho de tutearse con el protagonista de la serie.

007 Alta Tensión (de título original The Living daylights) supone ‘la irrupción en pantalla de un nuevo actor. Se trata del británico Timothy Dalton, una prestigiosa figura del teatro clásico inglés que anteriormente había interpretado varias películas históricas (El león en invierno, Cromwell, María reina de Escocia) y, entre otras, una producción española dirigida por Miguel Picazo (El hombre que supo amar, 1975).

La llegada de T. Dalton, sucesor de Roger Moore bajo la personalidad de Bond, devuelve al personaje algunas de sus características primitivas. Desprovisto de los ribetes de cinismo y de la suave ironía que Sean Connery aportó en su composición, con menor dinamismo, una tendencia menos acusada al lucimiento personal y con mayores dosis de paciencia, Dalton compone un Bond muy diferente al que había terminado por diseñar su más directo antecesor.

Las últimas películas interpretadas por Roger Moore convirtieron a James Bond en el héroe de un comic. Se había llevado tan lejos la fantasía y la exageración en las andanzas del personaje que la verosimilitud ya no era un valor cotizable. Se apostaba fuerte por los efectos especiales, por la espectacularización de las aventuras y por el desarrollo de los inventos mecánicos. En dura competencia con la saga de las galaxias, buscando el consenso de un público infantil y acentuando su proclividad hacia el telefilm de lujo, el James Bond de la última época acusaba una cierta deshumanización y reforzaba su ya de por sí notoria inscripción en los márgenes del estereotipo.

007 Alta Tensión responde a la misma fórmula narrativa ya acreditada. La multiplicidad de escenarios lujosos, exóticos y espectaculares es un componente de rápida identificación. La acción se desarrolla, sucesivamente, en el Peñón de Gibraltar, la URSS, Checoslovaquia, Viena, Tanger y Afganistán. Las persecuciones aéreas y terrestres salpican la narración como sazonamiento indispensable. Los códigos y señas de identidad del espionaje internacional articulan una trama que Bond conduce con su tradicional sangre fría. Calculadas dosis de humor aligeran la gravedad de las situaciones. En este sentido, el modelo guarda fidelidad a sí mismo y respeta las expectativas de su público.

Las novedades hay que registrarlas en el campo de los referentes políticos, en las relaciones de Bond con su partenaire femenina y en la figura de su oponente. Empezando por esta última, hay que señalar el desdoblamiento del malo, que ya no aparece bajo una sola personalidad. Ahora se ha optado por multiplicar la naturaleza del villano. Un oficial corrupto de la KGB, un mercenario americano traficante de armas y un asesino psicópata, especialista en disfraces, otorgan mayor variedad a los enemigos de 007.

En la citada diferenciación va implícita la más curiosa de las novedades. Para el Bond de Timothy Dalton los malos ya no son los rusos, sino un miembro degenerado del servicio de espionaje. Para completar la operación, hay un alto mando soviético interesado en eliminar a la oveja descarriada, sin duda bajo las orientaciones de la perestroika. En una insospechada alianza con el servicio secreto británico, los soviéticos no dudan en echar una mano a Bond en el momento oportuno.

No se sabe muy bien si este original enfoque responde al buen entendimiento de Mijail Gorbachov con la Sra. Thatcher o, alternativamente, se trata de una contribución a la política de distensión que con tanto trabajo pugna por abrirse paso en Europa. Como la conjetura más probable hay que situarla en el territorio del oportunismo comercial y en el buen olfato de los productores, nos inclinamos a pensar que, respondiendo a su mejor tradición, nos encontramos de nuevo con un  habilidoso producto de marketing, en el que importan mucho menos las calidades cinematográficas que la búsqueda del éxito comercial a cualquier precio.

En la misma línea, tampoco salen excesivamente bien parados los guerrilleros de Afganistán que combaten contra el invasor soviético. Quizá con la misma intención de relativizar toda óptica unilateral, la película los presenta como colaboradores ocasionales de los traficantes de opio, lo que no impide, eso sí, que el líder de los mismos sea un apuesto y simpático aliado de James Bond en momentos especialmente delicados.

Otro capítulo novedoso es el referente a las relaciones entre el protagonista y la chica. Acentuando sutilmente la carga romántica de las mismas, el nuevo James Bond termina por enamorarse sinceramente y conquistar así el corazón de la tímida violoncelista soviética decidida a vivir en Occidente. Una compañera nada provocativa, bastante ajena al mundo sofisticado y aventurero de 007, interpretada por una inexpresiva Maryam D’Abo, que luce una permanente mueca de susto durante toda la película.

Más allá de estas curiosas variaciones, apenas hay en el film dato alguno que permita pensar en un producto con personalidad propia. John Glen dirige con éste su cuarto Bond consecutivo y responde, con calculada precisión, al estilo aséptico, meramente artesanal y mecánico para el que se le requiere.

Desde este punto de vista, 007 Alta Tensión no es ni mejor ni peor que los capítulos precedentes. Es, simplemente, la decimoquinta entrega de un serial ya muy codificado pero todavía con la suficiente versatilidad como para integrar pequeñas innovaciones coyunturales que para nada afectan a su verdadera esencia. Queda por ver si la nueva imagen de Timothy Dalton consigue conectar con el público habitual de Bond. En caso contrario, tendrán que buscarse un intérprete diferente.

 

Fuente: Carlos F. Heredero – DIRIGIDO, Julio de 1987