Festival de cine de Cannes, día 9: ‘Han Solo’, exprimiendo el gran negocio

Como siempre continuamos nuestro seguimiento informativo del Festival de Cine de Cannes ofreciéndoles las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC. A estas crónicas se puede sumar otras informaciones adicionales si se considera oportuno.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


‘Han Solo’, exprimiendo el gran negocio

Han Solo es propiedad exclusiva de Harrison Ford. Alden Ehrenreich no da la talla por mucho que se esfuerce el chaval

Carlos Boyero – EL PAIS (17 de mayo de 2018)

El Festival de Cannes ha demostrado siempre su heterodoxia selectiva y su amplitud de criterio al ofrecer muestras con frecuencia agotadoras de las cinematografías más exóticas del planeta, preferentemente asiáticas. Lo cual no hace que se olvide del cine estadounidense que, cuando es bueno, resulta inmejorable. Así ha sido desde la primera noche de los tiempos. Pero hace unos años que esa cinematografía fundamental ha traicionado a Cannes utilizando el Festival de Venecia como su plataforma de lanzamiento en Europa. Hablo del cine de autor, de gente que trata de imprimir su sello creativo a lo que hace. Imagino que esa deserción de los grandes nombres estadounidenses hace que Cannes se olvide de su elitismo y se conforme con programar fuera de concurso Han Solo: Una historia de Star Wars un producto diseñado solo para reventar todas las taquillas del universo. La calidad es prescindible, les basta con el marketing y la enorme demanda que existe de su criatura.

La casa Disney se ha propuesto exprimir hasta los huesos todo lo que remita a la guerra galáctica y ahora pretende contarnos en otra trilogía (ya he perdido la cuenta de cuántas van) lo que ocurrió en la vida de Han Solo antes de que George Lucas nos lo presentara hace más de 40 años en el arranque de la saga. A diferencia de tantos feligreses enganchados a la eterna batalla entre los sublevados y el imperio, a mí esta no me aporta nada grato desde El retorno del Jedi. Me duele la cabeza cada vez que la obligación profesional me obliga a tragarme secuelas y secuelas. Deseo que vuelva a aparecer alguna vez la magia inicial, pero no hay manera. Todas estas películas están fabricadas por idéntica computadora, independientemente de quien las dirija. Han Solo: Una historia de Star Wars, la firma Ron Howard, alguien acostumbrado al éxito y autor de El código Da Vinci, una de las películas más impresentables y horrorosas que he padecido. Aquí no se ha exprimido nada el cerebro para presentar al veinteañero Han Solo. Todo es mecánico, rutinario, aparatoso, lo único sorprendente es que utilice una fotografía tan oscura en aventuras que pretenden ser luminosas.

¿Y qué narra? Pues el camino iniciático del muy joven Han Solo, alguien que llegará a adquirir categoría de leyenda en su lucha contra el imperio. Todavía no aparecen Luke Skywalker ni la princesa Leia, pero sí las raíces de la amistad entre Solo y Chewbacca y Lando Calrissian. También conoceremos a Kira, la primera novia de Han Solo. Pero los personajes importan poco. Lo que les interesa es la acción y esta resulta mareante, plagada de persecuciones y peleas que nos han mostrado mil veces, protagonismo absoluto de los efectos especiales. No existe en ella ni una pizca de alma, de sentido de la aventura, de emoción. Y, por supuesto, es imposible que te olvides de que el personaje de Han Solo es propiedad exclusiva de Harrison Ford. Alden Ehrenreich no da la talla por mucho que se esfuerce el chaval.

Under the Silver Lake la dirige David Robert Mitchell, autor de It Follows, una película de terror que no he visto y de la que cuentan cosas excelsas. No puedo confirmar ese talento en esta intriga en la ciudad de Los Ángeles inspirada descaradamente en el mundo de David Lynch. Todo es exotérico, reiterativo, absurdo y vanamente surrealista en esta modernez que sigue los angustiados pasos de un hombre que busca las huellas de la mujer que le fascinó. Hay sectas, fanzines, matadores de perros, gurús, prostitución juvenil, alegorías, cataratas de diseño, vídeo arte, inútil suspense. Pretende ser excéntrica e inquietante, pero solo despide vacuidad e impostación.


Los subsuelos de Hollywood en la lynchiana «Under the Silver Lake»

La francesa «En guerre», de Stéphan Brizé, es una realista lucha a brazo partido por la dignidad laboral y las incoherencias empresariales

Oti Rodríguez Marchante – ABC (17 de mayo de 2018)

Ni el armario de Lady Gaga tiene la variedad de colores, tamaños y texturas que las películas que salen aquí a diario, pero este miércoles, la sección competitiva se puso extrema en el maridaje de dos obras cuyo único punto en común es que había espectadores enfrente: La muy moderna «Unther the Silver Lake» y la muy sindicalista «En guerre». La primera está dirigida por David Robert Mitchell y tiene otro punto de cocción que su magnífico título anterior, «It follows» (Está detrás de ti), aquí escucha la respiración de un Los Angeles enrevesado y en una mezcla imposible de reflejos chandlerianos y guiños al voyeurismo de Hitchcock y a lo rarito de David Lynch, y retrata el desamparo de sus personajes y la ilusoria tristeza de unos ambientes entre la paranoia y el absurdo.

El protagonista no es Marlowe, sino un tipo solitario, curioso y demencial que se empeña en buscar a una chica desaparecida y hurgar en un submundo de claves y códigos secretos con todo el aspecto de enorme chaladura. El protagonista es Andrew Garfield, con el mismo aspecto equilibrado que Anthony Perkins sin tomar su medicación, lo que le procura a la trama de «suspense» una rara calidad de incomprensible comedia, pero también sensación de soledad, de amargura. Hay algo en esta exploración de la película en los subsuelos y claves ocultas de una ciudad que recuerda a «La torre de los siete jorobados» de Edgar Neville, aunque aquí, con la obsesión de diseño y retrato «cool», se desbarata por completo esa impresión. El aire surrealista, los acentos paranoicos y conspirativos, las referencias cinematográficas y el jaleo mental y sexual son lo que mueven al argumento como si buscara a Lynch en Mulholland o en una carretera perdida.

Y vista esta película intrincada y post hípster en el mismo pack que la francesa «En guerre», de Stéphan Brizé, es como meter la sopa y el postre en el mismo «tupper».

«En guerre»: la lucha sindical

La película francesa es una tortilla de ficción verité en la que se cuenta, a cámara viva, la lucha sindical de unos obreros de una fábrica ante la amenaza de cierre, a pesar de que sus resultados económicos son buenos, pero no lo suficiente para sus accionistas. Es una película convulsa, a pleno grito de asambleas, reuniones con los directivos, conflictos entre los huelguistas y mucho trapío sobre las correlaciones de fuerzas y las acciones violentas.

El primer plano de la historia recae sobre el actor Vincent Lindon, habitual del cine de Brizé y con el que ganó aquí el premio de interpretación hace tres años con «La Ley del Mercado», y que tiene la virtud de empastarse por completo en el paisaje y fundirse entre el resto de personajes, más reales que intérpretes y como sacados un momento de su habitual actividad sindical. La película es texto, pancarta, reivindicación y análisis precipitado y sentimental de las situaciones económicas, laborales y empresariales del mundo, y tan papistas, o más, que las del Papa.

Funciona de un modo muy primario con el público, a pesar de que hay un final muy ardiente y equívoco sobre el empleo de la violencia como solución o catarsis. No es fácil que repita premio Vincent Lindon, pero su cuello vociferante hace todos los merecimientos.