“2001”: medio siglo de aburrimiento

Alberto Luchini – EL MUNDO (21 de Abril de 2018)

De que Stanley Kubrick es uno de los directores más especiales e influyentes de la historia del cine no hay ninguna duda. De que es uno de los pocos a los que se le puede aplicar el calificativo de autor con todas sus consecuencias y de que fue un revolucionario iconoclasta, tampoco. Y que en su breve e intensa filmografía hay varias obras maestras (“Atraco perfecto”, “Senderos de gloria”, “Espartaco”, “Lolita”, “Barry Lyndon”) es incontestable. Por eso resulta entre chocante y alucinante que su película más emblemática, la más comentada, la más elogiada, la más estudiada sea, de lejos, la peor de todas cuantas firmó. Me refiero, naturalmente, a la sobrevaloradísima (de hecho, creo que es la película más sobrevalorada de la historia del Cine)  “2001: Una odisea del espacio”, de cuyo estreno se cumple este 2018 medio siglo.

La he visto varias veces, desde la adolescencia hasta la actualidad. Y cada vez me aburro más con ella y me resulta más cargante. Al principio, pensaba que se debía a la inmadurez y a que no era capaz de entender sus profundos significados metafísicos y existenciales pero, a cada nuevo visionado, me doy cuenta de que el problema no es mío sino de la película. Y cada vez tengo más claro que lo que representa el celebérrimo monolito no lo sabía ni el propio Kubrick.

Y eso que el arranque del film no puede ser más prometedor: los primeros diez minutos son sencillamente antológicos, con esos primates descubriendo la inteligencia al ritmo de “Así habló Zarathustra” de Richard Strauss y la elipsis más salvaje de todos los tiempos, con un hueso lanzado al aire que se convierte en una nave espacial futurista, que “baila” en la inmensidad al ritmo que marca “El Danubio azul” de Johann Strauss. Pero, a partir de ese momento…

A partir de ese momento, la cosa se pone profundamente cósmica (y no porque se desarrolle en el espacio), con la aparición de Hal, un robot redicho e intelectual que controla el día a día de unos astronautas que se pasan el día correteando por su nave. Todo, puesto en escena con esos planos rebuscados que tanto gustaban al director y que acaban siendo un tanto mareantes y envuelto en un molesto halo de pedantería. Monolítica, por supuesto. Todo es plúmbeo, casi soporífero.

Para muchos, “2001: Una odisea del espacio” marcó el inicio de la edad de oro de la ciencia ficción moderna. Para mí, ese título lo merece otra película que este año también cumple medio siglo de vida, entre muchas menos alharacas, “El planeta de los simios”, de Franklin J. Schaffner.