Un documental de Kevin Macdonald indaga en la turbulenta trayectoria privada y artística de la cantante, que falleció a los 48 años
Gregorio Belinchón – EL PAIS (18 de mayo de 2018)
Cannes – Ningún otro artista ha logrado nueve números 1 consecutivos en la lista de los más vendidos en EE UU como sí hizo Whitney Houston. Ni Elvis, ni los Beatles, ni Michael Jackson. Y probablemente nadie haya aunado a la vez una presencia física y un encanto tan imponente con una voz de tal magnitud como Houston. Todo eso está en Whitney, el documental que se ha estrenado hoy fuera de concurso en Cannes. Pero junto a ese talento también había una mujer que había sufrido abusos sexuales de niña, una desorbitada presión materna para lograr el éxito, un marido celoso, unas profundas dudas sobre su orientación sexual y que tuvo acceso a cuanta droga y alcohol se le antojó. El recorrido vital de Houston es muy similar al de Michael Jackson o al de Amy Winehouse (que ya tuvo en Cannes su propio documental), otras estrellas musicales cuyas vidas acabaron dramáticamente. El caso de Whitney Houston, en la bañera de una habitación del hotel Beverly Hilton el 11 de febrero de 2012, a sus 48 años.
Kevin Macdonald, el director de Whitney, sabe lo que hace. Tiene un largo currículo en el mundo del documental (son soberbios Touching the Void, el ganador del Oscar Un día de septiembre o el centrado en Bob Marley, y él mismo se declara insatisfecho del filmado sobre Mick Jagger), además de haber trabajado en ficción en largos como El último rey de Escocia o La sombra del poder. En Whitney ha apostado por un desarrollo cronológico de la historia, pero se guarda la revelación de los abusos sexuales para el tercio final del metraje, cuando indaga en los demonios interiores que impulsaban a Houston (Newark, 1963 – Beverly Hills, 2012) a no abandonar sus adicciones, bien fueran estas las drogas y el alcohol, bien fuera su marido, Bobby Brown (en el documental, el músico se niega a hablar de estupefacientes). Y aunque ha entrevistado a más de 70 personas, solo 40 aparecen en los 120 minutos de película, porque según el cineasta, muchos mentían.
Para entender a Whitney Houston, hay que recordar que su madre, Cissy Houston, era una cantante más conocida por ser corista de grandes estrellas como Aretha Franklin o Elvis Presley. Whitney nunca le perdonó a su progenitora que se liara con el pastor de su iglesia (el lugar donde actuó por primera vez con público). Así que tras el divorcio de sus padres, Whitney y sus dos hermanos mayores pasaron su infancia en casas de otros familiares durante las giras maternas. Esa pista la da su hermano, por parte de madre, Gary Garland-Houston, que acabó jugando en la NBA: “Pasamos mucho tiempo en cuatro o cinco casas distintas de otros familiares, como si estuviésemos de acogida”. Casi todas ellas también de artistas, como sus primas Dionne y DeDe Warwick. Y Garland es quien cuenta que de los siete a los nueve años una mujer abusó de él, y eso se le quedó marcado en el corazón. También lo hizo con Whitney. Fue DeDe Warwick. Mary Jones, tía de Whitney Houston, confirma que se lo contó la artista. Jones, además, fue quien descubrió su cadáver en la bañera del Beverly Hilton.
A través de esa revelación, la vida de Houston se observa de manera muy distinta. Por ejemplo, aporta nuevas luces sobre su orientación sexual. Ante la presión de su madre, que proyectó en ella todas sus ambiciones aunque también educó su voz para que fuera única, a los 18 años Houston se fue a vivir con su mejor amiga, Robyn Crawford, la gran ausente del documental. Una de las peluqueras de Houston cuenta que cantante era “lo que hoy en día se denomina como sexualmente fluida” y que incluso le regaló un vibrador en Navidad para que colmara sus deseos. De Crawford no quieren hablar los hermanos Houston, que la acusan de ser un demonio por su lesbianismo. Pero Crawford acertó en sus decisiones artísticas: ella diseñaba los vestidos de las actuaciones, los decorados de las giras y de los vídeos musicales. Si la voz de Houston fue obra de su madre (que la enseñó a diferenciar entre cantar con las tripas, el corazón o la cabeza), la imagen fue cosa de Crawford.
Cuando Whitney Houston se casó con el rapero Bobby Brown, Crawford siguió a su lado. Sin embargo, cuando estalló el exitazo de El guardaespaldas y Brown se convirtió en un torbellino de celos con respecto a su esposa, Crawford fue expulsada de su círculo. Dos testimonios en el documental aseguran que el demonio interior de la cantante nació de que no fue capaz de aceptar una orientación sexual que había quedado ensuciada por los abusos de su prima. Y que las posteriores y fallidas decisiones vitales nacían de aquella infancia: no se divorció hasta muy tarde de Brown porque no quería ser como sus padres separados y porque ansiaba cumplir con lo considerado normal en la sociedad estadounidense, se llevó durante años de gira a su hija para que nadie la tocara… y eso acabó con una niña rodeada de adultos drogados y borrachos. Bobbi Kristina Brown fue otra vida descarrilada. Si su madre ya había probado la cocaína y la marihuana a los 16 años, Kriss empezó antes.
Alguien cuenta que a veces Houston quedaba con Michael Jackson y se sentaba juntos sin hablarse durante horas en alguna habitación de hotel. “Probablemente, no había nadie sobre la Tierra que pudiera entenderla mejor”. Macdonald muestra esos momentos de relax y felicidad en el documental, que ha contado con la colaboración de la familia, aunque la decisión del montaje final se la reservara el director, al que contactó Nicole David, la agente cinematográfica de Houston, para que filmara la vida de su exrepresentada.
También hay espacio durante las dos horas a disfrutar de sus canciones, de su dicotomía entre la artista, Whitney Houston, y Nippy, su apodo familiar, una niña sencilla que solo quería dormir y ver la tele. De su triunfo ante quienes criticaron su paso del soul y el r’n’b a un pop más cercano al gusto blanco imperante. En un hábil giro social y musical, su interpretación en la SuperBowl de 1991 del Star-Spangled Banner, el himno estadounidense, con un cambio de ritmo del habitual 3/4 a un 4/4, con lo que lo hizo más afroamericano, le reconcilió con todas las capas sociales posibles. Si El guardaespaldas, en 1992, y la canción principal de esa película, I Will Always Love You, la convirtieron en la artista más popular del momento (hasta Saddam Hussein utilizó una versión árabe de la canción para una campaña electoral), los siguientes años fueron los de su caída en picado, con giras desastrosas y millones de dólares tirados en infructuosas grabaciones de álbumes inéditos.
Solo tras divorciarse intentó rehabilitarse, pero entonces ya no tenía dinero para poder pagar su ingreso en una clínica. Ella, la mujer a la que su padre, el rey de los trapicheos ilegales en Newark y posterior contable de su hija, llegó a demandar por 100 millones de dólares por dinero no recibido tras su despido. Ella, que mantuvo a sus hermanos, primos y familia en general en nómina durante décadas. La película acaba casi como empieza, con las imágenes de la primera actuación en televisión en 1983 de la estrella. Y una coda final: su hija también apareció en una bañera ahogada, también tras consumir drogas y estupefacientes, pero con tan solo 22 años. Falleció en 2015 tras seis meses en coma.