“Mi hijo sigue sin ver en mi a un superhéroe”, dice el actor recientemente divorciado
Rocío Ayuso – EL PAIS (9 de junio de 2018)
Los Ángeles – Nunca una dieta ayudó tanto a un actor. Chris Pratt lo sabe. Y como es como es, llano afable y honesto además de superestrella es el primero en reconocer los beneficios que le ha traído su transformación física. “Me había acostumbrado a un trabajo muy cómodo como secundario y con el que me los ganaba a todos”, recuerda el actor a EL PAÍS. Muchos ven a Pratt como el nuevo Harrison Ford.
Tampoco estaba así cuando se hizo un nombre como el buenazo un tanto simplón que interpretaba en la serie Parks and Recreation. Simplemente no tenía el cuerpazo de superhéroe que ahora luce para la saga Guardianes de la Galaxia y especialmente para Jurassic World y ahora su continuación, El reino caído, en la que trabaja a las órdenes del español J.A. Bayona.
Fue un golpe de suerte para un comediante con ambición del que se podía esperar de todo menos que fuera a convertirse en uno de los grandes hombres de Hollywood. Entre los cien personajes del año según decidió la revista Time en 2015 o entre los más atractivos según People. “Mi hijo se lo sigue sin creer. Sigue sin ver en mi a un superhéroe”, comenta acostumbrado a que Jack, su único hijo, no le vea con la admiración que le profesan el resto de sus seguidores. Al fin y al cabo solo tiene cinco años.
Hay algo refrescante en Pratt que el tamaño de su fama o de sus músculos todavía no ha maleado. Quizá porque tan solo han pasado cinco años desde que James Gunn, director de Guardianes de la Galaxia le describiera en privado como “el gordito que se pasa el día cayéndose de Parks and Recreation”. Y no mucho más desde que le decían que no a cualquier intento de hacer algo fuera de la comedia. “Nadie me tomaba en serio”, recuerda sobre sus fracasados intentos de protagonizar Star Trek o Avatar. “Nunca se nos ocurrió que iba a ser la estrella en la que se ha convertido”, rememora el que fue su director y ahora productor de El reino caído, Colin Trevorrow.
Su vida suena a película. Nacido en Minesota (EEUU), su primer recuerdo vocacional se remonta al día en el que dijo que él lo que quería era ser famoso y ganar toneladas de dinero haciendo nada. Al principio cumplió solo lo último, viviendo en Hawái sin un techo sobre su cabeza y fumando marihuana. Todavía le queda un poco ese aire surfista en su nuevo cuerpo de superhéroe. Y como buen guion, su historia también tiene momentos amargos. Casado en 2009 con la también humorista Anna Faris en lo que parecía una pareja ideal el matrimonio llegó a su fin el pasado agosto. “El divorcio es una mierda”, declaraba Pratt recientemente sin filtro alguno. Por eso ahora no quiere seguir hablando del tema y cualquier conversación sobre su vida está fuera de la entrevista. Probablemente orden de su equipo de publicistas, el mismo que le ha puesto un par de guardaespaldas durante la ronda de entrevistas. “Yo tampoco sé de dónde salen”, bromea. “Supongo que para salvarme la vida si aparece un loco aunque me temo que es para llegar a tiempo a los sitios porque si no me paro con todo el mundo. Pero ¿a que me hacen sentir importante?”, se ríe de su fama.
En una industria que clama por la igualdad de géneros, Pratt es el mejor ejemplo. La presión que siente para mantener la línea, especialmente en esas escenas de camisa desgarrada y pecho al aire, es similar a la de cualquier actriz. Solo hay una cosa que le mata a la hora de mantener el tipo: su hijo. “Me puedo aguantar las ganas de pizza o de cerveza pero en cuanto cocino para mi hijo, como se deja la mitad en el plato, me pillo acabando sus tortitas o las patatas sin darme cuenta”, se chiva. Todavía queda algo normal debajo de este nuevo héroe de la pantalla.