CASABLANCA, septiembre de 1980
Una cosa que tengo siempre en cuenta a la hora de escoger a mi heroína es que tiene que gustar a las mujeres antes que a los hombres, porque las mujeres forman las tres cuartas partes del público medio de cine. Por esa razón ninguna actriz puede ser una buena propuesta comercial como heroína de una película, a menos que guste a su propio sexo ¡Que tomen nota las aspirantes a la pantalla! Esta afirmación será probablemente rechazada por los defensores de la escuela física del arte de la pantalla, que afirman que el sex appeal es la característica más importante que puede poseer una actriz de cine, pero ignoran el hecho de que las estrellas femeninas cuya popularidad ha sido más duradera, como Mary Pickford, Lilian Gish, Betty Balfour, Pauline Frederick y Norma Talmadge, no tienen ningún sex appeal, por lo menos en el sentido en que se utiliza esta palabra en el lenguaje de hoy. Ellas deben su éxito no sólo a su talento y a sus encantos naturales, sino al hecho de que aparecen siempre en papeles que, en el plano de la sugestión y la perfección del juego, apelan a lo mejor de la naturaleza humana.
LA FALSA IDEA DEL SEX APPEAL
Los cínicos pueden sonreír ante esta afirmación, pero no pueden negar su verdad, de la misma forma que es innegable el hecho de que cada artista llevado al éxito en razón de una supuesta superabundancia de sex appeal «tuvo –según palabras del viejo Ornar Khaya’m- su pequeño momento y luego siguió su camino». Utilizo el verbo en masculino para que la cita sea correcta, pero abarca también a las actrices. Metafóricamente, como siempre, porque, como productor, los privilegios de los que gozan los actores de la profesión más fascinante me han sido, desgraciadamente, rehusados.
Volviendo a mi acostumbrada seriedad, como merece el grave tema en discusión, pienso que la mayoría de las mujeres, sin distinción de clase, son idealistas. Sin lugar a dudas no ponen jamás ellas mismas en práctica sus ideales, a menudo no pueden hacerlo, pero realmente les gusta verlos personificados por sus heroínas favoritas del cine, y he oído hablar de cierto número de casos, especialmente en los ambientes más humildes, en los que las madres han intentado moldear la conducta y los sentimientos de sus hijas sobre los que ellas imaginaban pertenecer a sus estrellas favoritas, y, cuando existía ya un parecido físico o psicológico, entonces ellas afirmaban orgullosamente: «¿No es cierto que nuestra Nelly se parece a…? La misma mirada, el mismo pelo, la misma alegría y el mismo amor por los animales…», o algo parecido. Las mujeres pueden tolerar la vulgaridad en la pantalla, pero nunca cuando está encarnada en su propio sexo, porque están hechas de forma tal (¡Benditas sean!), que no pueden evitar el pensar que una ostentación de este tipo degrada a las mujeres en general.
UNA CHICA REALMENTE AGRADABLE
Tanto física como mentalmente, la heroína de la pantalla, hoy en día, no sólo tiene que ser una chica decididamente agradable, sino que tiene que tener vida, tanto en los ojos como en la voz. El reinado de las heroínas puramente pictóricas ha terminado.
Escoger a una heroína para la pantalla, es mucho más difícil que escoger una para el escenario. En ambos casos, por supuesto, tienen que saber interpretar y poseer una voz adecuada, pero las condiciones requeridas difieren. La seducción conferida por el escenario es necesariamente artificial, ayudada materialmente por la distancia entre el público y los actores. De forma que una actriz de mediana edad, moderadamente guapa, puede a menudo conseguir parecer joven y hermosa. En cambio, la pantalla no dispone en absoluto de «distancia para hechizar la vista», porque los acontecimientos que muestra son llevados por lo general tan cerca de los espectadores, que el rostro de la heroína se encuentra de hecho a sólo unos metros de los que están en las últimas filas. Por consiguiente, tiene que poseer una belleza real y una juventud real; las simulaciones serían descubiertas de inmediato. Por esta razón la carrera profesional de una heroína cinematográfica no sobrepasa casi nunca la docena de años, y, en el caso que sus cualidades no se acerquen a las de las damas mencionadas al comienzo de este artículo, no dura más que unos tres o cuatro años.
HEROINAS DE UN METRO CINCUENTA Y DOS
Además de las cualidades que he enumerado, una heroína de la pantalla no debería superar la talla mediana. Realmente, la pequeñez es una gran ventaja. Una actriz pequeña no sólo es mucho más, fácil de fotografiar –especialmente en las escenas rodadas en primeros planos, que aquellas cuya «figura se eleva hasta una altura imponente»-, sino que es más agradable para el público, que adora ver la cabecita rizada de la heroína acurrucándose contra el pecho viril del héroe. Treinta centímetros, y le haría parecer fácilmente insignificante. Es la razón por la que prácticamente toda actriz llegada al éxito en las pantallas gracias a papeles románticos o que apelan a los sentimientos, se encuentra en el grupo de las bajitas. Las aspirantes a la pantalla de una talla superior a la media, puede que lo pongan en duda, pero no tienen más que estudiar las páginas de este trabajo de consulta, tan documentado y completo, para encontrar confirmación a mis palabras (1).
Y, último punto, pero no menos importante: me es necesario saber si mi eventual heroína responde bien a la dirección de actores. En otros términos, si es la clase de chica que puedo conseguir se parezca a las heroínas de mi imaginación. Requiriéndose esta combinación de cualidades ¿Nos podemos sorprender de que las heroínas de la pantalla de primera clase sean casi todas raras como el proverbial dodó (2) o de que los productores cinematográficos parezcan de vez en cuando preocupados?
(1) La obra en cuestión es el Who’s who…, en la que se publicó este articulo.
(2) Nombre de un pájaro que habitaba en las islas de Madagascar y que fue exterminado por el hombre en el siglo XVIII.