La Quincena de los Realizadores, heredera del Mayo del 68, alcanza su 50ª edición convertida en un contrapunto imprescindible a la sección oficial
Álex Vicente – EL PAIS (9 de mayo de 2018)
Cannes – La sección paralela que cambió el rumbo de los festivales de cine cumple medio siglo de existencia. La Quincena de los Realizadores, apartado independiente y no competitivo que se celebra durante el Festival de Cannes desde 1969, inauguró este miércoles su 50ª edición convertida en contrapunto imprescindible a la sección oficial del certamen, que históricamente ha completado con propuestas más abiertas al riesgo y a la radicalidad. “La sección oficial es, precisamente, oficial. Debe tener en cuenta imperativos que van más allá de lo cinematográfico y, por ese motivo, se ve obligada a escoger ciertas películas. Eso nos deja libres para seguir nuestros gustos y para innovar”, explica el delegado general de la Quincena, Édouard Waintrop, antiguo crítico del diario Libération que abandonará el cargo, que ha ocupado desde 2011, al concluir esta edición.
La historia de la Quincena está vinculada a la de Mayo del 68. Aunque, en realidad, todo empezara unos meses antes de la revuelta. En febrero de ese año, la destitución de Henri Langlois, director de la Cinemateca Francesa y padre putativo de la Nouvelle Vague, provocó “manifestaciones de apoyo y un primer reagrupamiento de los profesionales del cine”, como recuerda Bruno Icher, miembro del comité de selección y autor de La Quinzaine des Réalisateurs. Les jeunes années (Riveneuve), un volumen reciente que examina la historia de la sección. Al arrancar el Festival de Cannes, a mediados de mayo, el sindicato de críticos franceses convocó una manifestación contra la violencia policial en las universidades, que apoyaron cineastas como Jean-Luc Godard, François Truffaut y Louis Malle. La movilización consiguió suspender el festival, también gracias al apoyo de directores como Roman Polanski, Milos Forman o Carlos Saura, que dio su visto bueno para que los manifestantes detuvieran la proyección de su película en competición, Peppermint frappé.
En junio de 1968 se constituyó la Sociedad de Realizadores de Films, un grupo de 180 directores que intentó imponer una serie de reformas a la organización del Festival de Cannes. Aspiraban, por ejemplo, a que el palmarés fuera votado por los espectadores y a que se suprimiera la rígida etiqueta vestimentaria de las galas. La negociación fracasó: en las proyecciones vespertinas, hoy siendo obligatorio que los hombres lleven pajarita y las mujeres luzcan tacones. Fue entonces cuando ese grupo de cineastas insurrectos decidió impulsar un “contrafestival”, que se organizó a partir de 1969 en dos salas desaparecidas del centro de Cannes y durante las mismas fechas que el certamen oficial. La Quincena había nacido.
La primera edición marcó la línea a seguir. En este festival alternativo no había competición, las proyecciones eran gratuitas y estaban abiertas a todos los públicos –a diferencia de la sección oficial, donde hoy sigue siendo necesario contar con una invitación para ver las películas–, la censura brillaba por su ausencia y todas las cinematografías del mundo eran bienvenidas. Los movimientos de vanguardia no tardaron en encontrar un hogar en este festival paralelo. Por ejemplo, las nuevas olas latinoamericanas, las que surgieron en los países del Este y el cine independiente que empezaba a brotar en Estados Unidos. “No hay duda de que la Quincena es hija del Mayo francés, pero también es algo más que eso. Su espíritu está fundado por los vientos de reforma provocados por el 68 y por la emergencia de los nuevos cines alrededor del mundo”, apunta Icher.
Esa primera edición estuvo coordinada por un joven de 26 años, Pierre-Henri Deleau, con poca más experiencia que haber dirigido un cineclub universitario. Pero demostró su buen olfato: proyectó títulos de Bernardo Bertolucci, Nagisa Oshima, Roger Corman o Hugo Santiago –que presentó Invasión, con guion de Jorge Luis Borges–, además del debut cinematográfico de Susan Sontag y de la única película del también escritor James Salter. Una cincuentena de los 65 filmes que formaron parte de la edición de 1969 se proyecta ahora en la Cinemateca Francesa. “Representa el principio de lo que deberán ser los festivales de mañana”, dejó escrito un crítico de Le Monde, lamentando no haber podido ver más que un puñado de películas sobre el total, avanzándose al sino del cronista del futuro. Y de aquellas aguas, estos lodos. En las últimas 50 ediciones, la Quincena ha descubierto a cineastas como Martin Scorsese, Werner Herzog, Jim Jarmusch, Spike Lee, Michael Haneke, los hermanos Dardenne o Sofia Coppola, además de figuras del cine asiático como Takeshi Kitano, Hou Hsiao-Hsien, Naomi Kawase o Bong Joon-ho.
Tras la creación de la Quincena, nada volvió a ser igual en la Croisette. En 1968, la película inaugural del Festival de Cannes había sido una versión restaurada de Lo que el viento se llevó. Solo un año después, la sección oficial invitaba a cineastas tan audaces como Dennis Hopper, Marco Ferreri o Glauber Rocha. En 1978, un crítico francés, Gilles Jacob, reputado por su exigencia y su apertura a los nuevos lenguajes, fue nombrado delegado general del certamen. “Un día, paseando por la Croisette, escuchó que un tipo le decía a un amigo, apuntando con el dedo a la sede de la Quincena: “Es ahí donde pasan las cosas importantes”. Jacob se sintió ofendido, pero reaccionó rápidamente. La invención de Un Certain Regard, sección paralela dentro del programa oficial, estuvo pensada para competir con la Quincena”, relata Icher, aunque cree que la competencia es positiva y que explica el buen estado de salud del festival. ¿Qué queda hoy de aquella lejana utopía? “Entonces los cineastas querían cambiar el cine y el mundo al mismo tiempo. Hoy ese espíritu ha desaparecido. Intentamos mantener la llama del anticonformismo, pero ya no estamos impulsados por un movimiento internacional tan poderoso. La mayoría de cineastas actuales piensan, ante todo, en sus carreras”, lamenta Waintrop.