Festival de cine de Cannes, día 3: Estilo propio, historia truculenta

Como siempre continuamos nuestro seguimiento informativo del Festival de Cine de Cannes ofreciéndoles las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC. A estas crónicas se puede sumar otras informaciones adicionales si se considera oportuno.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Estilo propio, historia truculenta

Rosales se preocupa por crear estética con su cámara, rodando planos muy largos, sin ningún corte

Carlos Boyero – EL PAIS (11 de mayo de 2018)

Puedes ver en Cannes exhaustivas muestras de las cinematografías más exóticas, siempre producidas o coproducidas con capital francés, pero es rarísimo o simplemente milagroso que seleccionen cine español. Con las excepciones ancestrales de sus idolatrados Carlos Saura y Pedro Almodóvar. El resto no existe. Por ello resulta insólito y de agradecer el cariño que le profesan a la obra de Jaime Rosales. Jamás le seleccionan para la Sección Oficial, pero varias veces le han ofrecido un hueco en secciones paralelas. Su última película, Petra, ha sido exhibida en la Quincena de los Realizadores. Menos es nada.

Aquí descubrí a este director con su inquietante ópera prima Las horas del día. Desde entonces, Rosales ha creado un cine muy personal, sin concesiones a esa cosa tan despreciada como necesaria llamada comercialidad, manteniendo un rigor implacable con lo que desea hacer. Respeto que tenga tan claro su camino pero como espectador a veces me ha resultado insoportable. En el caso de Tiro en la cabeza y Sueño y silencio. Otras películas suyas me interesan y me sentí especialmente conmovido con la devastadora Hermosa juventud, un retrato veraz de una pareja joven del extrarradio a la que la vida les va cerrando todas las puertas, con un presente patético y un futuro aún más sombrío.

En Petra, Rosales se preocupa por crear estética con su cámara, rodando planos muy largos, sin ningún corte, invirtiendo los tiempos en los que transcurre la truculenta historia. Describe el viaje de una mujer angustiada que se ha empeñado en conocer a su verdadero padre deduciendo que es él por las confesiones de su moribunda madre. Este, un artista que solo valora el arte en función del éxito y el dinero que genere, un anciano cínico y despiadado, le presentará a la invitada a su resignada esposa y a un hijo con el que vive en perpetuo enfrentamiento. Y a partir de ahí van a ocurrir todo tipo de cosas trágicas, indeseadas verdades y mentiras oportunistas, una relación que ignora ser incestuosa, venganza aplazada, suicidio, asesinato y finalmente la esperanza representada en una vida nueva, en un poco de luz redimiendo la sordidez anterior.

A la endurecida y dramática protagonista la encarna Bárbara Lennie, cómo no. Seguro que hace muy bien lo que le exigen sus directores, pero me siento agotado de verla interpretar una y otra vez el mismo registro. Creo que necesita urgentemente rodar una comedia, huir del abusivo encasillamiento en seres atormentados. Sigo con cierto interés lo que ocurre en esta película. Y es evidente que posee estilo propio. Lo que dudo es si la sofisticada forma de concebir el cine por parte de Rosales va a encontrar alguna vez auténtico eco entre el público.

Yomeddine, primera película del director egipcio Abu Bakr Shawky, arranca en una leprosería, con su desgraciado y tullido protagonista intentando sobrevivir con lo que pilla en los vertederos. Continúa con el viaje de este, acompañado por un niño que se ha escapado del orfanato para encontrar en un pueblo de las orillas del Nilo a su familia sanguínea, para pedirles explicaciones de por qué cuando era un crío se deshicieron de él enviándole a la leprosería. Por supuesto, lamento la heroica tarea del leproso y el huérfano y les deseo lo mejor. Pero tampoco hay nada que me apasione en su aventurado y miserable retorno a las raíces de su infierno. La rusa Leto, dirigida por Kirill Serebrennikov, un señor al que Putin tiene maniatado, está centrada en algo tan curioso como un grupo de rock en el San Petersburgo anterior a la Perestroika. Algo épico cuando te censuran las letras de las canciones y prohíben a su público que exteriorice su alegría. La protagonizan músicos que descubren casi de contrabando y con sensación de éxtasis a Lou Reed, a Bowie, a Talking Heads, a Blondie. Y en medio dos hombres y una mujer viviendo un complicado amor. Rodada en blanco y negro, que se alterna con videoclips en color y dibujos, Leto tiene cierto encanto y puede inspirar ternura. No pasará a la historia, pero tampoco es desdeñable.


Jaime Rosales hurga con «Petra» en las leyes del neomelodrama

La película española se presentó en la Quincena como mejor apuesta de la jornada, y la egipcia «Yomeddine» y la rusa «Leto» salieron a competir por la Palma de Oro

Oti Rodríguez Marchante – ABC (11 de mayo de 2018)

El cine de Jaime Rosales contiene trazos y síntomas que al Festival de Cannes le gusta reconocer como propios, y por ello casi todas sus películas tienen un hermoso hueco en él, bien en la Sección de Un Certain Regard, bien en la Quincena de Realizadores, como esta última, «Petra», convertida ayer por las extravagancias de la programación oficial en la película de la jornada, al menos para la Prensa española. Pero «Petra», además de ese torrente formal, externo, propio del estilo de Rosales, contiene una insospechada novedad: un fondo pulido con los pañitos del melodrama que le dan al argumento, a la historia que cuenta, un sorprendente aspecto de menú «clásico» servido en cuenco remozado, innovador y, si no revolucionario, sí revolucionado. Tanto interés tiene lo que cuenta como el modo de contarlo: los sucesos y desventuras de unos personajes sometidos a ese cristalón tergiversado por las leyes del asfixiante drama.

La historia es clara: una joven busca, a la muerte de su madre, a su oculto padre, y las sospechas la llevan hasta el interior de una familia, y en ese interior encuentra los hilos de varias tramas que se anudan entre secretos, pasado, fatum y la personalidad retorcida, dolida y apasionada de los personajes. Aunque el director toma varias decisiones para que la claridad del argumento esté envuelta del mismo retorcimiento, dolor y pasión: desmigaja el relato de modo capitular, y juega con el tiempo, sus capítulos y el drama interior de un modo no ordenado cronológicamente sino emocionalmente: el ojo del espectador va pisando las huellas de sentimientos que le llegarán después.

El drama de Petra lo recoge la cámara de Rosales como a hurtadillas (esa entrada en la casa de la familia) y la lluvia de elementos que lo provocan, vejaciones, suicidios, crimen, revelaciones inconfesables pero confesas…, están colocados ante la cámara (o fuera de ella, pues Rosales invoca el fuera de campo de forma sibilina, intrigante) para que estallen acompasadamente dentro de esa quebrada estructura narrativa. Y el elemento más provocador, más letal, el supuesto padre de Petra, es el disparo perfecto al corazón de las tramas: un artista tal vez genial y un hombre despiadado, un villano natural, sin impostación, sin conciencia de serlo, y que interpreta con una naturalidad de espanto Joan Botey (un, digamos, no actor). Junto a esa perfecta no interpretación del mal, otra «novedad» de este director, las interpretaciones en magnífico tono melodramático de actrices tan «de escuela» (y entiéndase) como Marisa Paredes o Bárbara Lennie (y también y especialmente Carmen Pla), y la siempre sospechosa naturalidad de Álex Brendemühl, que consiguen amasar los ingredientes del dramón como maestros reposteros.

Rosales se atreve a dar algunos pellizcos a su guion realmente «peligrosos» y no duda en lanzarse hacia terrenos «almodovarianos», aunque sin dejar esa personal obsesión por la escritura, por el lenguaje, capaz de darle un hachazo a la cabeza del culebrón. Una película singular que se hubiera podido defender con buen músculo en la competición. Pero a por la Palma de Oro llegaron otros títulos con armas conmovedoras, el egipcio «Yomeddine», de A. B Shawki, y el ruso «Leto», de Kirill Serebrennikov, el cual, por cierto lleva más de un año en arresto domiciliario y ya ha habido protestas aquí por ello. También por el director iraní Jafar Panahi, que no vendrá con su película a competición.

El filme egipcio es la historia desoladora de un hombre carcomido por la lepra, abandonado de niño por su familia, y que sale, junto a un chaval también abandonado al nacer, a la búsqueda de los suyos. Filmada con ingenuidad y un realismo que sobrecoge, la película es una máquina de producir sentimientos y un perfecto imán para atraerlos hacia sus personajes. Una perfecta vidriera hecha con cristalitos auténticos e hirientes. Y la rusa «Leto» es una muy hermosa reconstrucción de la «movidilla» rockera durante los estertores soviéticos, rodada en blanco y negro y enfocada a la trágica biografía de dos personajes míticos de los albores del rock ruso, Mike Naoumenko y Viktor Stoï. Llena de ingenio visual, de aportaciones manuales al fresco, de buenísima música y de un espíritu «Quadrophenia» y de libertad encapsulada que no es raro que diera de lleno en el corazón del Festival.