Festival de cine de Cannes, día 5: Kapuscinski en el infierno de Angola

Como siempre continuamos nuestro seguimiento informativo del Festival de Cine de Cannes ofreciéndoles las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC. A estas crónicas se puede sumar otras informaciones adicionales si se considera oportuno.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Kapuscinski en el infierno de Angola

La película ‘Un día más con vida’ la narración es épica y emotiva, sale del convencimiento

Carlos Boyero – EL PAIS (13 de mayo de 2018)

El crepúsculo del colonialismo portugués en Angola, su independencia y la posterior e interminable guerra civil han tenido cronistas excepcionales. En el caso del admirable escritor portugués António Lobo Antunes fue porque le reclutó el Ejército de su país. El legendario periodista polaco Ryszard Kapuscinski acudió inicialmente a ese infierno porque se lo exigía su profesionalidad y acabó tomando partido hasta el compromiso absoluto por uno de los bandos enfrentados. Rusia y Estados Unidos estaban utilizando ese sangriento escenario para continuar su guerra fría. También intervinieron la Cuba castrista y la Sudáfrica del apartheid. Kapuscinski logró sobrevivir a duras penas y narró la experiencia en su primer y memorable libro.

Dos directores, el español Raúl de la Fuente, y el polaco Damian Nenow, reconstruyen en Un día más con vida la epopeya del periodista en Angola. Mezclan el cine de animación con imágenes en las que algunos de los personajes reales que protagonizaron aquella guerra recuerdan delante de la cámara lo que ocurrió allí. Y funciona muy bien la asociación entre sus testimonios y la reconstrucción mediante esos espléndidos dibujos animados de lo que Kapuscinski vivió en Angola. La narración es épica y emotiva, sale del convencimiento y del corazón. Y podrían plantearse dudas sobre si la sagrada misión del periodismo es informar objetivamente de un conflicto o que los transmisores tengan tan clara la identidad de los buenos y de los malos, que se impliquen hasta el tuétano en la causa de los primeros, que se conviertan en aguerridos militantes. Kapuscinski no solo intentó echar una mano al Ejército en el que creía, sino que plasmó lo que vio y sintió allí en vibrante escritura.

El director chino Jia Zhang-Ke lleva más de una década contando que en su país están ocurriendo muchas cosas turbias o siniestras, que abunda la corrupción a múltiples niveles y las mafias de todo tipo, que es brutal la diferencia entre la forma de vida de las élites y la del resto del personal. A veces ha descrito ese panorama inquietante con cierto interés. Pero es escaso el que posee la muy larga y monótona Ash Is Purest White. Arranca con el amor entre el jefe de una hermandad gansteril y la mujer que ejerce de lugarteniente. Continúa con el encarcelamiento de esta y la imposibilidad de la antigua relación cuando vuelven a verse. Lo único que tiene un poco de gracia es la muestra de estafas callejeras que ella practica para lograr su supervivencia, una mujer estigmatizada, sola y que no posee nada.

Dudo que nadie medianamente lúcido adquiera, distribuya y estrene el último y verborreico onanismo mental del nonagenario Godard. Por lo tanto, es absurdo que hable de ella. Entre otras cosas porque me resulta imposible entender lo que pretende decir, algo que me ocurre con casi la totalidad de su cine, o ensayos fílmicos como los define él. Se titula El libro de la imagen. Una voz en off larga una letanía insufrible a base de reflexiones presuntamente profundas y desoladas sobre el estado de las cosas, acompañando a imágenes caprichosas que mezclan escenas de películas con el terrorismo yihadista, los nuevos disfraces del capitalismo, el ser y la nada y cosas así.

Godard sigue ingeniándoselas para la milagrosa tarea de que alguien le siga produciendo sus tonterías seudoartísticas. Había en la sala alarmantes y cuantiosos síntomas de somnolencia. Qué arduo lo tienen esos fans que declaran no poder vivir sin la sagrada obra de Godard para explicar con un mínimo de racionalidad la fascinación que les provoca. Pero la impostura y la farsa prosiguen. Que se disfruten mutuamente el riguroso gurú y los entendidos que le declaran su amor incondicional.


Jia Zhang Ke y la española «Un día más con vida» se encargan del cine

El director Jean-Luc Godard, con otro de sus hueros «collages», se ocupa de situarse en el centro con sus viejos trucos de faquir

Oti Rodríguez Marchante – ABC (13 de mayo de 2018)

Godard tiene la cualidad del prestigitador, y te enseña en una mano algo parecido a una película y en la otra algo parecido a una polémica: ¡alehop!, la película desaparece (en realidad, no existía) y te quedas con la polémica. Le encanta su papel de viejo farsante: no voy, pero estoy, y habla a la audiencia del Festival por FaceTime horas después de presentar «Le livre d’image» nada menos que en la sección competitiva, un batiburrillo de imágenes, sonidos y algo que quiere pasar por «ideas» para que el mundo reflexione, uno de esos «collages» que tanto impresionan a cualquiera que no pretenda pagar el precio de una entrada por verlo.

Godard es Godard

En su afán chamarilero, pesca para su pantalla imágenes, sonidos, cartelería, frases rimbombantes (las de siempre, «le comunisme», «la guerre», «Europe», «la violence», «l’inmortalité à travers les films»…) y hace como que le da una estructura de los cinco dedos, «la manualité»…, en fin, toda su estantería llena del pretencioso vacío habitual, y ahí se cuela, vaya usted a saber por qué, un cartelito durante dos segundos alusivo a Cataluña, lo que le permite decir a él luego (su «película», naturalmente, es un elogio al no decir nada) una frase para el chorriconsumo: «El cine es como Cataluña, que tiene muy complicado existir». Frase chorra, pero cierta, pues si el cine es lo que él hace y si Cataluña se empeña en hacer lo que él hace con el cine, desde luego ahí no hay quien vaya ni gratis.

Pero Godard es Godard, alguien capaz de colarse con eso a la sección competitiva, de hipnotizar a parte de la audiencia hasta el ronquido, de polemizar siempre fuera de las salas de cine, que es donde él explica sus películas… Qué hartura de hombre, qué hartura de cineasta. Que está al lado de los que ponen bombas, dice el fulano… La bomba es él, con el efecto de mortal aburrimiento.

Kapuscinski

Las chorradas de Godard le quitaron protagonismo al chino Jia Zhang Ke, que presentaba a competición «Les éternels», y a la española «Un día más con vida», que se proyectaba en sesión especial. La película española está dirigida por Raúl de la Fuente y Damian Nenow y es la traslación de la novela de Kapuscinski a una interesante mezcla de animación y mundo real. La historia, autobiográfica, ocurre durante la descolonización portuguesa en Angola que propició una posterior guerra civil. El protagonista es el dibujo de Kapuscinski, pero también su controvertido y discutible modo de entender el periodismo como servicio a una parte del conflicto.

La magnífica técnica de animación, mezclada con imágenes reales y fotografías de archivo, y el ritmo imparable en esa aventura tan política como periodística de Kapuscinski tienen un efecto imán para los ojos del espectador. Por otra parte, tiene un marcadísimo tono documental, pues aparecen junto, o antes, los personajes reales de aquella aventura y sus testimonios aderezan de vida aquel retrato de muerte.

En cuanto a la china de Jia Zhang Ke, director que crea siempre enormes expectativas festivaleras, es un ejercicio de contraestilo propio con la mezcla de agresividad y romanticismo de películas suyas como «Más allá de las montañas» y «Un toque de violencia», junto a esa mirada a la descomposición y a los paisajes mutantes de «Naturaleza muerta» o «Ciudad 24». Aquí narra la pasional historia de una mujer, que interpreta la impresionante actriz Zhao Tao (musa y señora del director), y sus sacrificios por un hombre, un mafiosillo. La relación de estos dos personajes, la atmósfera cambiante de sus intereses y sentimientos, respira en paralelo a los climas cambiantes éticos, económicos y sociales del universo chino.

«Les éternels» (que a saber cómo se titula luego aquí) es una obra llena de elegancia y de ese juego de espejos íntimos entre la figura y el paisaje, también de amargura y de rara nostalgia, y que capta actitudes, sentimientos, que no se cazan fácilmente sin entornar un poco la mirada.