Festival de cine de Cannes, día 7: Ese insólito y seductor papa

Como siempre continuamos nuestro seguimiento informativo del Festival de Cine de Cannes ofreciéndoles las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC. A estas crónicas se puede sumar otras informaciones adicionales si se considera oportuno.

Marta Blanco
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Ese insólito y seductor papa

Wenders recoge los momentos más significativos del mandato de Francisco en un documental sólido

Carlos Boyero – EL PAIS (15 de mayo de 2018)

Cannes – Desde hace demasiado tiempo las ficciones que narraba en su cine Wim Wenders perdieron el estado de gracia, pero sus documentales gozan de una salud envidiable. Los realiza sobre gente cuyo arte lo merece y por la que siente admiración incondicional. Son hermosos sus homenajes a la coreógrafa Pina Bausch y al fotógrafo Sebastião Salgado. En Un hombre de palabra, exhibida fuera de concurso, se acerca al papa Francisco. No tenemos noticias de que este practique alguna de las bellas artes, pero está claro que intenta revolucionar la iglesia católica, que sus mensajes, su personalidad, lo que dice y lo que hace pueden parecer arte de vanguardia en una Iglesia que estaba anquilosada, con serios problemas para mantener su ancestral parroquia, despegada de la realidad o mezquinamente pegada a ella.

Wenders recoge los momentos más significativos de este papado, el inmenso poder de comunicación de un hombre con sus feligreses (e incluso con los que no lo somos), la trascendencia de sus viajes por el universo, la seducción que despliega ante todo tipo de receptores, su comprometido e insólito discurso ante el lamentable estado de las cosas, su defensa, su tolerancia y su piedad con los desfavorecidos, su preocupación por la ecología, la justicia social y los innumerables desmanes pedófilos cometidos por sacerdotes de su iglesia, por el poder.

Wenders combina todo eso con el paralelismo entre este hombre y la conducta de Francisco de Asís. Para ello utiliza la ficción en blanco y negro reconstruyendo la figura y el espíritu de ese santo nacido hace más de 800 años. Es lo más endeble de este documental tan sólido. Y también hace una larga y heterodoxa entrevista al Papa, en la que sólo oímos sus respuestas y no existe en ningún momento la réplica o contrarréplica de su entrevistador. Al hablar delante de la cámara, fijando su mirada, el papa Francisco demuestra tener el imán y la credibilidad de los grandes actores. Lo que dice y la forma de hacerlo no tiene desperdicio, te hace pensar, te llega dentro. Un hombre de palabra puede rozar por momentos la hagiografía, pero posee notable fuerza. Wenders, al igual que tanta gente, se ha quedado hechizado con el hombre que retrata. Y te sorprende encontrarte con un papa que cita con conocimiento y pasión al nihilista Dostoievski, que rompe la fatigosa tradición de frases hechas y lugares comunes, que cuando se acerca a los miembros más frágiles entre las multitudes que le veneran parece hacerlo de verdad, que respeta la libertad para ejercer el ateísmo. Es un papa muy raro. El tiempo dará su veredicto.

La película japonesa Un asunto de familia, dirigida por Kore-eda, insiste en un tema que obsesiona a su creador. Y es que las familias no necesitan formarse con lazos sanguíneos, sino que pueden improvisarse con amor, complicidad y protección mutua, que pueden ser el refugio más sólido para soledades y desamparos. También que ese paraíso provisional se puede venir abajo. Lo cuenta con sensibilidad y un tono excesivamente pausado. Y vas atando cabos y recordando matices cuando llega un desenlace que no esperas, que desvela el misterio, un final tan lógico como triste.

La presidencia del jurado la lleva esa excelente actriz y deslumbrante señora llamada Cate Blanchett. Todos los días se leen manifiestos feministas. Se recuerda la abusiva desproporción en la historia del Festival de Cannes entre las películas dirigidas por hombres y por mujeres. En consecuencia, es muy fuerte el rumor de que este año Cannes estaría encantado de conceder la Palma de Oro a una directora. Son tres mujeres las que concursan en la sección oficial. Eva Husson firma Las hijas del sol, que es un desastre. No posee el menor sentido del cine de acción pero sí una torpeza que puede inducir al rubor, con un final tan falso como sensiblero, con diálogos lamentables. Está ambientada en el Kurdistán y la protagoniza un grupo de guerreras, cuyas familias fueron masacradas, que se enfrenta con sed de venganza al ejército yihadista. La italiana Lazzaro felice, dirigida por Alice Rohrwacher, alberga ecos fellinianos al contar la historia de unos campesinos sometidos voluntariamente a una aristocracia feudal, retrata a una comunidad de abnegados inocentes que se mantienen ajenos al mundo real. Su calidad es limitada pero se deja ver y oír.


El Papa Francisco le habla al mundo desde la ventana de Wim Wenders

La italiana «Feliz como Lázaro» y la japonesa «Une affaire de famille» saltan a la competición con grandes dosis de «palmaresina», o sustancia de Palmarés

Oti Rodríguez Marchante – ABC (15 de mayo de 2018)

El Festival cambia de hábito, pero no de costumbres, para dejarle el púlpito del certamen a la película dirigida por Wim Wenders, «El Papa Francisco, un hombre de palabra», en la que de modo documental recoge con la cercanía del primer plano parte del pensamiento que el Sumo Pontífice quiere lanzarle al mundo. Wenders se conoce el territorio del documental como un pez su pecera («Pina», «La sal de la Tierra»…) y sabe ponerse enfrente de lo documentado con enorme sigilo: en la pantalla solo hay Papa, un repaso de imágenes de archivo de sus viajes, a Jerusalén, entre los refugiados, en el Congreso estadounidense, en Suramérica…, y un repaso a los testimonios directos a cámara sobre los asuntos que mueven, o han de mover, a su Iglesia, y también a otros más espinosos como la pederastia, la revolución, el feminismo, el reparto de la riqueza y el trabajo…

Intercala Wenders imágenes de ficción en blanco y negro sobre San Francisco de Asís, en una evidente pretensión de hermanar las dos figuras, y capta con total pasión «el efecto Papa» entre sus millonarias audiencias durante sus viajes y entre los líderes de otras confesiones y culturas. Desde el arranque con imágenes del cardenal Jorge Bergoglio en los barrios pobres de Buenos Aires, hasta esa sensación de globalidad, de minucioso observador y conductor de todos los asuntos terrenales, del medioambiente a la justicia social o al diálogo entre contrarios, la película de Wenders (y del Vaticano) construye la sensación de ventana hacia un Mensaje, con mayúscula, y a un mensajero intrépido. Sobre este peculiar trabajo es difícil conocer sus causas, pero muy fácil sospechar sus efectos en medio mundo y en el otro medio.

Como es natural, esta película no compite por ningún premio (tendría tela marinera que su protagonista ganara el de mejor interpretación), y sí lo hicieron dos títulos con cierta «palmaresina», o sustancia del Palmarés, el italiano «Feliz como Lázaro», de Alice Rohrwacher, y atentos al dato: directora, y el japonés de Kore-Eda titulado aquí «Une affaire de famille». El primero era pura sorpresa, con un personaje de fábula y un relato entre la fantasía y la alegoría, tan poético como desbaratado, sobre la inocencia, las transformaciones sociales, lo atemporal (Inviolata se llama la aldea) y lo estrambótico. Es una moneda al aire, y dependerá su éxito en cómo caiga.

La japonesa de Kore-Eda es, como siempre las suyas, un encaje de bolillos con lazos familiares y con una peculiarísima familia en el centro. Con sentido del humor hace y deshace roles (padre, madre, abuela, hijos) entre unos personajes extravagantes y cercanos. Su modo de ver y entender la infancia y el corazón adulto ante ella es siempre magnífico, y en esta se adentra, como en «De tal padre, tal hijo», en esos terrenos lindantes del Adn o el «roce».

«Une affaire de famille» («Shoplifters» es su título en inglés) arranca con las enseñanzas de un padre a su hijo consistentes en cómo trincar comida en el supermercado, y entra al fondo de la cuestión cuando «recogen» a una niñita de la terraza de su casa, lugar en el que la dejan sus padres… La integran a la “familia”, y son a partir de ahí estampas de convivencia “marciana”, momentos de triquiñuelas y cariño, con una naturalidad y una ausencia de culpabilidad que se irá interrumpiendo por detalles y revelaciones que convierten la trama en dos pesos éticos sobre dos balanzas. Pero la historia familiar y de sentimientos modélicos encuentra el modo de enfrentarse con la realidad, con el espejo que devuelve como delito la imagen de la hermosa convivencia, y la sensibilidad de Kore-Eda ofrece argumentos y provoca sentimiento para colocar al espectador ante el dilema entre el bien y el mal, o lo malo y lo peor. Todo muy penetrante, a pesar du su grata ligereza.