Festival de Cine de San Sebastián, día 4: Destrozos propios y ajenos de la droga

Dentro de la cobertura especial que realizaremos sobre la presente edición del Festival de Cine de San Sebastián les ofrecemos las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC.

Laura Ramos
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Destrozos propios y ajenos de la droga

‘Beautiful Boy’, de Felix Van Groening, es tan verosímil como terrible. Habla de los intentos de rehabilitación y los sucesivos derrumbes

Carlos Boyero – EL PAIS (25 de septiembre de 2018)

Beautiful Boy adapta al cine las memorias de un padre y su hijo que imagino tenebrosas. Describe el enganche progresivamente feroz de un adolescente con algo paradisíaco en principio, incluso durante mucho tiempo, y que acaba devorando no solo a este, sino convirtiendo en un infierno la vida de los que ni quieren ni pueden renunciar a quererle, a ayudarle, a que encuentre una esperanza de salvación en una batalla que casi siempre está perdida. O sea, aquellos que lo engendraron, lo vieron crecer, lo aman irrenunciablemente. Pasar el tiempo que te quede en la tierra en compañía de una jeringa puede ser una adictiva o desesperada decisión de adulto, pero resulta muy cruel cuando ese pavoroso sendero empieza en la adolescencia, cuando se supone que la existencia no te ha machacado, o aburrido, irritado lo suficiente para introducirse en un camino que difícilmente tendrá retorno. El chaval de esta historia tiene curiosidad precoz por esas sustancias que alteran la realidad y proporcionan mucho gozo, llámense alcohol, marihuana, coca, tripis. Descubrirá que las sensaciones son aún más prodigiosas con la metanfetamina y el caballo.

Lo que cuenta el director Felix Van Groening es tan verosímil como terrible. Habla del engaño y la mentira como norma, de los intentos de rehabilitación y los sucesivos derrumbes, de creer que el monstruo está controlado y volver a sentir su aliento en el cogote, del sentimiento de culpa en medio del vértigo, las subidas anímicas y su derrumbe. La esperanza y los esfuerzos patéticos de ese padre y esa madre que se niegan a aceptar la destrucción de su vástago amenazan lógicamente con la rendición, con tirar la toalla, con negarse a que ese vampiro de sus entrañas les quite las pocas cosas sólidas que todavía les quedan en su desquiciado presente. El tema impresiona. El desarrollo un poco menos. El director busca recursos fáciles en determinados momentos, abusa de la introducción de canciones en la banda sonora, no desdeña el efectismo. Las interpretaciones de Steve Carell (el comediante también posee aptitudes para el drama) y de ese chico tan guay y con evidente futuro llamado Timothée Chalamet son muy convincentes. Con el tema de las copas y del jaco se han creado estremecedoras obras maestras como Días sin huella, Días de vino y rosas y Drugstore Cowboy. Beautiful Boy no lo es ni de lejos. Pero existe verdad en ella. Y da miedo.

Yuli, dirigida por Icíar Bollaín, no me provoca ni frío ni calor, algo que me ocurre desde hace tiempo con el cine de esta inteligente persona. La atormentada, pero finalmente triunfante existencia del bailarín cubano Carlos Acosta está descrita con intención de complejidad y de sentimiento, pero en mi caso no se me contagia. Mi lamentable ausencia de conocimiento de la estética y la sensibilidad del ballet (qué bochorno haberme quedado dormido durante una representación en el sagrado templo, en el moscovita teatro Bolshói) no me permiten juzgar si las abundantes coreografías y danzas que aparecen en Yuli están modélicamente filmadas, pero tengo el pasado y el presente de los personajes, tal como me lo describen aquí, y me resulta indiferente. A excepción del siempre encabronado padre del glorioso bailarín, que me parece insufrible.

La producción de El cuaderno negro, dirigida por Valeria Sarmiento, lleva la firma de Paulo Branco. Imprime un sello con el que acostumbro a temblar, que siempre me resulta tedioso, independientemente de la persona que dirija la película. Es mi eterna experiencia, pero entiendo que otros sensibles espectadores lo identifiquen con el prestigio. Va de cine de época. Pero no a lo bestia, como hace Hollywood. Con unos cuantos trajes y pelucas, tres carromatos y un par de castillos, la ambientación va sobrada. Y la historia, que se desarrolla mayoritariamente en la Francia de la guillotina, protagonizada por seducciones y abandonos, envenenamientos tortuosos, plebeyas que descubren sus orígenes aristocráticos, duelos, niños adoptados, enfermedad y desolación ante los amores traicionados, está narrada de forma inane. Me fascinó el universo de Las amistades peligrosas. Nada que ver con esta desdichada El cuaderno negro.


Tragedia, melodrama y comedia, todo desorbitado

Lo mejor para contrarrestar una tragedia aparatosa es una comedia aparatosa, y entre medio de ambas, un aparatoso melodrama

Oti Rodríguez Marchante – ABC (25 de septiembre de 2018)

Steve Carell y Timothée Chalamet
El veterano Steve Carell y el joven Timothée Chalamet, protagonistas de Beautiful Boy

Lo mejor para contrarrestar una tragedia aparatosa es una comedia aparatosa, y entre medio de ambas, un aparatoso melodrama, y todo eso es lo último que ha ofrecido la estantería del Festival: la tragedia familiar de «Beautiful Boy», de Felix Van Groeningen; la descarriada comedia «Tiempo después», de José Luis Cuerda, y la folletinesca «Le cahier noir», de Valeria Sarmiento.

«Beautiful Boy» es una película terrible y basada en las Memorias de sus protagonistas, un joven atrapado en la condena perpetua (y no revisable) de la más profunda drogadicción, a la metanfetamina, y el trayecto angustioso que recorre su padre hasta que decide quitar, ya resignado, de las paredes de la casa familiar las fotos de su hijo. Lo fastuoso de la película reside en la alternancia del irresoluble presente con los lamparazos del pasado, los recuerdos, de un padre junto a su maravilloso hijo pequeño, «flashback» de tiempo feliz que araña aún más los deshechos de vida presente. Tal vez a un espectador le sobre esa aparatosidad, pero nunca, seguro, a un padre. El joven y popular actor Timothée Chalamet y el veterano Steve Carell ponen tanto soporte emocional a sus interpretaciones, que es difícil no advertir una sobredosis de sentimientos y sacudidas, pero se trata sin duda de una película que sabe de lo que habla, y produce miedo escucharla y pánico vivirla.

El melodrama de Valeria Sarmiento tiene su gracia, aunque uno se percate de que el título, adaptación de la novela de Camilo Castelo Branco, se le escape vivo a la directora y el cuaderno negro siga igual de negro al final. Cuenta las vicisitudes, dignas de una serie, de unos cuantos personajes en la Europa de los años previos a la Revolución francesa, y posea dos cualidades infalibles: una voz en «off» monótona que te explica lo que ya ves y una vocación de culebrón a la vieja usanza, con hijos ilegítimos, relaciones perversas, secretos del pasado, confesiones, veneno fácil, idas y vueltas en carroza, amores imposibles… Todo ambientado y redicho, todo apasionado y frágil.

La película de José Luis Cuerda está fuera de la competición y fuera, también de la horma (en la línea dislocada de «Amanece que no es poco»), pues ocurre en el 9.177, mil años arriba o abajo. Futurismo de carretón y ciencia ficción de mentirijillas, pues se supone una alegoría de cualquier tiempo sobre los tópicos de los ricos, los pobres, el poder y la gloria. No hay ni un segundo sin un chiste, lo cual complica reírlos todos, incluso solo algunos, y el tono extravagante y la metáfora fácil y sangrienta son sus armas. Hay más actores célebres aún que chistes, y todos se divierten una enormidad dentro de la pantalla: fuera de ella hay que encontrar la postura cómoda para que pase lo mismo.