Festival de Cine de San Sebastián, día 5: Inmune a ese tipo de humor

Dentro de la cobertura especial que realizaremos sobre la presente edición del Festival de Cine de San Sebastián les ofrecemos las crónicas de Carlos Boyero en EL PAIS y de Oti Rodríguez Marchante en ABC.

Laura Ramos
Redacción ESTRELLAS EN LA NOCHE


Inmune a ese tipo de humor

Con ‘Tiempo después’, de José Luis Cuerda, la expresión de Buster Keaton no se altera en mi rostro

Carlos Boyero – EL PAIS (26 de septiembre de 2018)

Siendo un nefasto lector de guiones, un imprudente amigo que iba a producir una película de José Luis Cuerda se empeñó en que me deleitara con el de Amanece que no es poco. Me pareció sorprendente y surrealista, había cosas que me hacían gracia y otras menos, no imaginaba ese material transformado en imágenes. El resultado constituye para un público variado, incluidos los espectadores jóvenes y los modernos de cualquier época, su película favorita, un disparate imaginativo y genial, un colocón, una referencia de culto, esas cositas tan lúdicas. Para mi desgracia, no participé de esa euforia y tampoco la he revisado, pero recuerdo que en algún momento me afloró la risa.

Con Tiempo después me llegan informaciones previas de que su universo es fraternal con el de Amanece que no es poco. Y, como lo que más agradezco en la vida y en el cine es divertirme, espero pasar un buen rato, sentirme cómplice del humor, la irreverencia y la vocación esperpéntica de su director. Pero no hay forma; al final de su metraje sigo esperando a Godot, la expresión de Buster Keaton no se altera en mi rostro. Y los chistes políticos, religiosos, filosóficos, sociológicos son indesmayables y acelerados en boca de personajes con trazo surrealista y vocación de absurdo. Es un ejército de parados y famélicos que se niegan a la sumisión y que, lógicamente, pierden su batalla exclusivamente dialéctica contra la representación del poder, encabezada por militares, burócratas y un rey emparentados con el delirio. Pero constato con infinita envidia que las carcajadas son frecuentes e interminables en gran parte de la sala, que, a lo peor, si me aburro tanto con esos personajes, diálogos y situaciones tan presuntamente hilarantes, algún psiquiatra debería aclararme y curarme mis carencias, patéticas limitaciones. El problema debe de ser mío y no de una película (sospecho que otra vez de culto) que sus feligreses colocarán en los altares de su deleite. Que la disfruten eternamente.

John Le Carré construyó un mundo fascinante, tenebroso e imperecedero centrado en el espionaje durante la Guerra Fría. Algunos de sus protagonistas eran los topos, agentes captados por el M16 británico y el KGB en una batalla implacable, sin reglas, para lograr información. El Kremlin hizo modélicamente su labor captando a un selecto grupo de gente procedente de Cambridge y de Oxford. La película La espía roja habla de esa gente. Y está centrada en la historia real de una física que trabajó en la fabricación de la bomba atómica y que, al constatar sus devastadores efectos, le pasó información sobre ella a los rusos, en su humanista convicción de que ningún país volvería a lanzarlas si los enemigos también poseían su fórmula.

Por desgracia, lo que Le Carré narró de forma apasionante, con gran literatura, aquí está descrito de forma convencional, abusando hasta el mareo de la música, con interpretaciones débiles. A pesar de ello, no te ocurre nada malo por verla y oírla hasta el final, aunque se te olvide rápido. Y posee el atractivo de que aparezca (menos de lo que yo quisiera) en ella la formidable actriz Judi Dench, esa anciana bajita con expresividad portentosa. Junto a Helen Mirren, es una de las mejores cosas que le quedan al cine inglés, al cine a secas.


De «M», la jefa de Bond, a la espía atómica del KGB

Meterse en la filmografía de la veterana actriz Judi Dench es como enfrentarse a una barra de pinchos en cualquier bar de «lo viejo» en San Sebastián, lo ha hecho todo, y probablemente por eso se le ha otorgado uno de los Premios Donostia de este año

Oti Rodríguez Marchante – ABC (26 de septiembre de 2018)

Judi Dench
Judi Dench en el Festival de San Sebastián

Meterse en la filmografía de la veterana actriz Judi Dench es como enfrentarse a una barra de pinchos en cualquier bar de “lo viejo” en San Sebastián, lo ha hecho todo, y probablemente por eso se le ha otorgado uno de los Premios Donostia de este año. Pero elijamos solo un par de pinchos de ella, que ha sido “M”, la directora de los servicios secretos británicos en las películas de Bond, y que es, ¡vaya tela!, Joan Stanley, la mujer que estuvo tapada durante medio siglo al servicio del KGB, y cuya película, “La espía roja”, sirve aquí como homenaje al premio. Una historia real ficcionada por Trevor Nunn y que cuenta en un espectacular arranque cómo en el año 2000 la policía arresta a una venerable anciana y la acusa de proporcionar información secreta a los rusos.

La película no es tan interesante como su arrancada y los hechos reales, pero los ilustra a su modo y en dos tiempos: el presente y el interrogatorio a esa mujer dispuesta a colaborar y a contarlo tal y como sucedió, y el pasado lejano, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se enamora de un joven comunista y pasa información clave a los soviéticos sobre los avances británicos de la bomba atómica. La historia romántica, la intriga de espionaje y la “bonita” ambientación son los elementos narrativos del pasado de la historia, y el discurso moral y político sobre el “equilibrio de fuerzas” y la necesidad de ello para la paz del último medio siglo (mejor reparto de bombas que monopolio) son los ases del relato presente. Ni como película de espías resulta el no va más, ni tampoco como película de tesis, pero Judi Dench defiende con talento y emotividad al personaje real (Melita Norwood) durante el interrogatorio y Sophie Cookson con frescura, pasión y fragilidad en sus díscolos años mozos.

Por lo demás, la sección competitiva ofreció dos títulos bien distintos, el británico “In Fabric”, de Peter Strickland, y el coreano “La brigada del lobo”, de Kim Jee-Woon. El primero es como un film encontrado entre el terror de serie B de los años setenta, lleno de colores vistosos, imágenes confusas, música chirriante, humor de baratillo y un relato de frotarse los ojos, y todo ello lo convertía en un jajajá inexplicable y en eso que luego confecciona las películas de “culto”. La historia, demencial, es la de un vestido rojo endiablado que destruye las vidas de quienes lo llevan, pero hay que aguantar un par de horas y un par de historia separadas y complementarias para darse cuenta de que no hay nada más que eso. Ni siquiera la melancolía Jess Franco le presta algo de sentido a la insensatez de “In Fabric”.

El filme coreano dura una eternidad y está basado en un anime japonés; la historia se centra en un futuro cercano, y con la perspectiva de la reunificación de las dos Coreas y la aparición de un grupo terrorista que se opone a ella y de las Unidades Especiales que los combaten. Visualmente es espectacular, con mucha acción, gran despilfarro de metralla y personajes que se mueven entre las balas como un frutero entre su género. El argumento, liosísimo de por sí, con tantos cuerpos policiales enfrentados y tantas facciones terroristas, adquiere un gigantesco tono neblinoso por la variedad de nombres y rostros coreanos que se cruzan en loa pantalla para concentrar gran cantidad de inopia en los ojos del espectador. Pero es entretenida, adrenalínica y posee una música y un tonillo romántico a lo “Blade Runner” que ayuda a ir pasando un argumento que se hace bola.