François Cluzet encarna el orgullo rural en ‘Normandía al desnudo’

El director Philippe Le Guay comenta las peculiaridades de un rodaje en que los campesino se convirtieron en actores y viceversa

Fernando García – LA VANGUARDIA (9 de junio de 2018)

Madrid – En plena crisis a causa de una agresiva competencia externa que tira por los suelos los precios de la carne, los agobiados ganaderos de la pequeña población de Le Mêle-sur-Sarthe buscan fórmulas para hacerse oír en la gran ciudad y los despachos de los gobernantes. Un día, el fotógrafo de desnudos en grupo Blake Newman, versión ficticia de Spencer Tunick interpretada por Toby Jones, llega a la aldea con la propuesta de escenificar allí uno de sus famosos retratos corales en pelota…, con los propios paisanos como modelos. El personal se muestra reticente. Pero el carismático alcalde Georges Balbuzard, interpretado por el no menos magnético François Cluzet, ve en esa fotografía la forma de llamar la atención del país sobre los acuciantes problemas de su gente. El plan no se ejecutará como él lo prevé de entrada, pero tal vez ofrezca grandes posibilidades de todos modos.

El director y guionista de esta comedia agraria a la francesa, Philippe Le Guay, se proponía contar “la historia de un pueblo abandonado y olvidado que un día decide tomar las riendas de su destino y actuar por su cuenta”. Porque finamente no será un fotógrafo venido de fuera el que venga a sacarles las castañas del fuego, sino ellos mismos los que tomarán la iniciativa de la ‘performance’ campestre que les permitirá dar a conocer su drama de la manera más llamativa posible. Y “el resultado es lo de menos para ellos”, añade el realizador, pues lo que cuenta es la recuperación de la dignidad por mérito propio. Se trata en definitiva de una historia de orgullo rural a través de “un gesto de coraje y energía”.

Aunque al cineasta no le resultaba del todo ajeno el pueblo elegido para el rodaje, donde sus abuelos tenían una casa propiedad de la familia desde varias generaciones atrás, la idea de filmar en el campo le imponía un cierto respeto de entrada. “Nunca lo había hecho y o sabía si sería capaz”, cuenta a La Vanguardia. Pero los habitantes de Le Mêle-sur-Sarthe se lo pusieron fácil: no sólo acogieron la idea y al equipo del filme con los brazos abiertos sino que estuvieron encantados de actuar en la cinta. Los campesinos se convirtieron en actores y viceversa.

Cluzet tuvo que aprender a ordeñar, pero tampoco a él le resultaba del todo extraña la vida en el campo. “Vengo de una familia de granjeros. Aún recuerdo a mi abuelo diciéndome: “¿Sabes a cuánto se vendía un ternero hace veinte años? ¡A quinientos euros!”, relata el actor. Otros miembros del elenco hubieron de tomar algunas clases para conducir un tractor o para llevar las vacas al establo sin evidenciar su procedencia urbanita.

La convivencia entre los anfitriones y los miembros del equipo fílmico se hizo pronto más que fluida. “Ellos nos invitaban a sus casas y nosotros les animábamos a venir al restaurante donde parábamos”. El buen ambiente se trasluce de hecho en la comedia. La clave, explica Le Guay, estuvo en “comprender que no podemos tratar a los campesinos como si fueran todos la misma cosa, pues cada cual tiene su vida, su manera de trabajar y su situación; unos han heredado la casa y otros la compraron para irse allí; unos tienen a los hijos fuera y otros viven con ellos, y así con todo”. Nada demasiado diferente a lo que ocurre en la gran ciudad, sólo que en otro medio y con menos humos.