Cuando en 2008 Clint Eatwood encarnó a Walt Kowalski en la monumental (y testamental) Gran Torino, también dirigida por él, pudo haber sido el punto y final glorioso a una carrera que comenzando desde abajo terminó en lo más alto, legando a la Historia del Cine alguna Obra Maestra y un puñado de excepcionales películas. No fue así. Eastwood siguió dirigiendo (y hasta interpretando), unas veces con más acierto que otras, una serie de producciones que todos, no lo niegue nadie, esperábamos ver con ansia en busca de esa nueva Obra Maestra.
Ahora nos ha llegado Mula, la historia de un octogenario, casi nonagenario, que por diversas razones en el ocaso de su vida acepta ponerse al servicio de un cártel de la droga como ‘transportista’ de cocaína. Su negocio como horticultor ha dado en quiebra por el nacimiento de las nuevas tecnologías e internet, su relación con familia atraviesa momentos desastrosos y su vida no encuentra salida que el fácil conducir a través de las carreteras sin importarle demasiado que es la carga que lleva, bastante tiene con la propia.
Empatizo con este hombre, Earl Stone, que se ve abocado a un trabajo indeseado hasta por su propio conservadurismo expresado en toda la película, pero cuya realidad no le da alternativas. Me gusta ver la mirada de Eastwood hacía dentro, no sólo de su personaje, de él mismo, al comprender que su relación con la familia (esposa, hija, nieta) no ha sido la más deseable ni la mejor y su intento de reconciliación tardío, pero sincero. Me atraen los momentos que pasa con su ex mujer y su familia. En esas secuencias vuelve el mejor Eastwood.
Todo esto está contado con pausa, con eso que llaman ‘clasicismo’, sin prisas, aportando todos los matices necesarios para comprender la historia, para comprender al personaje y (aunque no esté explícito) para comprender al autor. Me complacen esos largos viajes por carreteras vacías cuando uno tiene tiempo para reflexionar, para recordar (tiempos pretéritos de éxito profesional, carisma indiscutible y buenos tiempos con amigos y mujeres), o para lamentar (el abandono de la familia, la no asistencia a la boda de su hija por tomar unas copas con sus compañeros de profesión en un certamen donde, como siempre ha salido vencedor).
Mula no es una ‘Road movie’ al uso, ni tampoco es un thriller convencional. Es la reflexión de un maestro del cine en el ocaso de su carrera, posiblemente no tan bien realizada como muchos esperábamos, pero funcional y correcta. Es la esencia de la carrera del autor, asistido por el guionista Nick Schenk (quien también escribió Gran Torino), donde podemos ver y apreciar su evolución creativa y personal. Pocas veces el legendario director se ha expuesto de forma tan clara y abierta.
Mención especial merece el capítulo de la interpretación donde Eastwood vuelve a brillar, sin disimular su deterioro físico, con su mirada dual, hacia el presente y hacia el pasado, tanto en su vida, como en su propio país donde como ya veíamos en Gran Torino cada vez tiene menos prejuicios. Eastwood es la película, Eastwood llena la pantalla, Eastwood eclipsa todo lo demás. Bradley Cooper está patético con su papel de agente de la DEA a la caza del narco, Laurence Fishburne totalmente desdibujado, Andy Garcia confirma su agotamiento cinematográfico y sólo Dianne Wiest mantiene cierto nivel.
En resumen. La sensación es que estamos ante la última obra de Clint Eastwood, aunque con este hombre nunca se sabe, una película que como Gran Torino huele a testamento, más que a despedida. La película es correcta, se ve con agrado, perdura el recuerdo en la memoria, aunque no está al nivel de las grandes obras de su director, pero además destila Verdad, tanto en su puesta en escena y narrativa, como en su interpretación. Es una obra, no lo vamos a negar crepuscular con todos los elementos que esto implica. He disfrutado con la película de Eastwood, pero como suele suceder con este director siempre esperamos y queremos más.
Carlos Infante