Una estudiante de cine, una empleada de una de sus producciones y una trabajadora del sector cultural revelan a EL PAÍS cómo el cineasta aprovechó su reconocimiento para supuestamente agredirlas. El realizador responde: “He practicado sexo duro siempre de manera consentida”
Gregorio Belinchón, Ana Marcos y Elena Reina – EL PAIS (26 de enero de 2024)
Madrid – Tres mujeres aseguran haber sufrido violencia sexual por parte del cineasta español Carlos Vermut, ganador de la Concha de Oro de San Sebastián con Magical Girl (2014). Una estudiante de cine, una empleada de una de sus producciones y una trabajadora del sector cultural han denunciado a EL PAÍS que el director sacó supuestamente ventaja de su reconocimiento y posición en el cine para tener relaciones sexuales violentas que ellas no consintieron.
Los hechos que relatan transcurrieron entre mayo de 2014 y febrero de 2022. En uno de los testimonios, la mujer describe que Vermut la inmovilizó, la estranguló y la forzó a tener sexo. Recuerda mostrar una oposición no solo verbal, sino también física, y explica que trató de zafarse con patadas. En el segundo relato, la aspirante a directora cuenta cómo el cineasta se lanzó sobre ella para besarla y tocarle los pechos sin su consentimiento y que le arrancó el sujetador. En el tercero, la mujer que trabajaba para él, y a quien había prometido, según su versión, un empleo mejor, describe un episodio en el que fue encerrada en su casa un día, después de recibir durante meses un “trato denigrante, tanto verbal como físico”, y un nivel de violencia que no consintió en las relaciones sexuales que mantuvieron.
Vermut, entrevistado por EL PAÍS en tres ocasiones, ha asegurado no haber sido “consciente de haber ejercido violencia sexual contra ninguna mujer”. “He practicado sexo duro siempre de manera consentida, porque creo que es muy importante el consentimiento”, ha repetido ante las preguntas de este diario sobre estos testimonios. Y ha agregado: “Otra cosa es que la persona en su casa después se sintiera mal y a lo mejor en el momento tuviese miedo a decirlo. Eso yo no lo puedo saber”. “Me gustaría que saliera publicado que he tenido muchas relaciones de muchos tipos, siempre queriendo que la otra persona esté bien. Y creo que haber tenido una vida sexual promiscua y haber tenido sexo de muchos tipos puede llevarte a situaciones como estas”, ha insistido.
Ninguna denunció ante la policía lo ocurrido porque, según señalan, dos de ellas tenían miedo a perder su empleo y otra a no llegar a conseguir uno. Según datos del Ministerio de Igualdad, solo un 8% de las víctimas que sufren violencia sexual se atreve a denunciar.
Las tres mujeres que acusan a Vermut no han querido que su nombre aparezca publicado, pues todas trabajan en puestos relacionados con el sector audiovisual y alegan temer represalias. Este periódico cuenta con declaraciones juradas de estas tres mujeres firmadas por ellas, donde se ratifican en todos los hechos que aquí denuncian.
EL PAÍS también posee material documental sobre el que se sustenta esta investigación: e-mails, fotos, conversaciones de WhatsApp con él y con gente de su entorno, y entrevistas con 31 trabajadores de la industria, que no han querido dar su nombre, de los cuales la mayoría conocían estos testimonios y otros aportaron datos que han servido para contextualizar estas denuncias; entre ellos, actrices, jefes e integrantes de equipos técnicos y artísticos, directoras de reparto, representantes de asociaciones e instituciones de cine, periodistas, productores y directores. Y los testimonios de seis personas de su entorno.
Carlos López del Rey (Madrid, 43 años), más conocido como Carlos Vermut, el nombre artístico que ha utilizado desde sus inicios profesionales como ilustrador, comenzó a hacerse un hueco en el cine español con su ópera prima, Diamond Flash (2011). Con su segundo largometraje, Magical Girl (2014), se coronó: ganó la Concha de Oro y también el premio a la mejor dirección en el festival de San Sebastián. Desde ese momento, que coincide con el primer testimonio de esta investigación, su carrera despegó.
En la última edición de los premios Goya, Vermut compitió por el galardón a la mejor dirección por Mantícora. La industria lo considera un realizador especial, “el único de su generación que podría entrar en el palmarés de Cannes”, según un productor. Y todos los trabajadores del sector consultados coinciden en que le rodea un aura de cineasta independiente, atrevido y auténtico.
Las tres mujeres se parecen físicamente: dos de ellas más jóvenes que él, tenían 21 y 26 años en el momento de la supuesta agresión. Todas son de pequeña estatura y afirman que se sintieron incapaces de quitárselo de encima o de defenderse por el miedo a que pudiera sucederles algo peor.
Testimonio 1. Mayo de 2014. Madrid
El 8 de mayo de 2014, esta mujer había quedado con un amigo para ir de fiesta con un grupo de gente de la industria del cine en un pub de Malasaña llamado Picnic. Allí, según su testimonio y el de otro testigo, estaba Carlos Vermut con otros cineastas. Recuerda que para todos era el director de moda porque lo acababan de seleccionar para el festival de San Sebastián. Estaba a punto de convertirse en uno de los directores de cine de autor más importantes del panorama. Ella trabajaba como falsa autónoma, según ha podido acreditar este periódico. Su jefe, en aquel momento, era amigo de Vermut y colaborador en uno de los proyectos futuros del cineasta.
“Recuerdo que esa noche empezamos a tontear. Y reconozco con algo de vergüenza que me impresionó que Vermut se fijara en mí, yo lo admiraba mucho. Total, que terminamos yendo a mi casa”, cuenta. “Cuando llegamos a mi portal me besó de manera muy bonita y muy tierna. Y le dije que subiéramos”, añade.
Una vez dentro, recuerda: “Se tiró encima de mí, empezó a estrangularme. No lo vi venir. Yo empecé a darle patadas. Estaba muy asustada. Después de darle más patadas se apartó y me dijo algo así como: ‘Yo no me lo merezco’. Entonces, no sé por qué, pues estaba muy descolocada, incluso le dije: ‘Vale, perdona, perdona’. Y volvió a hacer otra vez lo mismo, con la misma violencia, quiero decir. Yo ya no me pude mover, porque me placó. Es un tío muy grande, tampoco tenía posibilidad de nada”, cuenta. “Lo único que recuerdo claramente es que le pedí: ‘Por favor, ponte un preservativo, por favor, ponte un preservativo’, cosa que no hizo. Recuerdo eso porque en aquel momento estaba obsesionada con las enfermedades. Al final, fue lo único que logré decir”. Después, según su relato, él se fue de su casa. “Y yo me quedé ahí tirada. No me preguntó si estaba bien. Nada. Cogió y se fue”, señala.
Vermut, cuestionado por el episodio que narra esta mujer, niega “haber llegado a un punto en el que una persona esté forcejeando [con él]”. “Eso nunca me ha pasado”, insiste. Y reconoce: “He estrangulado a personas, sí, pero de manera consentida. No lo estoy negando”. Sobre que ella cuente que no usó un preservativo cuando se lo pidió, explica: “He hecho el amor sin preservativo. Algunas veces no lo he usado; otras veces, sí. Me dicen que me lo ponga y lo hago”. “Honestamente, no tengo conciencia de que alguien me dijese que no quería tener sexo conmigo y seguir teniéndolo”, asegura.
A las 3.13 del 9 de mayo de 2014, esta mujer le escribió a una amiga, según una conversación por WhatsApp a la que ha tenido acceso EL PAÍS. Aquí se reproduce un fragmento de lo que hablaron entre esa hora y las 14.39 del mismo día. Ella considera importante apuntar que en ese momento no entendía bien qué le había ocurrido: “Solo era capaz de decir que había pasado algo que no estaba bien. Y hasta bastante tiempo después no me di cuenta de que había sido una agresión sexual”.
—Me he enrollado con Carlos Vermut. Fue una puta mierda.
—Pero, ¿por qué fue mal?
—Uhm, a ver, hasta me pegó dos tortazos porque no se la quería chupar. No digas nada.
—Ok. Te piraste, supongo.
—Vino a mi casa. Quería forzarme, tía. Me asusté.
—Normal. ¿Se fue?
—Sí.
—¿Entonces no llegó a pasar nada?
—Sí. Pero fue horrible.
—Pero si no te apetecía, ¡haberte plantado!
—Ya te digo que me asusté.
Esa mañana habló con otra amiga, también del mundo cinematográfico. Este periódico ha confirmado con ella que esa conversación se produjo y que recuerda haberla visto “muy nerviosa por si esto se llegaba a saber” en su entorno. Explica que le aseguró que tenía “heridas genitales” y esta amiga le recomendó ir al hospital. También a la policía, pero no quiso. “No lo denuncié porque era Carlos Vermut, una persona conocida, un director de cine que estaba relacionado con mi entorno y con mi círculo laboral”, cuenta esta mujer.
Seis meses después lo volvió a ver, por trabajo, durante la promoción de su película Magical Girl, cuenta. “Él hizo como si no hubiera pasado nada. Incluso fue muy amable”, reconoce. “Nos acostamos otras veces, de forma esporádica, a lo largo de un año y medio. Nunca fue como la primera vez, aunque siempre hubo forcejeos y violencia en el sexo. Él solo se excitaba así. Y yo, estúpidamente, llegué a creer que eso era salvaje, que estaba bien”, cuenta. “Ahora no me reconozco en esa persona. Creo que estaba negando lo que pasó y, de alguna forma, intentando hacer como que eso no me había ocurrido, porque fui consciente mucho tiempo después”, explica sobre sus encuentros posteriores. “No recuerdo cómo terminó. Simplemente, ya no nos vimos más”, cuenta.
Dos penalistas expertas en violencia de género, la catedrática de Derecho Penal María Acale y la abogada Amparo Díaz, explican este tipo de conducta. “Para enfrentarse al hecho de haber perdido toda la seguridad, muchas mujeres minimizan lo que les ha sucedido e intentan adaptarse teniendo, por ejemplo, más relaciones sexuales con sus agresores cuando son cercanos a ellas. El recurso de negación lo suelen utilizar las víctimas de violencias sexuales para mantener un poco la calma y recuperar la sensación de seguridad. También, en ocasiones, influye que temen represalias o consecuencias negativas si no normalizan lo que les ha pasado”, señala Díaz. “El hecho violento es independiente de lo que ella o ellas decidan hacer después”, resume Acale.
EL PAÍS ha confirmado que al menos 17 personas —entre ellas, productores, actrices, directores y periodistas especializados— tenían constancia de su relato. También tres miembros del festival de San Sebastián. Y una vocal de la junta directiva de la Asociación de Mujeres Cineastas y de Medios Audiovisuales CIMA, a la que esta mujer reveló en septiembre de 2022 que Vermut la había forzado a practicar sexo. Según han respondido esas fuentes consultadas, que no han querido que su nombre aparezca en la investigación, algunas decidieron esperar a que fuera ella quien pusiera la denuncia y la animaron a hacerlo, otras no le creyeron y otras no recuerdan por qué callaron.
Testimonio 2. Mayo de 2016. Madrid
Esta mujer cuenta que el 15 mayo de 2016, recibió un mensaje de Carlos Vermut para invitarla a tomar algo en las fiestas de San Isidro de Madrid. Tenía 21 años (en ese momento, el cineasta tenía 36), y le quedaba un año para graduarse en la universidad. Explica que le dijo que la había visto “muy interesada en el cine” y que la podía ayudar, “de la manera que fuera”, a meterse en la industria. Reconoce que la emocionó que uno de sus directores de cine favoritos le dijera algo así. “Me está escribiendo Carlos Vermut y además me está diciendo que me puede dar curro”, recuerda que pensó para sí misma.
El cineasta tenía su número de teléfono porque un mes antes había participado en unas charlas de cine en la universidad en la que ella estudiaba y a las que esta mujer asistió. Pasaron de un contacto estrictamente profesional por e-mail a mensajes y llamadas personales por el móvil.
Aceptó la propuesta y se fueron a tomar unas cañas por el barrio madrileño de La Latina. Vermut la invitó después al concierto de Nacho Vegas en la Plaza Mayor, donde estaban sus amigos, entre ellos, otro conocido cineasta y una mujer más joven, calcula que de su edad. La noche no acabó ahí, y los cuatro se unieron más tarde a otro productor de cine, amigo de Vermut, y otras dos jóvenes en el madrileño Café Berlín. “Nos sentamos con ellos. Y me acuerdo de que el productor me miraba, y me preguntó: ‘¿Y tú qué? ¿Tú qué quieres ser? ¿Guionista?’. Yo le dije que sí. ‘Pero, ¿qué has escrito?’, respondió. Me sentí como en una entrevista de trabajo. Ahora lo analizo y era algo así como: ‘Chavala, ¿qué quieres?”.
Esa noche de San Isidro fue uno de los pocos encuentros cara a cara que tuvo esta mujer con el cineasta, según su relato. Sin embargo, las llamadas a altas horas de la madrugada y los mensajes se multiplicaron. El tema del que más hablaban era del guion de la película Quién te cantará (el tercer largometraje de Vermut, que se estrenó en octubre de 2018). “Me pasó la primera y la segunda versión”, dice ella. “Sinceramente, no me gustó mucho. Cuando le di un mal feedback del guion, no le terminó de encantar. Se puso más borde”.
Él le escribía casi a diario, según cuenta, hasta que un día le propuso que fuera a su casa. “¿Por qué no te vienes a mi casa y, ya que te gusta tanto mi cine, vemos Diamond Flash? Así la analizamos juntos”. Ella aceptó, como había hecho otras tantas veces con otros compañeros y profesores de la universidad.
Recuerda que fue a su casa, en un barrio de clase obrera de Madrid, y que estaban solos. Vieron la película y, al terminar, Vermut se lanzó sobre ella. Según su testimonio, la besó y metió la mano entre sus pechos. “Llevaba una camiseta que tiene un cordoncito [se señala los hombros], la recuerdo porque me ha costado mucho volvérmela a poner y porque llevaba un sujetador palabra de honor para que no se vieran los tirantes. Él me metió la mano entre las tetas y el sujetador, y tiró”, cuenta. El estirón fue tan fuerte que le rompió el enganche de la espalda. “Me quedé tan quieta, no sabía qué hacer, él lo notó y dijo: ‘¿Te pasa algo?”. Ella contestó que no, entre titubeos: “Fue instintivo, me quedé quieta”.
Vermut se levantó y empezó a gritar. “Ya no recuerdo qué me dijo. Se fue a su habitación, abrió el portátil, se tiró en la cama y empezó a chatear con otra tía para quedar. Lo sé porque yo fui, me acerqué un poco y lo vi”. Ella le explicó que se iba a su casa. Y Vermut contestó: “Pues sí, no sé por qué no te has ido ya”.
“Jamás le he arrancado una prenda a nadie para tener relaciones sexuales”, asegura el cineasta ante la pregunta de EL PAÍS sobre este testimonio. Y añade: “Imagínate que he subido con una persona a mi casa y estamos en la cama o en el sofá hablando. Doy por hecho que tiene una intención sexual. A lo mejor me acerco a ella, le puedo tocar los pechos, y si esa persona me dice que me aparte, no hago nada más. Es que depende del contexto”, responde.
Esta mujer recuerda que salió de la casa del director llorando. “Caminé lo más rápido que pude al metro, estaba a más de una hora de mi casa. Y me acuerdo de ir haciendo lo que podía para que no se me cayera el sujetador”, cuenta.
Lo último que supo de Vermut fue a través de un correo electrónico donde el cineasta le preguntaba cómo estaba, según recuerda. “Como si no hubiese pasado nada”, apostilla esta mujer. Y le contestó: “Estoy bien, pero no quiero ya hablar contigo”. Ahí terminó su relación. Poco tiempo después, ella se dio cuenta de que él la había bloqueado en WhatsApp.
Testimonio 3. De finales de 2019 a febrero de 2022. Madrid
A finales de 2019, esta tercera mujer conoció a Carlos Vermut en una comida informal. Esa noche se acostaron, recuerda. Fue el primero de una serie de encuentros que se sucedieron durante casi dos años en los que, dice, tuvieron relaciones sexuales “con una violencia” que asegura que no consintió. Poco después de conocerlo, la empresa para la que ella trabajaba se encargó del proceso de una de sus películas y entró en el equipo que iba a trabajar para él. “Luego, la relación personal continuó a la par que la profesional”, relata esta mujer, que tenía 26 años (y Vermut, 39) en ese momento y acababa de iniciar su carrera laboral.
En cada uno de sus encuentros siempre tenían relaciones sexuales con prácticas violentas. “Nunca hubo una conversación previa o posterior respecto a los términos de esas relaciones”, afirma esta mujer. “Recuerdo una situación en la que presionó mi cabeza muy fuerte contra él hasta el punto de darme arcadas, todo eso acompañado de expresiones verbales y físicas denigrantes que me hacían sentir en desventaja e inferioridad”, explica a este diario. “A lo mejor no tenía muchas ganas, pero sabía que eso iba a pasar. Y me daba miedo no hacerlo. Intenté convencerme de que esa manera de concebir las relaciones me tenía que gustar”, prosigue. “En muchas ocasiones disociaba o trataba de reconducirlo para que fuera tierno, pero no lo conseguí”.
Recuerda que entró en una espiral violenta de la que no sabía cómo escapar sin salir perjudicada: en lo laboral era su subordinada y le llegó a prometer un empleo; y en su relación personal, por el miedo que, en ocasiones, le producía. “Miraba muy bien en qué términos me dirigía a él porque no quería enfadarlo, no quería disgustarlo”, asegura. Poco después de alejarse de él, acudió a una psicóloga que le diagnosticó ansiedad relacional. “Cuando estás con la autoestima baja como yo, siempre pones las necesidades del resto por delante de las tuyas. Si te presta atención alguien que, dentro del mundo en el que tú trabajas, tiene un cierto poder, prestigio, es más importante aún”, cuenta acerca de su estado en aquel momento.
Sobre este relato, Vermut explica a este periódico: “No he tenido nunca necesidad de agredir a nadie ni me excita ese tipo de prácticas, en tanto en cuanto a esa otra persona no le esté excitando”. Preguntado si en alguna ocasión ha percibido que una de sus parejas estuviera asustada, lo niega y explica: “Una persona puede sentirse incómoda, creer o recordar que está siendo clara en su manera de querer parar la relación. Y a lo mejor no lo transmite de una manera en la que la otra persona lo pueda entender. También se añade el hecho de que esa persona, yo lo entiendo, puede sentir miedo a agravar la situación”.
Pregunta. ¿A qué se refiere con agravar la situación?
Respuesta. Hombre… Imagínate que estás con una persona que te dobla el tamaño y tú quieres parar. Vale. Y tú quieres decirlo para que pare, pero a lo mejor no quieres ponerte tan tajante como para que la otra persona tú sientas que se va a enfadar más, ¿sabes? O que vas a generar que la situación empeore.
A los seis meses de conocerse, Vermut le ofreció un empleo en una productora que el cineasta le aseguró que iba a montar. Este diario ha tenido acceso a la conversación que esta mujer tuvo con una amiga en la que le mostraba su emoción por esta supuesta oportunidad laboral.
10 de agosto de 2020. 10.57 de la mañana.
—Tengo oferta laboral en firme por parte de Carlos para el futuro. Va a abrir la productora y cuando empiece a andar la cosa dice que me quiere en su equipo. Vermut, tía. Profesionalmente.
—Qué guay.
—Se la vamos a presentar a [una plataforma].
Este trabajo nunca se concretó, explica esta mujer. “Ahora me doy cuenta de que sus promesas me hacían sentir especial, era una forma de tenerme ahí”, cuenta.
La última vez que vio a Carlos Vermut fue en febrero de 2022. Después de unas cervezas, fueron a casa del cineasta, cuenta. “No me trató bien. Cuando nos fuimos a la cama, se quedó dormido, me sentía mal y no podía estar ahí a su lado”, continúa esta mujer. Se levantó, se vistió y trató de escapar de allí, asegura, pero cuando llegó a la puerta, Vermut se puso delante y no la dejó salir. Todos los pestillos de la puerta estaban echados, recuerda. “No puedes dejarme solo”, afirma que decía el cineasta. “Fue una situación muy violenta, pensé que si me negaba a quedarme podía derivar en algo peor. Tenía mucho miedo. Él es mucho más grande”. Así que volvió a la habitación y se metió en la cama, relata. “Una parte de mí, me decía: ‘Duérmete, despiértate y vete a trabajar”. A la mañana siguiente, salió de esa casa y recibió un mensaje de Vermut en el que daba por acabada la relación alegando que ella bebía mucho y no se sentía cómodo con una persona así, recuerda. La pareja actual de esta mujer ha asegurado a EL PAÍS que no había conocido a nadie “con tanto miedo en la cama”.