Con esta publicación, el periodista de ‘The New York Times’ Dave Itzkoff trata de esclarecer cuáles fueron los últimos pensamientos del célebre actor
Lara Gómez Ruiz – LA VANGUARDIA (8 de mayo de 2018)
Barcelona – El inesperado adiós a Robin Williams conmocionaba al mundo entero. Era 2014 y el célebre actor decidía poner fin a su vida, apagando una de las sonrisas más incandescentes de Hollywood. Todo parecía indicar que el motivo que le llevó a suicidarse fue una profunda depresión. Algo que su mujer, Susan Schneider, matizó: “No fue la depresión lo que mató a Robin. La depresión fue uno de la cincuentena de síntomas, y uno de los pequeños”.
Entonces, ¿qué le pasaba al humorista? Padecía “demencia con cuerpos de Lewy”, tal y como aseguró su viuda. Un síndrome degenerativo y progresivo que guarda ciertas similitudes con el Alzheimer, con el que se acumulan proteínas en el cerebro, afectando al pensamiento, la memoria, las emociones y los movimientos corporales.
Lo cierto es que últimas semanas del protagonista de El Club de los Poetas Muertos fueron un verdadero infierno. Así lo ha especificado Dave Itzkoff, periodista de The New York Times que ha escrito una biografía sobre Williams, tratando así de acercar a sus seguidores los últimos pensamientos del intérprete.
Cuando el actor empezó a sentir los primeros síntomas de la enfermedad, el primer diagnóstico de los médicos fue Parkinson. Su malestar iba a más y muchos dedujeron (erróneamente) que ciertos comportamientos atañían al alcohol o a las drogas. Consciente de que no era eso lo que ocurría, su familia decidió pedir una segunda opinión, esta vez a un médico experto en neuropatologías. Fue él quien detectó de dónde provenía verdaderamente su malestar.
En el libro, Itzkoff asegura que el actor no supo afrontar la situación, pues le resultaba imposible lidiar con los terribles síntomas que no le permitían ser quien era realmente. Eso le llevó a un descontrol que no resultó fácil de sobrellevar ni a él ni a su familia. Lloraba desconsoladamente a todas horas, pues no lograba recordar muchos de sus guiones.
Su punto más crítico lo alcanzó durante el rodaje de Noche en el Museo 2, pues allí llegó a tener problemas incluso para caminar con normalidad. Cheri Minns, una de las maquilladoras de la película y amiga del actor, fue testigo de lo que ocurría y ha dado fe de ello en la publicación: “lloraba en mis brazos al final de cada día [de rodaje]. Era horrible. Horrible. Le dije a su gente, soy maquilladora. No tengo la capacidad para lidiar con lo que le está pasando”, recuerda. “Para animarle le propuse hacer monólogos en directo pero se resistía. Simplemente lloraba y me decía, ‘No puedo, Cheri. Ya no sé cómo hacerlo. No sé cómo ser gracioso’”.