25 años sin Joseph L. Mankiewicz, el director que amaba las palabras

EL PAIS (23 de Marzo de 2018)

Joseph L. Mankiewicz murió hace ya 25 años, el 5 de febrero de 1993, pero su legado cinematográfico es inolvidable. Probablemente su cine, siempre preocupado por encontrar la palabra precisa, la entonación adecuada y un ritmo implacable en los diálogos, no tendría cabida hoy en día. Él mismo así lo intuyó y lo dijo en el Festival de San Sebastián en septiembre de 1992, pocos meses antes de su fallecimiento: “Hace muchos años el guion y las interpretaciones de una película eran esenciales. Ahora ya no es así. Hoy en día, y esto lo digo siempre, los guiones ya no están escritos, sino dibujados por los diseñadores de producción. Las películas se limitan a fotografiar desastres, asesinatos, violaciones, guerras, armas. Ese es el estado del cine hoy en día”. Mankiewicz es uno de los protagonistas de la serie de producción propia Con su propia voz, que recoge los testimonios de grandes figuras del cine a su paso por festivales internacionales.

Joseph Leo Mankiewicz nació en 1909 en Pennsylvania y tuvo una esmerada y completa educación. Estudió Psiquiatría e Historia del Arte, pero lo que de verdad le apasionaba era el teatro. Fue su hermano Hermann, que estaba trabajando como guionista en Hollywood, quien le introdujo en la industria del cine. Empezó su carrera como rotulista para películas mudas. De ahí ascendió a dialoguista y poco después se convirtió en guionista de grandes directores como Ernst Lubitsch o George Cukor. También hizo labores de productor en clásicos como Historias de Filadelfia o Furia. Pero Mankiewicz quería dirigir, aunque no lo tuvo fácil. “Lo último que quería Louis B. Mayer era que un escritor dirigiera”, decía.

En 1946, con El castillo de Dragonwyck, debutaba como realizador. Un año después dirigió la encantadora, romántica y misteriosa El fantasma y la señora Muir, pero su consagración definitiva le llegó en 1949 con su sexto título, Carta a tres esposas. Ganó los Oscar a la mejor dirección y al mejor guion. Al año siguiente, con Eva al desnudo, una de las grandes obras maestras de la historia del cine, Mankiewicz repetiría doblete: mejor guion y mejor dirección.

Considerado ya como uno de los grandes, continuó su fructífera carrera en las décadas de los años 50, 60 y comienzos de los 70. Realizó dramas como La condesa descalza y De repente, el último verano; musicales como Ellos y ellas; adaptaciones de obras teatrales de clásicos de Shakespeare como Julio César e incluso el western lleno de ironía El día de los tramposos. Trabajó con los más grandes actores de su tiempo: Ava Gardner, Humphrey Bogart, Marlon Brando, Bette Davis, Elizabeth Taylor, Katharine Hepburn o Richard Burton. “El star system nunca fue realmente un sistema. Solo existe realmente un poder que pueda crear una estrella de cine y es el público. Por el contrario, muchos gastaron millones de dólares intentando crear estrellas que nunca lo fueron”, explicó en San Sebastián.

Joseph Mankiewicz rodó películas en las que intentaba descubrir qué había de verdad y qué de mentira en la conducta de los seres humanos. Cuando se hizo cargo del rodaje de Cleopatra, tras el despido de Rouben Mamoulian, quiso dar al filme un tono intimista, centrado en los sentimientos y las emociones de los personajes, algo que chocaba con el tono grandioso y épico que pretendía el productor, Richard Zanuck. Tras casi dos años de quebraderos de cabeza, Mankiewicz acabó la película. El estudio la remontó entera sin su permiso. El director siempre se refirió a ella como “la película de la que nunca hablo”. El resultado fue uno de los grandes fracasos comerciales de la historia del cine.

Mankiewicz salió tan tocado de Cleopatra, que solo dirigiría tres películas más. La última fue La huella en 1972. Era como un resumen de toda su carrera. Solo dos actores, Laurence Olivier y Michael Caine, en un duelo interpretativo magistral. Los dos fueron nominados al Oscar y Mankiewicz también lo fue como director. Hollywood seguía reconociendo al viejo maestro, pero él había tomado ya su decisión. “Yo me retiré por dos razones: el cine ya no me quería y yo tampoco quería ya al cine. Era consciente de que nos estábamos aproximando a lo que hoy es el cine: películas de Stallone o Schwarzenegger, guerras intergalácticas, efectos especiales… Yo no quería ni sabía hacer ese tipo de películas porque todo en ellas son trucos de cámara”, explicaba melancólico en ese ya lejano Festival de San Sebastián de 1992.