Gabriel García Espina – ABC, 14 de Mayo de 1963
Ya el título promete sumergirnos en una tremenda aventura policíaca. Esa cifra precedida de los dos ceros y el nombre imperativo del doctor, dueño omnipotente de la minúscula isla tropical donde ha levantado un palacio escondido bien capaz por su fábula esplendorosa para una nueva Antínea del Caribe, despiertan ingenuamente en nuestro ánimo las más dormidas curiosidades infantiles. Con esa sola atención conviene admirar el despliegue de tan insólitas fantasías.
El comienzo de la película con buen aire policíaco de soplo precipitado y rutilante, donde cantan con sordina y carismática insistencia las pistolas ampliadas por .los silenciadores, anuncia unos propósitos menos inocentes. Parece que nos hemos sentado anís un espectáculo vigoroso dentro de su formal ingenuidad relativa. Sean Connery, encarnación cinematográfica del policía secreto James Bond, personaje popular qué deshace, en la literatura inglesa del género los más desaforados entuertos, comienza su arriesgada pesquisa con cien ojos, tenso siempre el músculo potente y propicia la pistola en la escondida sobaquera.
Pero en seguida y ya la cámara en Jamaica para mostrarnos -de paso las calientes hermosuras de aquellos tropicales paraísos, deriva la cosa- hacia unos términos de más desorbitada- fantasía. La violenta curiosidad inicial se ensancha, siempre con placentero acomodo, por otras perspectivas mejores para la invención de un Julio Verne contemporáneo que intuyera con el tino de aquel profeta de no lejanos tiempos el horizonte inmediato que ya se anuncia en el andar increíble de la moderna astronáutica.
Este mezcla de realismo y de sueño le la a nuestro “Agente”, un toque confuso por la dificultad en la aleación. Hay un punto en que con risueño talante no sabemos bien a qué carta quedarnos. Pero tampoco el propósito merece, en ningún caso, más minucioso análisis. La película está bien llevada y suntuosamente construida. El buen color y la “marciana” composición de las últimas y atropelladas secuencias llevan con firme seguridad el estupor al ánimo del auditor.
El policía Bond, ágil e impulsivo y el doctor “No” de oriental tiesura, juegan su duelo extravagante cuyo resultado, entre rayos v centellas atómicos, ya sabíamos desde que entramos en el cine.