Georges Méliès, el mago que convirtió el cine en arte, fantasía y espectáculo

La contribución del cineasta francés fue la de un revolucionario en técnicas que siguen vigentes y la de un visionario en temas de ciencia ficción que se hicieron realidad

Alberto López – EL PAIS (3 de mayo de 2018)

Los hermanos Lumière inventaron el cinematógrafo, pero quien realmente lo dotó de contenido y convirtió el cine en espectáculo fue el también francés Georges Méliès. Solo así se entiende que se le conozca y defina como dibujante, pintor, caricaturista, ilusionista, director de teatro, escenógrafo, humorista, escritor, actor, técnico… Aunque en el fondo, Méliès fue un amante de la fantasía, un visionario que plasmó su genialidad en más de 500 películas y el propietario del primer estudio acristalado diseñado específicamente para el cine.

Georges Méliès, al que le atrajo siempre la pintura y el arte aunque su padre lo quiso orientar al negocio familiar de calzado, fue capaz de cumplir su sueño desde el momento que entendió la magnitud, alcance y trascendencia que podía tener el cinematógrafo. Participó en todos y cada uno de los aspectos de producción de sus obras: desde dibujar los conceptos de la escenografía hasta dirigir al reparto.

Marie Georges Jean Méliès nació el 8 de diciembre de 1861 en su casa de Saint-Martin, en París. Su padre era un conocido empresario del calzado pero él desde pequeño mostró interés y habilidad en el dibujo, hasta el punto de tener problemas en el colegio al llenar sus cuadernos de caricaturas de los profesores. Otra de sus pasiones eran las marionetas, y construyó sus propios decorados para pequeños espectáculos que montó a partir de los 10 años. Más o menos a esa edad recibió otro empujón en la dirección de una carrera artística: fue al teatro por primera vez y vio una actuación de Jean Eugène Robert-Houdin, uno de los grandes magos de la época y cuya influencia fue decisiva en el nombre artístico del mago estadounidense Harry Houdini.

Después de terminar el servicio militar, Méliès viajó a Londres, ya que su padre quería abrir allí una nueva sucursal del negocio de calzado y el objetivo era que el joven aprendiera a hablar bien inglés. Trabajando en una tienda de ropa e incómodo en su nuevo entorno y por el idioma, Méliès buscó espectáculos nocturnos que no dependieran de la lengua de Shakespeare, y así es como dio con las actuaciones de Maskelyne y Cooke, los llamados Ilusionistas Reales.

Los esqueletos móviles y otras ilusiones de los espectáculos de Maskelyne y Cooke tuvieron un poderoso efecto sobre Méliès, y en 1888 tuvo la oportunidad de poner sus ideas teatrales en acción. Todo fue más sencillo de como él lo hubiera planeado: su padre se retiró del negocio y se lo dejó a Méliès y a sus hermanos, así que el joven artista vendió su parte y utilizó lo que ganó para comprar el teatro que visitó de niño por primera vez y donde percibió toda su magia: el Teatro Robert-Houdin.

Con la capacidad de trabajo que caracterizó toda su vida, entre los años 1889 y 1890 Georges Méliès combinó sus labores de director del teatro con las de reportero y dibujante en el periódico satírico La Griffe, donde su primo Adolphe ejercía como redactor jefe. Durante los años siguientes se escenificaron en el teatro espectáculos de ilusionismo cuyos decorados, trucos y maquinaria fueron en su mayoría creados por el propio Méliès. Con él como propietario-gerente, el teatro presentó una gran variedad de actuaciones en vivo, aunque fueron las proyecciones -grandes presentaciones de diapositivas de escenas exóticas proyectadas en una pared o pantalla- las que resultaron más populares.

En 1895, atraído por todo lo que tenía que ver con la imagen, Méliès pagó la tarifa de admisión de un franco y asistió a una demostración de Auguste Lumière, uno de los verdaderos inventores del cine. En ella observó cómo una fotografía de una escena de la calle, con un caballo y un carro, se movía hacia el público. Inmediatamente se dio cuenta de la importancia de la invención y quiso comprar uno de los proyectores a Lumière, que rechazó la oferta, pero pronto adquirió una cámara rival ofrecida por el inventor británico Robert William Paul y compró otras cámaras de cine.

Georges Méliès importó cortometrajes realizados en Estados Unidos por Thomas Edison para proyectar en su teatro a partir de 1896. Incluso las simples tomas de trabajadores de fábricas que se iban a casa eran fascinantes para el público en ese momento. Al principio, las películas consistían en un solo carrete corto, pero Méliès avanzó rápidamente e hizo 80 películas solo en ese año 1896, ampliando su alcance desde tomas individuales que duraron alrededor de un minuto hasta tres carretes y nueve minutos.

Desde el comienzo tuvo una variedad de temas más amplia que la de sus primeros competidores, ya que incluyó pequeños dramas, comedias, noticieros, anuncios de productos e incluso lo que luego se llamaría pornografía. Méliès casi siempre se desempeñó como estrella, director, escritor, productor e incluso escenógrafo y cliente de sus películas, un desarrollo que fascinó a los posteriores cronistas del cine como una forma de arte. Construyó el primer estudio de la historia del cine para que el mal tiempo no ralentizara el rodaje, y para ello usó paredes de vidrio para aprovechar la luz natural. A finales de 1896 formó la compañía Star Film.

En una época en la que el cine empezaba a dar sus primeros pasos y prácticamente solo tenía fines documentales, Méliès abrió las puertas del sueño, de la magia y de la ficción combinando los universos de Robert-Houdin con la cronofotografía y la cinematografía de los hermanos Lumière. Todo el conjunto de obras de Méliès brilla por su fantasía dinámica, su imaginación sin límites y su alegría irresistibles. Los mundos que creó eran intensos, una mezcla única de fantasmagoría, perversidad, trampantojos, ilusiones, llamas, humo y vapor.

Mientras Méliès filmaba una escena callejera para una de sus películas de 1896, descubrió que la película se había atascado dentro de la máquina. Mientras la examinaba notó que la brecha resultante había creado una curiosa ilusión: un carruaje moviéndose a lo largo de la calle parecía haber sido reemplazado de repente por un coche fúnebre. Aunque alguien ya había experimentado con lo que se llamaría cinematografía stop-action, una vez más fue Méliès quien vio que el dispositivo tenía un tremendo potencial para extender la fantasía y la imaginación.

Georges Méliès comenzó a introducir efectos especiales en sus películas de 1897, una de las mejores, aún existente, fue L’auberge ensorcelé (La posada embrujada), en la que un viajero que se acuesta en la cama por la noche se siente aterrorizado al descubrir que su ropa se mueve por su habitación. Ese año, Méliès también rueda una película llamada Le chirugien américain (El cirujano americano) que presentó lo que podría ser el primer ejemplo sobre el tipo de personaje del científico loco. Las películas de Méliès pronto se hicieron populares en Inglaterra y América, donde a veces aparecían bajo títulos ligeramente alterados.

A finales de la década de 1890 y principios de la de 1900, Méliès amplió su alcance, tanto técnicamente como en el mundo de la fantasía. Recurrió a la idea de detener la acción aunque otros cineastas experimentaron antes con ella, y se cree que filmó la primera doble exposición, la primera captura de pantalla dividida y el primer efecto de disolución, al ser el pionero en presentar una decapitación de efectos especiales, con cabezas cercenadas que flotan en una habitación.

En numerosas ocasiones Georges Méliès se inspiró en hechos reales de la época. Por ejemplo, de su película À la conquête du pôle (A la conquista del polo, 1912) se puede extraer una interpretación cómica y mágica de las entonces recientes expediciones de Amundsen y sus coetáneos. Incluso llegó a construir un “gigante de las nieves” para la película en su estudio acristalado de Montreuil, gigante cuya sola cabeza ya medía dos metros.

Méliès también demostró ser un auténtico visionario. Su película Le Voyage dans la Lune (Viaje a la Luna, 1902) es una maravillosa predicción en forma de parodia de la llegada del hombre a la Luna, que acabó teniendo lugar 67 años después. Del mismo modo, con Le tunnel sous la Manche (El túnel bajo el canal de la Mancha, 1907), predijo la perforación del túnel del canal mucho antes de que se hiciera realidad.

También imaginó y dio forma a varias innovaciones científicas de su época: construyó su propio eclipse solar con la maquinaria del estudio en Éclipse du soleil en pleine lune (El eclipse: el cortejo entre el Sol y la Luna, 1907), se burló de la medicina moderna en Hydrothérapie fantastique (El secreto del doctor, 1909), montó una planta de energía eléctrica para la escenografía de À la conquête du pôle (A la conquista del polo, 1912), imaginó la televisión del futuro muchos años antes en Photographie électrique à distance (Fotografía eléctrica a distancia, 1908) y preludió el cine de terror al resucitar a la momia de la reina egipcia en Cleopatra (1899).

Como era un actor ágil y un mimo extraordinario, protagonizó casi todas sus películas, en muchas de ellas actuando como diablo. En algunas ocasiones, incluso llegó a multiplicarse en el escenario, como en L’Homme Orchestre (El hombre orquesta, 1900), donde se ven a siete Méliès en el mismo fotograma. Gracias a un truco óptico, incluso hinchó su cabeza hasta hacerla explotar en L’homme à la tête en caoutchouc (El hombre de la cabeza de goma, 1902).

Los ejemplos anteriores nos llevan a otra de las principales contribuciones de su mente innovadora: los efectos especiales. La magia que caracteriza hoy en día a las grandes producciones de Hollywood no hubieran sido posibles sin la gran variedad de técnicas que desarrolló Méliès: maquinaria escenográfica, pirotecnia, efectos ópticos, dropouts horizontales y verticales, obturación de la cámara, encadenados y sobreimpresiones, además de trucos y efectos de montaje o de color.

A Méliès le fascinaban las nuevas tecnologías, por lo que siempre andaba detrás de algún nuevo invento. También grabó reconstrucciones de eventos, noticias reales y mensajes publicitarios, pero se retiró del cine en 1913 ante la imposibilidad de competir comercialmente con las grandes productoras que habían nacido pocos años antes.

De 1915 a 1923, Méliès montó, con la ayuda de su familia, numerosos espectáculos en uno de sus dos estudios cinematográficos transformados en teatro. Sin embargo, en 1923, acosado por las deudas, tuvo que vender propiedades. A partir de 1925 su obra fue redescubierta por la vanguardia cinematográfica francesa, especialmente por los surrealistas, que reivindicaron su figura hasta el punto de que Méliès fue reconocido con la Legión de Honor en 1931 por toda su trayectoria.

Falleció en la más absoluta miseria el 21 de enero de 1938 en el hospital Léopold Bellan de París y sus restos descansan en el cementerio de Père-Lachaise. Desde 1946, el premio Méliès otorga anualmente el reconocimiento a la mejor película francesa.